Las rabietas, frustraciones infantiles y desafío de los límites son situaciones a las que los padres nos enfrentamos con frecuencia cuando educamos a nuestros hijos. Forman parte de su desarrollo y aprendizaje, y es nuestra labor guiarles y enseñarles de forma respetuosa.
Sin embargo, los adultos no siempre somos capaces de tomar distancia para actuar de forma relajada, y en demasiadas ocasiones caemos en el error de dejamos llevar por nuestras propias emociones, interpretando el gesto del niño como un "pulso" que nos está echando o una "lucha" que debemos ganar.
Te explicamos cómo identificar las "luchas de poder" entre padres e hijos, y por qué es tan importante evitar caer en este tipo de situaciones.
Luchas de poder entre padres e hijos: por qué se producen y cómo afectan a nuestra relación
"Te está manipulando"; "Te está desafiando"; "No cedas si no quieres que te controle"; "No permitas que se salga con la suya"; "¡A mí no me vuelves a contestar!"; "Te cuento hasta tres para que lo hagas"... Seguro que te resultan familiares estas u otras frases parecidas relativas al comportamiento infantil.
Con cierta frecuencia, los padres caemos en el error de pensar que cuando nuestro hijo estalla en una rabieta, se enfrenta a nosotros o desafía los límites lo hace con el objetivo de "manipularnos" o "salirse con la suya".
Esta perspectiva adulta de los hechos nos pone en alerta y activa nuestro cerebro emocional, dejándonos llevar por sentimientos que nos arrastran a una lucha inconsciente con el niño que, por supuesto, consideramos que debemos ganar para que "no consiga lo que quiere", "no nos toree" o entienda "quien manda en casa".
En cierto modo, podemos decir que las luchas de poder radican en una visión adultocentrista de la crianza. Es decir, los padres consideramos que nuestra perspectiva adulta es superior a la de los niños y se lo demostramos con una educación autoritaria y controladora ( "pórtate bien y hazme caso", "¡obedéceme!", "las cosas se hacen así, y punto"...").
También la multitarea, el agotamiento y el ajetreado ritmo de vida que llevamos nos impide conectar con los niños desde el respeto y la empatía, haciendo que a menudo les metamos prisa o les forcemos a hacer cosas sin tener en cuenta sus necesidades reales.
Pero el querer controlar la situación a cada instante provoca desgaste emocional, además de desconectarnos de nuestros hijos y alterar el clima de convivencia en el hogar.
Por su parte, los niños que crecen en un ambiente en donde las luchas de poder son habituales, es normal que se muestren inseguros y con baja autoestima. También sentirán que sus necesidades no están siendo atendidas de forma respetuosa, y se enfrentarán a una constante sensación de derrota o fracaso.
Mientras nuestros hijos son pequeños quizá no seamos especialmente conscientes de entablar luchas de poder con ellos, especialmente si estas no nos desgastan en exceso y "los niños nos hacen caso a la primera".
Pero a medida que van creciendo y se adentran en la adolescencia es posible que los enfrentamientos con los hijos se intensifiquen, y los padres sintamos que hemos perdido el control en determinadas situaciones.
Por qué no debemos tomarnos los conflictos con los hijos como algo personal
Como decimos, es muy probable que en muchas ocasiones no seamos conscientes de la forma en la que estamos actuando. Los padres siempre queremos lo mejor para nuestros hijos, y no es fácil darse cuenta de que a veces cometemos errores en la crianza que pueden dañarles.
Si nos vemos identificados en las situaciones descritas, simplemente debemos responder a estas preguntas: ¿Realmente queremos convertirnos en rivales de nuestros hijos? ¿Nuestra aspiración como padres y educadores es tener siempre el control de la situación y que los niños nos hagan caso a cada instante? ¿Queremos un ambiente familiar donde prime la desconexión, la ansiedad y las faltas de respeto mutas?
Seguro que la respuesta es 'NO'. Por eso, lejos de culparnos y martirizarnos, debemos saber cómo educar de una forma positiva, amorosa y empática, estableciendo límites basados en el respeto a ambas partes.
Y es importante destacar este punto porque, desgraciadamente, todavía hay gente que cree que educar con respeto es decir 'sí' a todo, permitir que el niño haga lo que quiera o que crezca sin límites.
Precisamente esta visión errónea de la crianza es la que nos lleva a querer "ganar" al niño cuando surge un conflicto, pasando por alto sus necesidades y centrándonos únicamente en su comportamiento, en lugar de ir más allá y conectar.
En definitiva, como padres es fundamental ser conscientes del impacto que tienen nuestros actos y nuestra forma de educar en el comportamiento, desarrollo y personalidad del niño. Solo así podremos corregir ciertas actitudes para lograr una mayor conexión y mejor relación con nuestros hijos.