Todas las madres pasamos por una gran transformación cuando tenemos hijos, entre la que se incluyen algunos cambios en nuestra forma de pensar y percibir el mundo. Una de las tantas cosas que descubrimos tras la llegada de la maternidad, es esa nueva forma de amar que nos enseñan los hijos y que nunca antes habíamos experimentado.
Si tú eres de las mías, te habrás dado cuenta que convertirte en madre también te hizo un poco más cursi, encontrando que muchas cosas relacionadas con nuestros pequeños hacen que sintamos que el corazón se nos desborda de amor.
El mágico poder de los cariños de nuestros hijos
Siempre he pensado que los abrazos son una de las muestras de cariño más puras y bonitas que existen, pero fue hasta que me convertí en madre que experimenté unos abrazos inigualables y que "desbloquearon" nuevas sensaciones en mí. Hablo, desde luego, desde los abrazos que recibo por parte de mi hija.
Y es que no importa a cuántas personas hayamos abrazado antes o con cuánto cariño: nada se compara con ese abrazo lleno de amor y ternura que nos dan nuestros hijos. De los besos pudiéramos decir prácticamente lo mismo.
Seguro hemos tenido besos románticos con nuestra pareja o amistosos al saludar a nuestros amigos. Pero los besos de nuestros hijos están en un nivel muy distinto. Son unos besos tan llenos de ternura, que incluso sin decir palabras nos lo dicen todo. ¡Hasta me atrevo a decir que son mágicos!
Un beso y un abrazo de nuestros hijos, sean pequeños o mayores, es recibir al instante una dosis del amor más sincero y también, una carga de energía que nos llena el alma y nos hace sentir plenos y felices. Es calma y alegría en un gesto cariñoso, tan simple como emotivo.
Por ello me atrevo a decir que no hay besos y abrazos más especiales que los de nuestros hijos, porque no hay otros tan llenos de amor y de ternura, tan sinceros y desinteresados, cuyo único objetivo es transmitir cariño incondicional.
Aunque estos pequeños grandes gestos de amor suelen ser más frecuentes cuando nuestro hijos son pequeños, lo cierto es que para una madre (y desde luego, para un padre) no dejan de ser muy especiales, sin importar la edad que ellos tengan.
Disfrutemos esas incomparables muestras de cariño de nuestros hijos, siendo siempre recíprocos de su amor y disfrutando cada una de las etapas en las que estos intercambios de afecto nos acompañan: desde que son pequeños (especialmente cuando son bebés de brazos y podemos achucharlos todo el día), hasta que se hayan hecho mayores.
Foto de portada | Gustavo Fring en Pexels