Qué podemos hacer los padres para que nuestros hijos no sean 'la chica del bañador verde'
Ser Padres

Qué podemos hacer los padres para que nuestros hijos no sean 'la chica del bañador verde'

Hace cinco días Jessica Gómez escribió en Facebook un mensaje para la chica del bañador verde que se ha hecho tan viral que ha traspasado fronteras traduciéndose a otros idiomas.

En dicho escrito (más abajo lo tenéis) habla de una chica que llega a la playa con un grupo de amigos y que se esconde para quitarse la ropa y quedarse en bañador, se sienta en la toalla estudiando la postura para intentar tapar con sus brazos las partes de su cuerpo que menos aprecia y sufre cuando acompaña a una amiga a bañarse porque se está exponiendo a los demás.

Una chica del bañador verde que representa a un gran número de chicas y chicos, mujeres y hombres (sobre todo mujeres, pero también algún hombre) que sufren y que no disfrutan porque no están conformes con su cuerpo.

No puede decirse que sea culpa de sus padres, o no únicamente, pero sí podemos decir que los padres pueden hacer mucho para evitarlo. ¿Qué podemos hacer los padres para que nuestros hijos no sean 'la chica del bañador verde'?

La chica del bañador verde

Antes de nada, tenéis que leer el texto de Jessica para poder entender lo que explicaré después.

QUERIDA CHICA DEL BAÑADOR VERDE:

Soy la mujer que está en la toalla de al lado. La que ha venido con un niño y una niña.

Primero que nada, decirte que estoy pasando un rato muy agradable junto a ti y tu grupo de amigos, en este trocito de tiempo en el que nuestros espacios se rozan y vuestras risas, vuestra conversación ‘transcendental’ y la música de vuestro equipo me invaden el aire.

¿Sabes? He alucinado un poco al darme cuenta de que no sé en qué momento de mi vida he pasado de estar ahí a estar aquí: de ser la chica a ser “la señora de al lado”, de ser la que va con los amigos a ser la que va con los niños.

Pero no te escribo por nada de eso. Te escribo porque me gustaría decirte que me he fijado en ti. Te he visto, y no he podido evitar verte.

Te he visto ser la última en quitarte la ropa.

Te he visto ponerte detrás de todo el grupo, disimuladamente, y quitarte la camiseta cuando creías que nadie te miraba. Pero yo te vi. No te miraba, pero te vi.

Te he visto sentarte en la toalla en una cuidada postura, tapando tu vientre con los brazos.

Te he visto meterte el pelo tras la oreja agachando la cabeza para alcanzarla, quizá por no mover los brazos de su estudiadísima posición casual.

Te he visto ponerte en pie para ir a bañarte y tragar saliva nerviosa por tener que esperar así, de pie, expuesta, a tu amiga, y usar una vez más tus brazos como pareo para taparte: tus estrías, tu flaccidez, tu celulitis.

Te vi agobiada por no poder taparlo todo a la vez mientras te ibas alejando del grupo tan disimuladamente como antes lo hiciste para quitarte la camiseta.

No sé si tenía algo que ver, en tu descontento contigo misma, que la amiga a quien tú esperabas se soltaba su larguísima melena sobre una espalda a la que sólo le faltaban unas alas de Victoria’s Secret. Y mientras tanto tú ahí, mirando al suelo. Buscando un escondite en ti misma, de ti misma.

Y me gustaría poder decirte tantas cosas, querida chica del bañador verde… Puede que porque yo, antes de ser la mujer que viene con los niños, he estado ahí, en tu toalla.

Me gustaría poder decirte que, en realidad, he estado en tu toalla y en la de tu amiga. He sido tú y he sido ella. Y ahora no soy ninguna de las dos –o acaso soy ambas aún- así que, si pudiera dar marcha atrás, elegiría simplemente disfrutar en lugar de preocuparme -o vanagloriarme- por cosas como en cuál de las dos toallas, la suya o la tuya, prefiero estar.

Quisiera poder decirte que he visto que llevas un libro en tu bolsa, y que cualquier vientre que ahora tenga tus dieciséis años perderá, probablemente, su tersura mucho antes de que tú pierdas la cabeza.

Me gustaría poder decirte que tienes una preciosa sonrisa, y que es una pena que estés tan ocupada en ocultarte que no te quede tiempo para sonreír más.

Me gustaría poder decirte que ese cuerpo del que pareces avergonzarte es bello sólo por ser joven. ¡Qué coño! Es bello sólo por estar vivo. Por ser envoltorio y transporte de quien en realidad eres y poder acompañarte en cuanto haces.

Me encantaría decirte que ojalá te vieras con los ojos de una mujer de treinta y pico porque quizás entonces te darías cuenta de lo mucho que mereces ser querida, incluso por ti misma.

Me gustaría poder decirte que la persona que algún día te quiera de verdad no amará a la persona que eres a pesar de tu cuerpo, sino que adorará tu cuerpo: cada curva, cada hoyito, cada línea, cada lunar. Adorará el mapa, único y precioso, que dibuja tu cuerpo y, si no lo hace, si no te ama así, entonces no merece que le ames.

Me gustaría poder decirte que –créeme, créeme, créeme- eres perfecta como eres: sublime en tu imperfección.

Pero, ¿qué te voy a decir yo, si sólo soy la mujer de al lado?

Aunque, ¿sabes qué? Que he venido con mi hija. Es la del bañador rosa, la que juega en el río y se está untando en arena. Hoy sólo le ha preocupado si el agua estaría muy fría.

A ti no te puedo decir nada, querida chica del bañador verde…

Pero todo, TODO, se lo voy a decir a ella.

Y todo, TODO, se lo diré a mi hijo también.

Porque así es como todos merecemos ser queridos.

Y así es como todos deberíamos querer.

Tan preocupada de esconderse que es como no vivir

Seguro que el texto os ha impactado en mayor o menor medida, o porque os sentís así, o porque en algún momento os habéis sentido así, o porque conocéis a alguien que puede ser esa chica. La vergüenza de no ser como dictan los falsos cánones de belleza actuales (falsos, porque hasta a las modelos las retocan para llegar a ellos), la vergüenza de sentir en el cogote la presión de una sociedad que admira a la que está buena y critica a la que no lo está, la vergüenza de caer en la trampa de creer que lo importante es la flor, y no las raíces.

Dice la conocida frase: "Se enamoró de sus flores y no de sus raíces, y en otoño no supo que hacer". Y sí, es cierto que la mayoría de personas sólo miran la flor, pero de entre todas hay siempre alguien que valora la raíz: esa conversación en la que las frases fluyen; esos ratos de entendimiento cuando todo lo demás desaparece; esa sensación de que ya os conocíais de antes; ese compartir tiempo y espacio sintiendo que no tienes que aparentar ser quien no eres: cuando puedes ser tú mismo, o tú misma, y no sientes que te están juzgando. Este es el modo de querer y ser querido.

Cómo hacer para que nuestros hijos no sean la chica del bañador verde

Madre e hija

El problema es de autoestima. Y el problema es de edad. Porque cuando esta chica del bañador verde crezca llegará un momento en el que, muy probablemente, le dé exactamente igual si tiene una talla más o menos, o si ese bañador no es el que mejor le queda.

Pero hasta que crezca, ¿no valdría la pena intentar tener una juventud más feliz? ¿Una en la que puedas quererte y puedan quererte? Porque la mejor manera de encontrar una pareja que valga la pena es quererte mucho y estar bien contigo misma.

Y aquí entramos los padres. También el colegio, el instituto y todos los entes socializadores: la televisión, las revistas, el cine, los y las cantantes de moda, la gente que conversa en voz alta, los amigos y amigas que intentan ser graciosos a costa de insultar a los demás,... pero sí, también nosotros, los padres.

Porque no lo podremos controlar todo, jamás, pero sí podemos poner la base de la autoestima de nuestros hijos para que cuando lleguen los envites, puedan soportarlos mejor. Para que cuando les quieran hacer dudar, tengan más criterio. Para que cuando alguien les quiera valorar por su físico, sepan que ellos son mucho más que lo que se ve de ellos.

Pues bien, esa autoestima hay que cultivarla desde que nacen dándoles nuestro tiempo y nuestro cariño, para que se sepan queridos, amados y parte importante de nuestras vidas. Hay niños que sienten que molestan a sus padres, de lo enfadados que están siempre. Hay niños que piensan que sus padres serían más felices sin ellos, de las veces que son humillados. Hay niños que sienten que no merecen el amor de sus padres, porque ellos les dicen continuamente que "si no haces esto, mamá no te va a querer", y el amor que debería ser incuestionable pende siempre de un hilo y depende constantemente de su comportamiento.

¿Y cómo se cultiva la autoestima de un niño?

No, no es ir detrás diciendo lo bien que lo hace todo. No es una cuestión de alabar exageradamente sus logros, porque eso es mentirle y además es contraproducente. Si exageramos sus logros y sus hitos acabará por depender de ellos y, no sólo se comportará con nosotros, todo el día, como un mono de circo ("mira mamá, lo que hago...", "mira papá, lo que sé hacer..."), sino que cuando lo haga ante otras personas para encontrar su aprobación y reacción, y vea que eso no sucede, se sentirá extrañado y sin recursos: ¿acaso el cariño de los demás no depende de mi capacidad de sorprenderles?

La autoestima de un niño o de una niña se cultiva cubriendo sus necesidades de afecto:

  • Que se sienta querida y valorada: tiene que saber que la queremos, que para nosotros es un privilegio poder tenerla entre nosotros y que forme parte de nuestras vidas. Y tiene que saber que la querremos siempre, haga lo que haga. Esto no quiere decir que nos vaya a parecer bien todo lo que decida hacer, pero sí que el amor nunca estará en entredicho.
  • Que se sienta segura: evitar forzar situaciones que no tienen sentido como dejarla llorar de bebé cuando podríamos calmarla, dejarla llorar por la noche cuando podríamos acompañarla o asustarla para conseguir que se comporte bien (si haces eso vendrá un monstruo, la policía...). Los padres, su casa, debe ser su rincón de seguridad mental y emocional; el lugar donde nadie herirá su corazón.
  • Que pueda crecer en un ambiente amoroso: que la niña tenga estabilidad, que los padres seamos cariñosos, que tengamos sentido del humor y les enseñemos lo poco que nos importa lo que piensen los demás de nosotros. Que seamos un ejemplo para ella: de respeto, de comportamiento, de diálogo, de dar y recibir cariño, etc.
  • Que tenga un equilibrio entre libertad y límites: de modo que sea libre para avanzar en la vida y tomar elecciones, pero tenga unos límites claros y lógicos que le enseñen que su libertad acaba donde empieza la de los demás, y que no puede desear para los demás lo que ella no desearía para sí misma.
  • Que los padres pasen tiempo con ella: que hablen mucho, dialoguen, negocien, se abracen, se besen, se quieran, jueguen, corran, salten, hagan cosas juntos, etc.

Una infancia así es lo que cualquier niño necesita para sentirse querido y saberse respetado. Cuando alguien se sabe respetado es más capaz de respetar a los demás y difícilmente se reirá de nadie por su físico porque no tendrá la necesidad de actuar como una persona tóxica, que "apagan otras luces para que su poco brillo se vea más".

Y cuando alguien se sabe querido es más capaz de querer y de quererse, y de saber qué personas son las que valen la pena. Así, difícilmente hará caso de opiniones ajenas dañinas y será más fácil que su autoestima no dependa únicamente de la opinión de los demás sobre su físico.

Es un trabajo de los padres y de todos, pero podemos empezar desde ya, ¿no creéis?

Fotos | Laura Bittner, Rolands Lakis en Flickr
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