Muchas veces me pregunto cómo es posible el aumento de las cifras de diagnósticos de niños con problemas de hiperactividad y otros trastornos de conducta.
Muchos y complejos factores contribuyen a este incremento, pero sin duda uno es responsabilidad de los padres que dicen “Mi hijo es hiperactivo” y buscan una solución médica a la conducta de sus hijos, cuando verdaderamente no estamos ante un problema que necesite tratamiento médico.
Realmente no es rara la semana que escuche de niños (incluso, ¡de bebés!, en alguna ocasión), “Es que es hiperactivo” o “Creo que tiene hiperactividad”, afirmaciones frecuentemente acompañadas por “No puedo con él”, “No para ni un momento”, “Me está volviendo loco”...
No significa que todos esos padres vayan a llevar a sus hijos al médico, ni que todos los que vayan sean diagnosticados como tal, pero algunos sí lo harán más adelante.
La hiperactividad y trastorno de déficit de atención (TDAH) es el trastorno neurológico infantil más común. Las variables para estimar las tasas de prevalencia tienen que ver con los criterios de diagnóstico, pero también con la población que acude al médico para ser evaluada.
Según la Federación Española de Asociaciones de Ayuda al Déficit de Atención e Hiperactividad, una gran variedad de trastornos pueden confundirse con el TDAH, hasta en cerca de dos terceras partes de los niños remitidos a consulta porque se piensa que son hiperactivos.
La hiperactividad se confunde con otros trastornos
Pero, ¿con qué confundimos los padres esa supuesta hiperactividad, mucha de la cual acabará con tratamientos innecesarios?
Entre esa variedad de trastornos destaca que entre un 20% y un 30% de los niños tengan trastornos afectivos y de ansiedad. Los trastornos afectivos se gestan en el lugar de donde ha de llegarnos el afecto, principalmente nuestra casa, nuestra familia, nuestros padres.
Resulta preocupante, no ya que los comportamientos habituales de niños pequeños quieran confundirse con síntomas de una enfermedad, sino que tan a menudo haya otros problemas “de fondo” que se gestan en el seno familiar y que derivan de una falta de afectividad o de dedicación.
Esas carencias, como el pez que se muerde la cola, hacen que se intensifiquen los comportamientos que se confundencon TDAH, haciendo creer que no tenemos ninguna responsabilidad en ello como padres, que es culpa de los niños, que hay un problema médico que necesita ser tratado.
Por lo tanto, antes de decir tan a la ligera que “Mi hijo es hiperactivo” deberíamos plantearnos estas dos cuestiones: ¿No se trata de un comportamiento “normal”? ¿No tengo, como padre, alguna responsabilidad en este comportamiento?
¿Mi hijo no se comporta “normalmente”?
Si la hiperactividad se caracterizara por la aparición de puntos verdes en la cara seguramente no estaríamos reflexionando sobre este tema.
Pero los síntomas del TDAH no son muy diferentes de cualquier niño “normal”, y quienes tenemos hijos de más de dos años nos damos cuenta enseguida: son niños de fáciles rabietas, buscan constantemente la atención, no parecen tener noción de peligro, cuentan con una curiosidad insaciable y excesiva actividad motora, se muestran impulsivos, desobedientes o desafiantes.
Por ello a la hora de distinguir entre un niño con el trastorno y otro sin él, es importante tener en cuenta la cantidad e intensidad de los síntomas y su permanencia en el tiempo y en diferentes situaciones.
Querer englobar a todos los niños en la misma supesta “normalidad” no es posible, y si el hijo de mi vecino es un ejemplo de tranquilidad y es capaz de aguantar toda la comida sin levantarse de la mesa, no puedo pretender que mi hijo también lo sea porque “es lo que toca”. Cada niño es un mundo, tanto en su comportamiento como en su evolución.
En saber apreciar y entender su diversidad, en acompañarlos en su crecimiento ayudándoles a desarrollarse como personas sin intentar cambiarles sino intentado que evolucionen y maduren sanamente, ahí radica la labor que deberíamos adjudicarnos como padres.
El hecho de clasificar a nuestro hijo con un término médico para intentar “organizarnos” o introducirlo en un orden “normal” no creo que sea beneficioso, pues el pequeño se acostumbra a oirlo y se encasilla él mismo, reproduciendo las palabras de sus padres.
Si ya es raro escuchar a los padres afirmando que sus hijos son hiperactivos cuando los ves jugando junto a tu hija y no aprecias nada fuera de lo común, más raro y triste me resuta que un niño de tres años te diga “Es que soy hiperactivo”. Pero todavía es peor que un niño se diagnostique y se medique innecesariamente.
También hay niños hiperactivos reales. Por supuesto, los verdaderos casos de hiperactividad necesitan un diagnóstico certero y tratamiento, aunque no siempre los criterios de diagnóstico estén consensuados, y se siga investigando sin descanso en la mejora del tratamiento y en adecuar la medicación a cada caso particular y buscar soluciones alternativas para emplear los fármacos sólo en los casos graves.
Pero aquí hablamos de niños que tal vez hace unos años o con la implicación paterna nunca se hubieran llamado “hiperactivos” ni medicados como tal.
¿Tenemos los padres algo que ver en la supuesta hiperactividad?
Si no les dedicamos el tiempo que nuestros hijos requieren, si contribuimos al desapego familiar, si no les prestamos atención, probablemente estaremos facilitando que el comportamiento de nuestros hijos sea “anormal”.
Pero no son hiperactivos, sino que se sienten solos, sin vigilancia, y están reclamando nuestra atención. Se trata de la acentuación de un comportamiento habitual en la mayoría de los niños (el ser “movidos”, el tener rabietas…), pero no de una verdadera hiperactividad.
Las causas de la hiperactividad “verdadera” son complejas y desconocidas en gran medida, aunque se sabe que en ellas intervienen factores biológicos y psicosociales que propician irregularidades en la producción y función de los neurotransmisores. Se requiere un estudio pormenorizado e individual de cada caso para hacer el diagnóstico correcto y tratarlo debidamente.
La falta de tiempo, de paciencia y la relegación de responsabilidades educativas debida a otras obligaciones hace que muchas veces el comportamiento de un niño que hace décadas era simplemente revoltoso, movido, inquieto, hoy quiera ser diagnosticado y tratado para evitarse “el problema”. Delegar nuestras responsabilidades como padres en otros.
No se trata de un fenómeno aislado, porque a la tendencia de “echar las culpas al otro” se suma una medicalización generalizada de nuestra vida, de la sociedad, que muchas veces ve enfermedad donde no la hay.
En definitiva, se trata de una búsqueda de solución médica a nuestra incapacidad como padres, a nuestro agotamiento y falta de recursos. Pero antes de mandar a nuestro hijo a la consulta deberíamos reflexionar sobre todo esto y preguntarnos “¿Realmente mi hijo es hiperactivo?”.
Más información | Federación Española de Asociaciones de Ayuda al Déficit de Atención e Hiperactividad
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