"¡Te he dicho mil veces que te pongas los zapatos!", "¿Pero cuántas veces tengo que decirte que ordenes la habitación?", "¿Acaso tengo que hablarte en chino para que me hagas caso?", "Está claro que lo que te digo te entra por un oído y te sale por el otro"... ¿Os suena alguna de estas frases? Apuesto a que sí.
Y es que en muchas ocasiones los padres nos frustramos cuando hablamos con nuestros hijos, pues lejos de sentirnos escuchados, pareciera que estuviéramos hablando a una pared. Pero, ¿nos hemos parado a pensar el motivo por el que nuestros hijos no nos escuchan? ¿Hay algo que podamos hacer para mejorar esa comunicación?
Os damos algunas claves que pueden ayudarnos a entender por qué a veces se produce este distanciamiento que tanto nos frustra, y qué está en nuestras manos hacer para evitarlo.
Atender a la madurez del niño
Lo primero y más importante para conseguir una escucha activa por parte de nuestros hijos es ser conscientes de su edad y su desarrollo madurativo, pues muchas veces pasamos por alto este detalle tan importante y necesario a la hora de comunicarnos de manera positiva.
Es por ello, que debemos ser sumamente pacientes en nuestras conversaciones, descomponer nuestras órdenes en órdenes más sencillas y fáciles de asimilar, respetar sus necesidades básicas y evolutivas (experimentar, desafiar al adulto, buscar su propia individualidad...) y no exigirles más de lo que pueden dar.
A la hora de transmitirles un mensaje debemos ser muy claros, utilizando el menor número de palabras posibles y dando ejemplo con nuestros actos. Recuerda que los niños de corta edad no son capaces de prestar atención durante un periodo largo de tiempo, por lo que cuanto más simplificado, claro y directo sea nuestro mensaje, más fácil será nuestra comunicación con ellos.
Empatía y respeto
La base de toda comunicación debería ser siempre la empatía y el respeto hacia nuestro interlocutor, pero desgraciadamente, en muchas ocasiones vamos con tanta prisa por la vida que olvidamos las necesidades de la persona que tenemos en frente.
Así pues, si sientes que tu hijo no te está escuchando como te gustaría que lo hiciera pregúntale con respeto cuáles son los motivos que le llevan a actuar así (quizá haya tenido un mal día y su mente esté puesta en otras cosas, o quizá sea él quien necesita hablar y no tanto escuchar), explícale cómo te sientes cuando crees que te ignora (recuerda la importancia de hablar de nuestros propios sentimientos para educar en la gestión emocional), y buscad juntos la forma de lograr un mayor entendimiento.
Validar los sentimientos y emociones de la otra persona es lo primero que debemos hacer si queremos lograr esa conexión de la que tanto hemos hablado en otras ocasiones, y que resulta clave para establecer una comunicación activa y positiva.
Pide la colaboración del niño
Es más factible conseguir que el niño nos escuche si en lugar de darle órdenes pedimos su colaboración. Se trata de un ejercicio de comunicación muy sencillo (aunque requerirá de esfuerzo por nuestra parte, pues estamos demasiado acostumbrados a dar órdenes y querer que sean ejecutadas de manera rápida), pero que cambiará drásticamente nuestra forma de dirigirnos a ellos.
Por ejemplo: en lugar de decirle "recoge tus juguetes", cambiemos el mensaje por algo así como, "me vendría fenomenal tu colaboración en estos momentos, en los que la habitación está tan desordenada". Lo más probable es que si el niño siente que es tenido en cuenta, sea más fácil que nos escuche.
Conoce a los enemigos de la escucha activa
Al hilo del punto anterior, recordemos la importancia de cuidar nuestro lenguaje a la hora de dirigirnos a nuestros hijos. Para ello, debemos utilizar un lenguaje positivo y huir de los principales enemigos de la escucha activa que impiden que nuestra comunicación sea respetuosa:
Los gritos: podemos creer que gritando conseguiremos que nuestros hijos nos escuchen con más atención, pero lo cierto es que los gritos no son una buena forma de educar, pues entre las muchas consecuencias negativas que acarrean, está el bloqueo del cerebro. Es decir, cuánto más gritemos a nuestros hijos, menos conseguiremos que nos escuchen.
Los sermones: sermonear no es la mejor forma de lograr la atención del niño, aparte de acarrearle sentimientos negativos que se interpondrán en nuestra comunicación. Y es que, tal y como comentábamos en el primer punto, "menos es más".
Las etiquetas y las comparaciones
Las órdenes e imposiciones: nos pasamos la vida dando órdenes a los niños, pero haciéndolo no les educamos en autonomía, ni contribuimos a la adquisición de habilidades y competencias para la vida.
El lenguaje confuso e indirecto, la ironía, el rintintín, los dobles sentidos... todo ello confunde profundamente al niño, le avergüenza y afecta a su autoestima.
La comunicación no verbal: recuerda que no solo comunicamos con las palabras, sino también con nuestros gestos. Así pues, debemos ser coherentes con lo que decimos y el mensaje que al mismo tiempo transmite nuestra comunicación no verbal
El abuso del "no": el "no" es una de las palabras más fuertes, poderosas y potentes que tenemos en nuestro vocabulario. Es una palabra que transmite ideas inquebrantables y que lleva aparejado un sentimiento de rechazo y coacción. Decir "no" a veces se hace necesario, pero conviene saber cómo hacerlo sin que nuestro mensaje resulte autoritario o agresivo; ofreciendo alternativas y buscando formas positivas y constructivas de transmitir una idea.
Recalcar sus errores: jamás deberíamos remarcar los errores del niño, sino enseñarle que errar es una forma de aprender muy necesaria para la vida.
Usa preguntas de curiosidad
Las preguntas de curiosidad son una de las mejores forma para conseguir que los niños se involucren en las conversaciones, nos escuchen de manera activa y quieran comunicarse con nosotros.
Mediante nuestras preguntas, daremos al niño la oportunidad de ser útil, de sentirse parte, y de buscar sus propias conclusiones sin las imposiciones ni sermones del adulto. Además, estaremos transmitiéndole el mensaje de que nos importa mucho todo lo que tenga que decir, por lo que al tiempo que reforzaremos su autoestima, el niño se sentirá cómodo con la conversación.
Colócate a su altura para hablar y escuchar
Por supuesto, uno de los principios básicos de la comunicación positiva es la escucha activa. Es un método muy sencillo que consiste en ponernos a la altura de nuestros hijos y mirarles a los ojos cuando hablemos con ellos.
Con este gesto no solo le transmitiremos seguridad, sino que le haremos ver que estamos dispuestos a hablar, a escuchar y a ayudarle. A su vez, el niño se sentirá respetado, validado en sus sentimientos y escuchado.
La escucha activa puede (y debe) ir también acompañada del contacto físico: una caricia en la mejilla, levantarle el mentón con suavidad para que nos mire a los ojos, poner nuestra mano sobre su hombro en señal de acompañamiento... Todo ello contribuirá positivamente a nuestra comunicación.
Recordemos la importancia de sentar las bases de una comunicación positiva y respetuosa desde la más tierna infancia, pues si no logramos ese sentimiento de pertenencia del que tanto hablamos, la adolescencia podría acarrear problemas de comunicación entre padres e hijos.
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