Sé que es una de las cosas que más saca de quicio a las madres, sé que nos lo decís siempre, que les hablemos normal, que no seamos tan peliculeros, que les ponemos nerviosos y luego pasa lo que pasa y que se supone que lo de contarles un cuento es para que se relajen, para pasar un ratito con ellos, para crear una rutina y para que después se duerman.
Sin embargo, no sabemos. Yo no sé. Cuando les leo cuentos sólo consigo que acaben partiéndose de la risa, sentándose en la cama y haciendo que ese momento tan perfecto para decirle "hasta luego" al día y "hola" a la noche sirva para alargar el día un poco más. Vamos, que los papás tenemos esa dudosa virtud de conseguir ponerles más nerviosos cuando deberíamos lograr relajarles.
Para ilustrar mis palabras nada mejor que esta viñeta de Mayor y menor, del dibujante argentino Chanti, en la que vemos cómo un padre toma el testigo de la madre, que hábilmente mantenía la atención de los niños en el cuento que les estaba explicando, estando tumbaditos en la cama, para empezar con su propia actuación, dotando al cuento de humor, acción y risas justo cuando parece que más sobran.
Tenéis razón, mamis
Y confieso, tenéis razón, no deberíamos alterarles de ese modo a la hora de dormir. Si es que hasta sufro cuando se ríen tanto y hacen tanto ruido, porque despiertan al pequeño Guim, pero es que no me sale hacerlo de otra manera, mi mente ve un cuento y aparecen las voces, las caras y los gestos y mi vena de intérprete se hincha. Y ellos encantados, claro.
Entonces llega el momento cumbre cuando dicen: ¡otra vez! Y los problemas crecen exponencialmente porque cada vez están más excitados. Les cuentas otra vez el cuento y entonces vas y les sueltas eso de "venga, y ahora a dormir", que no cuela. ¿Cómo iba a colar? Se tumban en la cama, se ríen por dentro, se ríen por fuera, comentan el cuento entre ellos y llegan las voces de mamá que dice eso de "¡ya vale!" susurrando y gritando a la vez.
No sé, quizás es que no damos para más, quizás esto esté en los genes... ya sabéis, eso de "somos hombres y tenemos que transmitir la fuerza y la energía a nuestros hijos", quizás es que simplemente nos resistimos a ser sensibles y tranquilos y preferimos ser más emocionales, más intensos. O quizás nos creemos que tenemos más sentido del humor y que así aprovechamos más la vida: "Bah, mujer, mira qué risas se han echado... ya se dormirán". Lo cierto es que, sea cual sea la causa, me gusta ser así y no, no creo que pueda cambiar (aunque tampoco quiero que os quedéis con nuestra imagen de neandertal, si hace falta, si la cosa se pone seria, también sabemos contar los cuentos con más tacto, más dulzura y más intención somnífera, aunque nos parezca aburrido).
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