Debo confesar que la llegada de los Reyes Magos me sigue maravillando aún después de muchos años viviendo en España: que sea uno de los pocos países que siga celebrando una tradición navideña, incluso después de pasada la Noche Vieja representa justo lo que quiero mantener con mis hijas: la riqueza y la alegría de las tradiciones, a pesar de que pasen los años y dejen de ser unas niñas.
El roscón, la dulce costumbre que une la familia
Una de las cosas que más me gusta hacer es el roscón con la ayuda de mis hijas. Nos encanta compartir tiempo en la cocina e incluso hasta la más pequeña le da "su toque" a la masa.
A menudo trato de inculcar de forma inconsciente el valor del esfuerzo, pero de esta manera además aprendemos otras igualmente importantes: que las cosas se hacen con amor, que la paciencia es indispensable para obtener los mejores resultados y que, pase lo que pase (porque alguna hemos tenido fallos, como aquella vez que se cerró el agujero y tenía forma de cualquier cosa, menos de roscón), debemos estar orgullosos de nuestro trabajo, especialmente si hemos tratado de hacerlo lo mejor posible.
Obviamente la mejor parte viene en la mañana, cuando después de la emoción de los regalos y de estrenar rápidamente algunos de ellos, desayunamos juntos, tranquilos, sin prisas y disfrutando de ese roscón, que ya sea casero o comprado, representa el amor sin fin que tengo por mi familia.
La magia, que perdure para siempre
Estas fechas son mágicas cuando eres niño, aunque he descubierto que mis hijas me transmiten esa magia ahora que soy adulta. Con el tiempo he comprobado que la emoción de sacar el árbol del trastero, de ver los regalos en la mañana, o de encontrar el Rey dentro del roscón, puede perdurar aunque hayan pasado años desde que abriste el último regalo con la inocencia de la infancia.
Por eso deberíamos aprovecharlas para conectar con nuestros hijos (y por qué no, también con nuestra pareja), creando recuerdos en nuestra memoria y no en la del móvil, entendiendo que el mejor regalo que podemos hacerles (y hacernos) es el tiempo juntos y que no tiene forma de juguete.
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