No son pocas las conversaciones en las que nos vemos inmersos y resultamos diciendo (y escuchando) acerca de lo cansados que estamos todos. Nuestros niveles de energía están por los suelos, especialmente de quienes vivimos en grandes ciudades, y lo peor de todo es que casi todos estamos tan absortos en nuestras maratónicas rutinas, que ni siquiera tenemos tiempo para parar un poco y darnos cuenta que es inviable seguir así.
Es lo que me estaba pasando a mi. Grandes cantidades de trabajo unido a una crianza muy positiva pero sin nada de ayuda me estaba pasando factura. De vivir con catarros cada mes y sentirme completamente agotada a las pocas horas de empezar el día, he pasado a sentirme mucho mejor, a estar más activa y tener una rutina que aunque no es perfecta, está mucho más enfocada a mis necesidades físicas y mentales.
Aunque cada persona es un mundo y cada uno debe analizar exactamente qué debe modificar en su día a día, existen factores que generalmente nos afectan a todos y que nos llevan a perder energía de una forma continua. Después de hacer pequeños y grandes cambios, he identificado tres que me han ayudado muchísimo para estar más activa, ser más productiva y sentirme mejor conmigo misma.
Planificar los menús diarios
Le energía proviene de lo que comemos y la gastamos por el trabajo físico y mental. Si nos alimentamos de una forma apropiada, garantizamos que podemos contar con todo aquelo que nuestro cuerpo necesita.
Si pensamos de forma previa nuestros menús y no con las prisas de cada día, obtendremos dos consecuencias muy positivas: una, que habrá una cuestión menos por la cual preocuparnos, y dos, nos alimentaremos de una forma mucho más sana, variada y seguramente de mucha mejor calidad.
Esto, a la larga, desencadena en otras consecuencias también muy beneficiosas: comes a horas (incluso si llevas el tupper al trabajo), y cenas lo suficiente para recuperarte, pero sin pasarte para no afectar el descanso nocturno. Es un efecto dominó muy positivo para nuestra salud.
Cambiar (y mantener) una decoración minimalista
Esta puede parecer una cuestión frívola, pero en este mundo de consumismo es fácil caer en excesos y convertirte en presa de ellos. Tras la pandemia, momento en el que tanto mi pareja como yo teletrabajamos, y con las dos peques en la era de querer sacar todos sus juguetes a la vez, hubo un momento en que miré a mi alrededor y me di cuenta que no necesitábamos tantas cosas.
Me puse en modo Marie Kondo, desocupé armarios, doné, regalé y tiré una cantidad ingente de cosas y cuando lo que sobrevivió volvió a tener su sitio de una forma holgada, mi mente hizo un clic brutal. El minimalismo, que además de un cambio es un hábito que debes aprender a mantener, me ha traído paz mental y lo único que he lamentado es no haberlo adoptado antes.
Tomarme el tiempo para conectar conmigo misma y con mi pareja
Con esto no me refiero a sacar cinco minutos para pintarme las uñas o quedar con mi marido para tomarme un café de prisa y corriendo. Esto en realidad engloba cosas mucho más profundas.
Parar de vez en cuando. Pensar. En ti, en tus relaciones, en tu futuro, en que si se diese el caso, fueses capaz de contar a alguien que no te conoce, de forma breve pero precisa, de donde vienes y hacia donde te diriges. Este es un ejercicio de autoreflexión que pocas veces hacemos y que nos libra de ese "piloto automático" que llevamos activado a diario.
Tal vez te des cuenta que la rutina está matando tu relación de pareja pero que solucionarlo no es difícil, que ya han pasado tres años desde que tomaste la decisión de volver a las clases de yoga (pero no lo has hecho), que pierdes demasiado tiempo mirando el móvil y que puede que necesites bajar el ritmo para lograr disfrutar de lo que tienes a tu alrededor. Darle valor a lo que has conseguido recarga las baterías de una forma no rápida, pero sí muy efectiva.
Imagen de Freepik