Desde hace un tiempo estoy leyendo un estupendo libro acerca del parto titulado 'Guía del nacimiento', de la matrona Ina May Gaskin (hablaré de él cuando lo acabe, porque me parece que vale mucho la pena), en el que se explica el parto desde una visión de normalidad, sin considerarlo una patología como hasta ahora se ha hecho en muchos hospitales, y explicando cómo las mujeres pueden (y deben) ser protagonistas del proceso si creen en sus posibilidades y son acompañadas por personas que también creen en ellas.
Es por eso, porque el parto es un proceso fisiológico que requiere de la conexión del cuerpo con la mente, que muchas matronas ya no hablan de 'contracciones' cuando estas suceden, sino que las llaman 'olas' o ráfagas'.
Las contracciones indican dolor
Una contracción es la reducción de algo a un tamaño menor. Cuando hablamos de músculos definimos contracción al momento en que los músculos se contraen, se aprietan, y cuando sucede de manera dolorosa lo denominamos contractura. Todos sabemos lo que es una contractura y lo que puede llegar a doler (o lo imaginamos si nunca nos ha pasado), y lo único que queremos es que alguien nos la alivie de algún modo con un masaje o similar, porque nos produce una molestia duradera y negativa que no tiene ningún beneficio.
Sin embargo, las contracciones del útero, que también producen dolor (habitualmente), sí tienen una finalidad y un beneficio: llegan antes de uno de los mejores momentos en la vida de una mujer, aquel en que nace su bebé.
De esto se desprende que así como las contracturas musculares generan rechazo, las contracciones de parto se podrían aceptar y en cierto modo "abrazar". Porque es un malestar que tiene un porqué y que sucede con una intención clara, la de abrir el canal del parto para que salga el bebé.
Cómo el lenguaje puede modificar la expectativa del dolor
Entonces, con toda la intención de dar un giro al lenguaje para dar también un giro a la expectativa del dolor de las mujeres, muchas matronas ya no denominan al proceso contracción, como si el músculo se encogiera dolorosamente, sino olas o ráfagas, como si cada una de ellas acercara al bebé un poco más a la orilla, al nacimiento.
Es la diferencia entre hablar de dolor y contractura y hablar de expansión. Porque en un parto el útero no tiene que contraerse, sino todo lo contrario: debe abrirse, como debe abrirse también la vagina para irse adaptando al tamaño del bebé que, con cada pujo, irá avanzando en su llegada al mundo.
Abrirse y no contraerse, dilatarse y no encogerse, olas y no contracciones. Un cambio para que las mujeres visualicen un modo de parir muy diferente, que duele también, pero con la tranquilidad de saber que es un dolor que tiene un final feliz. Que no es un dolor del que deban huir (porque del dolor huimos todos), sino un dolor al que deben rendirse y abrazarse para que las endorfinas hagan su función y el parto fluya.
Y es que aquella mujer que tiene confianza en sus posibilidades, está bien acompañada, se siente capaz y se siente segura, tiene muchas más probabilidades de tener un parto normal que aquella que llega con miedo, que hace fuerza para combatir contra el dolor de las contracciones, que no tiene claro que sea capaz de hacerlo y que espera que alguien le ayude a seguir adelante porque cree, o le han hecho creer, que no podrá lograrlo.
Ráfagas; olas; en una playa, en el mar, acercando al bebé al mundo.
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