Hoy muchos niños requieren atención psicológica o psiquiátrica, y, aunque en algunos casos creo que hay una tendencia excesiva a considerar patológicos comportamientos normales, es conveniente estar alerta. Vamos a ver en qué casos puede ser adecuado acudir a un psicólogo infantil o a un psiquiatra especializado.
Los niños, en su evolución, pasan etapas regresivas, de temor a la separación o de agresividad. Las exigencias de la vida moderna no siempre están adaptadas a sus necesidades evolutivas y nos hacen esperar de ellos un comportamiento demasiado maduro para su edad. La llegada de un hermanito, el comienzo de las clases, u otros cambios en su percepción de mundo, incluida la adquisición del lenguaje, podrían desencadenar síntomas alarmantes que pasarán con paciencia y respeto.
Sin embargo en algunas ocasiones si es preciso acudir a un especialista y son los padres los que primero pueden darse cuenta de que algo no va bien.
Los comportamientos y lenguaje sexualizados de forma no adecuada a su edad son quizá el síntoma al que hay siempre que prestar atención. El abuso sexual es una realidad terrible pero innegable y este es uno de los posibles modos en los que se detecta, aunque todos los niños que lo presenten no significa que hayan sido abusados. A lo que hay siempre que prestar oídos y confianza es a un relato de abusos, por muy increíble que nos pueda parecer la identidad de quien señalen como culpable.
La agresividad es otro tema al que no se debe quitar importancia. Un niño que reacciona con inusitada violencia y rabia puede padecer algún trastorno o estar bajo una situación que le haga reaccionar de este modo. El cansancio excesivo, el aburrimiento permanente y la melancolía deben alertarnos ante una posible depresión.
Como decía las regresiones forman parte natural de la evolución psíquica de los niños, como cuando damos unos pasos atrás para darnos impulso antes de saltar ellos también pueden necesitar en ocasiones volver al pecho, al biberón, al chupete o al pañal en alguna etapa, tanto si hay un cambio notable en su entorno como por razones que se nos mantengan ocultas y que el niño no sepa verbalizar. Hay que estar atento, responder con empatía, sin juicios negativos ni regaños. Con paciencia. Pero si la situación se enquista y percibimos que el niño está sufriendo no hay que descartar ayuda de un profesional respetuoso.
Los niños también sufren depresiones, por soledad, por preocupaciones. Hay que saber percibirlas. Un niño que rehúse los juegos, los amigos o tenga dificultades para transmitirnos su amor puede necesitar apoyo.
El colegio no siempre es el ámbito más adecuado para el desarrollo infantil. Los niños aprenden jugando, necesitan moverse y adquirir conocimientos de modo vivencial, no por repetición exenta de creatividad. Muchos niños son calificados desde muy pequeños de hiperactivos o problemáticos, pero quizá un cambio en el sistema de escolarización les pueda beneficiar más que la medicación o la etiqueta. En esto los padres tenemos una gran responsabilidad, el diagnóstico de hiperactivo es algo muy serio y a él se debería llegar descartando otras causas. Sin embargo, la dificultad para concentrarse o disfrutar de actividades que requieran cierta capacidad de introspección deben alertarnos.
También es conveniente estar atentos si el niño es excesivamente temerario y se pone en peligro sin valorar las consecuencias de sus actos, o si sufre accidentes habitualmente.
Algunos síntomas generales deben también alertarnos: no mirar la los ojos al hablarnos, hacer movimientos repetitivos, mecerse, andar de manera extraña, emitir sonidos reiteradamente sin sentido y manifestar una habla deficiente o excesivamente formal pueden indicar problemas, que debemos atender especialmente si van unidos a una escasa empatía por los demás, agitación sin causa e incapacidad para expresar sus propios sentimientos. Hacer gestos con la cara sin sentido y no escuchar habitualmente pueden, si son excesivos, también indicarnos la conveniencia de acudir a un especialista.
Volviendo a la escuela hay que atender a los miedos del niño, sobre todo si a la hora de ir al colegio tiene verdadero pánico, se orina o llora pasado el periodo de adaptación. Lo primero, sobre todo en los más pequeños que inician la escuela o la guardería es conseguir que el periodo de adaptación sea lo más respetuoso posible con ellos.
Es completamente normal que un niño no quiera separarse de sus padres para acudir a un lugar desconocido sin figuras de apego en las que tenga confianza, sobre todo cuando son niños pequeños que no entienden bien ni la necesidad de volver a nuestro trabajo ni que vamos a volver a por ellos. En esos primeros momentos el llanto, aferrarse a nosotros, estar tristes o agresivos, mostrarse poco cariñosos o apegados hasta la extenuación es normal y el mejor modo de ayudarlos a pasar esta etapa es ser, al menos, respetuosos con sus sentimientos.
Pero si el problema se extiende en el tiempo debemos estar alerta. Hay niños que no se adaptan a las rutinas de un colegio o a un profesor demasiado duro, y se benefician de un cambio si es posible. Otros, incluso los más chiquititos, pueden estar sufriendo situaciones que a los mismos adultos se nos harían insoportables. Que te peguen, te menosprecien o no te dejen jugar no es normal y nadie tiene que soportarlo con una sonrisa ni convirtiéndose en agresivo para sobrevivir.
Si a nuestros niños un compañerito les pega o les muerde hay que darle tanta importancia como si nos lo hicieran a nosotros. Ellos sufren también. Hay que permanecer atentos a sus muestras de miedo o enfado por ir al colegio para detectar a tiempo situaciones de acoso; y sobre todo, permitir a nuestros hijos, desde pequeños, el que tengan confianza en nosotros para contarnos sus problemas con la seguridad de que los tomaremos en serio.
Por último, y refiriéndonos también al ámbito escolar hay que tener en cuenta que los niños más inteligentes pueden rechazar los estudios si se aburren en clase. Un niño inteligente, activo y con interés en lo que le rodea que tenga un rendimiento escolar insuficiente puede necesitar medidas de apoyo especializado, pues son muchas veces los niños con sobredotación los que se sienten excluidos y desanimados en el colegio.
Por tanto, no hay que descartar acudir a un psicólogo infantil en los casos que sea necesario, pues puede ayudar a nuestros hijos a enfrentar problemas que si atendemos lo antes posible podrán tener solución o mejorar enormemente.