"¡Venga, levántate que no ha sido nada!", "¡Arriba!, no seas teatrero", "¡No ha pasado nada, ¡ponte de pie!"... Estas son solo algunas de las frases que los padres utilizamos a menudo cuando los peques se caen al suelo, con el fin de restar importancia a lo ocurrido.
Y es que por lo general, cuando la caída del niño no ha sido grave ni le ha causado ningún daño físico, a los adultos nos cuesta comprender el motivo de su llanto, y por eso tendemos a restar importancia a lo que siente.
Pero el hecho de que una caída no provoque daño físico en el niño, ¿justifica restar importancia a sus sentimientos? ¿Qué piensa y siente realmente el niño que reclama nuestra atención tras caerse al suelo?
El llanto tras la caída, más allá del dolor
Las caídas y golpes en los niños son muy frecuentes; especialmente en el caso de los más pequeños, pues su caminar aún es inestable y tienden a tropezar o perder el equilibrio con más frecuencia.
Por fortuna, en la mayoría de las ocasiones estas caídas no revisten ninguna gravedad, y en general, los padres identificamos rápidamente cuándo nuestro hijo se ha hecho daño y cuándo no.
Sin embargo, ante un tropiezo , un resbalón o una caída sin importancia, algunos niños comienzan a llorar de forma desconsolada, no quieren levantarse del suelo y nos reclaman: ¿por qué lo hacen, si no se han lastimado?
En general, podríamos decir que el llanto del niño estaría provocado por la frustración de haber fallado o no haber logrado en ese momento el objetivo que perseguía. Por ejemplo, la caída frustra el deseo del niño de correr detrás de una pelota, dar una vuelta al parque en bicicleta, ganar una carrera contra otros niños...
Y es que más allá del dolor físico que pueda suponer, caerse también puede provocar rabia, enfado e indignación, y la forma que tiene el niño de manifestar ese malestar es llorando o estallando emocionalmente.
En otras ocasiones, la caída puede provocar un impacto emocional y físico que al niño le cuesta asimilar de forma inmediata. En otras palabras, verse de pronto en el suelo le sobresalta y asusta, y por eso llora.
Y por último, existe otra potente razón por la que el niño pequeño llora cuando se cae al suelo a pesar de no haberse hecho ningún daño: simplemente busca el consuelo de sus padres o figuras de apego; quiere que lo abracen, se interesen por él, le ayuden a levantarse... En definitiva, estén a su lado en ese momento que para él es importante.
Por qué no debemos restar importancia a los sentimientos del niño
Decirle al niño que "no ha pasado nada" , simplemente porque sabemos que la caída no le ha causado un daño físico, es restar importancia a lo que está sintiendo en esos momentos; es decir, invalidar sus emociones.
Y es que, como hemos comentado en otras muchas ocasiones, es necesario que los padres o adultos de referencia sepamos ver que más allá del simple llanto, existe una necesidad que nuestro hijo está queriendo transmitir.
Evidentemente, no se trata de hacer un drama de la situación, pues si los padres nos ponemos nerviosos, tristes, corremos desesperados en su auxilio o enfatizamos lo sucedido, no estaremos dando a nuestro hijo la serenidad y apoyo que en ese momento necesita para superar ese obstáculo.
Cambiemos el "no ha sido nada, ¡ponte de pie!" por un "veo que te has caído, ¿te has hecho daño? ", "¿cómo te sientes?", "¿qué necesitas?", "¿en qué puedo ayudarte?", "¿lloras porque te da rabia haber resbalado? Si es así, ¿te parece que lo intentemos otra vez?"...
Si detectamos que el llanto del niño se debe a una cuestión de frustración o vergüenza, le ayudará que empaticemos con sus sentimientos compartiendo alguna vivencia similar que hayamos tenido. Por ejemplo: "Yo también me tropecé un día en el momento menos indicado y me sentí fatal. Entiendo por lo que estás pasando. A mí me ayudó en aquel momento...".
En definitiva, nuestras palabras y nuestra actitud ante estas situaciones pueden ayudar a que nuestro hijo se sienta querido, valorado en sus sentimientos y tenido en cuenta.
Asimismo, comprenderá que no solo es importante lo que nos suceda a nivel físico, sino también emocional. De este modo, estaremos transmitiendo la idea de que sentimientos como la rabia, el enfado o la frustración no son "malos" ni tenemos por qué esconderlos o acallarlos, sino todo lo contrario; son emociones como cualquier otra y es necesario reconocerlas, hablar de ellas con naturalidad y aprender a gestionarlas.
Es normal que en algún momento digamos este tipo de frases ante una caída "tonta" o sin importancia. Pero aunque seguramente lo hagamos con la mejor de nuestras intenciones, no está de más recapacitar sobre ello y darle la vuelta a nuestro mensaje para que además de reconfortar a nuestro hijo, le estemos ayudando a trabajar la empatía y la gestión emocional.