Cuando me convertí en madre por primera vez, hace ya diez años, no había escuchado la mayoría de términos y conceptos que barajamos hoy en día relacionados con la crianza. No sabía qué tipo de madre sería, ni tenía muy claro cómo educaría a mi hijo: "lo iré viendo conforme vaya creciendo", me decía.
Con el tiempo supe que mi forma de criar entraba dentro de una corriente llamada "crianza respetuosa", basada en el amor, el apego y el respeto a las necesidades del niño. Con la llegada de mis otros dos hijos, la crianza y la educación se volvieron más complejas, y en mi búsqueda de métodos para criar con firmeza y amor, desterrando gritos y métodos autoritarios, me topé con la Disciplina Positiva; el faro que hoy nos guía en casa.
Así comencé el camino de la Displina Positiva
Aunque cuando nació mi primer hijo deseaba educarle de una forma no autoritaria, -sin dar cabida a los castigos, las amenazas, los gritos o los chantajes-, reconozco que no sabía muy bien cómo hacerlo, pues en mi entorno cercano no había parejas con niños en las que poder apoyarme, y la inmensa mayoría de gente de nuestra generación había recibido un tipo de educación basada en el autoritarismo.
Así que mi marido y yo fuimos haciendo como podíamos o creíamos, leyendo todo lo que caía en nuestras manos sobre cómo criar hijos felices y aprendiendo junto a nuestro hijo con el amor y el respeto como pilares fundamentales.
Pero con la llegada de mis otros dos pequeños, sobre todo a raíz de la llegada del tercero, el ritmo de vida que hasta entonces llevábamos se volvió más complejo. Las prisas del día a día, el querer llegar a todo, y la frustrante sensación de desear atender a todos por igual sin conseguirlo, acabaron derivando en una espiral de ansiedad, imposiciones, e incluso en ocasiones, también de gritos.
Curiosamente, lo que siempre había detestado se había colado de pronto en nuestra familia, e incluso hubo momentos en los que creí, erróneamente, que un castigo a tiempo o una recompensa solucionarían el problema que en ese momento pudiéramos tener entre manos.
Pero había un patrón que se repetía cada noche, cuando me iba a la cama. Y es que al repasar mentalmente mi día, me sentía abrumada, triste y dolida por no haber sabido actuar de otra manera. ¿En qué momento y por qué había cambiado mi forma de educar a mis hijos? Me preguntaba.
Y en mi búsqueda de soluciones por "volver a mis orígenes" y recuperar ese respeto en la educación que tanto mis niños como mi marido y yo nos merecíamos, entré en contacto con la Disciplina Positiva, y me sentí absolutamente maravillada y atrapada por su filosofía.
Poco a poco fui devorando libros y artículos sobre Disciplina Positiva, e incluso decidí participar en talleres teórico-prácticos que profundizaban un poco más en el método. Pero no fue hasta que me certifiqué como Educadora de Familias, cuando llegué a asimilar, realmente, la magnitud del cambio que debía llevar a cabo en mi vida.
Y desde entonces no puedo dejar de recomendarlo a todas las familias que buscan un cambio en la educación de sus hijos. Porque los niños son el presente y el futuro, y en nuestras manos está la importante responsabilidad de hacer que crezcan amados, seguros, confiados, respetados e independientes.
¿Qué es la Disciplina Positiva?
La Displina Positiva tiene sus orígenes en los años 20, en las ideas del psiquiatra infantil Alfred Adler y su colega, Dreikus. Sin embargo, no fue hasta los años 80, con Jane Nelsen y Lynn Lott cuando esta metodología comenzó a ponerse en práctica y a comprobar sus beneficios en la educación.
A la hora de definir la Displina Positiva diría que se trata de una filosofía educativa que no resulta humillante, ni para el niño ni para el adulto, y que apuesta por las relaciones basadas en la empatía y el respeto mutuo, la responsabilidad personal y las habilidades para resolver problemas.
Para educar mediante Disciplina Positiva primero tenemos que "conectar" con el niño; entender por qué actúa como lo hace y qué busca de nosotros con un determinado comportamiento. Una vez que tenemos claro este punto, resultará más sencillo trabajar junto a él, pues cuando existe conexión, empatía y respeto es más fácil enfocarse en encontrar soluciones a un problema.
Y es precisamente el "enfoque en soluciones" lo que más me gusta de este método, junto con la visualización del error como una excelente manera de aprender. Porque todos comentemos fallos, pero aprender de las consecuencias de nuestros actos es sin duda más positivo que remarcar los errores y humillar por ellos.
En definitiva, el camino de la Disciplina Positiva me ha abierto un fantástico mundo en la educación de mis hijos que estoy comenzando a exprimir. Mentiría si dijera que el cambio está siendo fácil y rápido, pues los resultados que se buscan con este tipo de educación están basados en el largo plazo, pero está siendo una experiencia muy gratificante y esperanzadora.
Y es que entender cómo funciona el cerebro del niño para conectar con él y emprender juntos la aventura de la crianza es fundamental para construir un camino respetuoso, firme y amoroso para todos.