Hace unos días nuestros compañeros de Vitonica publicaron una entrada muy interesante por el tema que trataron, que es precisamente del que quiero hablar hoy aquí.
Uno de los errores que más cometemos los padres, cuando de alimentación se trata, es el de no dar a nuestros hijos aquellos alimentos que a nosotros no nos gustan. En realidad es algo lógico, porque normalmente nadie compra en un supermercado algo que no le gusta, así que, si un alimento no está en casa, difícilmente llegará nunca al plato de nuestros hijos.
Sin embargo, haciendo esto, lo único que conseguimos es limitar la oferta nutricional, limitar la dieta y a veces incluso hacer que carezca de algunos alimentos muy recomendables.
El ejemplo más claro es el del pescado, ese que pocos adultos comen porque la carne está más rica (a veces no es que no te guste, sino que se opta por la carne por ser más sabrosa) o porque directamente no les gusta. Pues bien, cuando a los padres no les gusta el pescado, las probabilidades de que un niño coma pescado son escasísimas. La consecuencia entonces es que nuestro hijo, que no ha comido apenas pescado que cuando crece, por simple desconocimiento, dice que “el pescado no le gusta”, que es lo que decimos muchos de algunos alimentos que ya directamente no entran por nuestros ojos:
-No me gusta.
-¿Pero lo has probado?
-No, pero no me gusta.
Cambiando los hábitos de compra
Me hacen especial gracia aquellas madres que veo en la consulta de enfermería que me dicen “no, mi hijo la fruta ni la prueba”. Yo les digo que, hombre, que al menos una pieza diaria sería recomendable, que busquen alguna que les guste (si pueden ser más, mejor, pero claro, si no toma nada de nada, nos conformaríamos con una) y las madres se giran para decir a sus hijos: “¿ves lo que dice? Que tienes que comer más fruta”.
Entonces yo les pregunto a ellas si comen, o directamente si compran fruta. Pues bien, muchas me dicen que en casa no comen apenas fruta, por lo que lo raro sería que el niño comiera una pieza diaria de fruta, y muchas que no, que ellas casi ni la compran.
Entonces a mí se me queda cara de besugo, porque me pregunto que para qué le habrá dicho a su hijo que tiene que comer fruta si ellas ni la comen, ni la compran muchas veces.
Acostumbrando el paladar de los niños
Como hemos comentado en otras ocasiones, lo más habitual cuando un bebé o un niño come algo desconocido es que ponga mala cara y no quiera más. Pasa muchas veces, la mayoría. Sin embargo, si un alimento se le va ofreciendo a un niño de tanto en cuanto, el paladar se acaba acostumbrando a esos sabores y lo que estaba muy malo el primer día no está tan malo después (algunas cosas sí, claro, que todos tenemos algún alimento que ni por esas).
Se dice que son necesarias al menos 10 exposiciones a un alimento (que lo tome al menos diez veces) para decidir si al niño le gusta o no le gusta algo. Así que cuando les damos algo nuevo debemos tener paciencia y ver cómo reacciona la próxima vez. De igual modo, podría ser útil aplicarnos el cuento y probar aquellas cosas que no comemos porque en su día no las probamos lo suficiente o porque les tenemos manía vete tú a saber por qué. Quizás así consigamos una dieta más rica y variada y, como efecto secundario, consigamos que nuestros hijos tengan también una dieta con más alimentos disponibles.
Vía | Vitónica
Foto | Lars Plougmann
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