Si existiesen los Oscars para series de dibujos animados y estrellas infantiles, uno sería sin duda para Pocoyó. Los capítulos de 7’ de este muñeco español se ven actualmente en 100 países y sus tiernas ocurrencias, aunque originalmente destinadas a un publico de 1 a 4 años, ganan adeptos de más edad.
Como todo éxito que se precie, tiene un importante merchandising: más de 150 productos con su imagen. Sólo en España, el año pasado se vendieron más de un millón de juguetes Pocoyó, medio millón de DVD, y 250.000 libros.
El País ha entrevistado a José María Castillejo, el presidente de Zinkia, la empresa donde dibujan a Pocoyó, para conocer las razones de este éxito. Y aparte del evidente “trabajo, ilusión y tecnología” explicó el ingrediente secreto:
“Mucha inversión en psicólogos y educadores infantiles que revisan todos los guiones, para que en cada episodio transmitan un mensaje positivo y valores como alegría, el esfuerzo y la amistad. Todo está muy pensado”
“El éxito es que está hecho desde el buen gusto y el respeto a los niños”
Aplaudo que tengan expertos detrás que vigilen los contenidos que emiten, de hecho, creo que debería ser obligatorio para todas las series dirigidas al público infantil porque algunos guionistas (japoneses o no) confunden el público infantil con luchadores o mercenarios potenciales. El psiquiatra Neubauer ya nos explicó las consecuencias de la TV sobre los niños.
A mi hijo, y supongo que como a todos los niños, le gusta Pocoyó, sin embargo no es mi personaje preferido y tengo varias críticas si analizamos el tema más en profundidad de las risas y el respeto (esto es lo mínimo):
- Pocoyó parece un niño huérfano o abandonado que sobrevive con sus amigos no humanos. Nunca aparece ningún padre o hermano o primo o vecino.
- Transmiten unos valores de independencia que no son coherentes con su edad ni con su especie. Los bebés necesitan protección, vínculo, calor, contacto y amor de al menos un adulto: la figura primaria de referencia. Punset lo explica claramente en el documental.
- A mi Pocoyó me da pena y esos pedagogos (quienes por cierto son estadounidenses aunque la serie es española), están transmitiendo un tipo de crianza de desapego en la que los bebés pasan demasiadas horas solos (o con otros bebés) y que se aleja de sus verdaderas necesidades físicas y emocionales. Pocoyó es un superviviente. Y lo que yo veo es desamparo y no una vida feliz. Y no lo comparemos con el pobre Marco de los años 80 porque Pocoyó es sólo un bebé y Marco tenía al menos 4 años.
Carlos Gonzalez explicaba que los niños de hoy son los que menos afecto reciben de toda la historia y Pocoyó lo ejemplifica muy bien. Su madre/padre no son ni insumisos ni suaves ni tampoco dedican algunas horas de calidad a su crianza, sencillamente porque no existen, ni ellos ni substitutos. A Pocoyó lo cria el aire.
Sé que puede parecer un poco histerismo pero el problema es que este no es un caso aislado. He visto un informe sobre la presencia de bebés en los libros de texto y cuentos actuales y la mayoría aparecían solos en sus carritos/hamacas con el chupete y biberón. Y eso contribuye a alimentar creencias erróneas de crianza.
Por supuesto que no voy a prohibir que mi hijo lo vea porque disfruta mucho, pero sinceramente, y tal como ya expliqué, prefiero Caillou o las otras series que han comentado mis compañeras donde los protagonistas tienen al menos amigos humanos.
Yo creo que ha triunfado sobre todo porque apenas había ninguna serie de calidad para bebés (que es lo que son los niños de 1 a 4 años, aunque no lo reconozcamos) y no tanto por sus pedagogos.
En cualquier caso, tenemos Pocoyó para rato porque se ha convertido en una marca muy prometedora y a la que todavía se puede estrujar más.
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