Cuando el tercer hijo nace, el segundo (también) crece de golpe‏

Cuando el tercer hijo nace, el segundo (también) crece de golpe‏
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Hace un tiempo escribí una entrada en la que explicaba algo que había sucedido al nacer mi segundo hijo, Aran. Jon, el mayor, creció de golpe en mi mente y, pese a tener tres años, de un día para otro pasó de ser mi niño pequeño a ser mi hijo el mayor, llegando a exigirle cosas que hasta ese momento no le había exigido y llegando a tensar demasiado la cuerda.

Pues bien, mira que iba avisado (y tan avisado, que yo mismo di el aviso) para el nacimiento del tercer hijo, pero al nacer Guim, Aran creció de golpe también. Por eso hoy os explico lo mismo, pero en versión segundo y tercer hijo: cuando el tercer hijo nace el segundo crece de golpe y papá puede llegar a meter bastante la pata.

Al nacer Guim, Aran entró en el grupo de “los mayores”

Sucedió así en mi mente. Tenía toda la teoría y tenía la experiencia de la otra vez, pero aún así tropecé dos veces con la misma piedra. Nació Guim y Aran, de repente, dejó de ser nuestro niño pequeñito para pasar a formar parte del grupo de “los mayores”. Yo tenía 3 hijos, pero se dividían en dos, el recién nacido, o sea, el pequeño, y los mayores.

Por esta razón, torpe de mí, hubo momentos en que les exigía a los dos las mismas cosas, sin pensar que uno tiene 6 años y es muy capaz de hacer muchas cosas, pero el otro tiene 3, y aunque es muy “mayor” para muchas cosas (y esto quizás le perjudicó porque mi subconsciente lo sabe), sigue siendo un niño de 3 años que está empezando a conocer el mundo más allá de sí mismo.

Guim tampoco ayudó mucho

Si Guim hubiera tenido el detalle de parecerse más a su padre que a su madre, y no hablo del físico, sino del comportamiento, todo habría sido más fácil. Cuando se juntan mi madre y mi suegra está claro que Miriam y yo, cuando éramos pequeños, éramos la noche y el día.

Ella no dormía casi y, cuando lo hacía, el vuelo de una mosca la despertaba. No podía estar nunca sola, lloraba en la hamaca y lloraba en brazos, no podía despegarse de sus padres o la liaba. Yo, en cambio, era un niño de “ON” y “OFF”. Mi madre dice que sabía que había tenido otro hijo porque tenía buena memoria, que si no podría haberlo olvidado. Yo no lloraba, de hecho, mi madre explica que cuando lloraba apenas me oía, porque tampoco hacía demasiado ruido (como sin querer molestar).

En fin, todo esto para explicar que mis dos primeros hijos fueron muy Miriam en este sentido. Yo tenía la esperanza de que este vez sí, a la tercera, mi hijo cogiera alguno de mis genes pacíficos. Pero no, no fue así. Ya en la barriga demostró pronto que nos íbamos a dar cuenta cuando saliera, y así ha ido siendo. Guim es demandante a más no poder, tanto que, como Miriam, también llora hasta en brazos (que uno dice… ¿pero qué más hago, si ya te tengo en brazos y meciéndote?).

El caso es este, como Guim es tan demandante está todo el día en brazos, así que cuando uno está con él, el otro trata de ordenar las vidas de toda la familia corre corriendo (casa, comida, ropa, niños, papeles, recados, etc.). En esta ecuación “los mayores” salen perdiendo, porque es difícil encontrar tiempo para estar con ellos. Jon lo lleva bien, pero Aran no lo ha llevado tan bien y yo, en vez de pensar “sólo tiene 3 años”, llegué a pensar que “siendo de los mayores, deberías entender que no puedo”.

Poco a poco, y gracias a Miriam, que lo veía desde fuera (“le estás pidiendo demasiado”), me di cuenta de nuevo del error que estaba recometiendo (¿otra vez, cazurro?) y empecé a tratar de calmarme con él, buscando de donde fuera el tiempo y la paciencia para atenderle cuando me necesitaba.

El sol regresa

Ahora, con Guim que acaba de cumplir los cuatro meses, tengo tres hijos: Jon, el mayor, Aran, el mediano y Guim, el pequeño. Cada uno con sus particularidades y sus necesidades y con un papá (yo) más consciente de que cada uno merece ser tratado de manera individual, y no necesariamente de igual manera.

El tiempo pasa, el nuevo miembro se va integrando en su nueva familia (aunque casi diría que su familia se está integrando al nuevo miembro) y poco a poco todos vamos encontrando nuestro sitio para tratar, sobre todas las cosas, de ser felices.

Sé que venimos al mundo para ser felices y para sufrir (o eso dice Pedro Guerra, que “venimos para ser felices y para sufrir”), pero como el sufrimiento es incontrolable porque viene de todas partes, nuestra misión será únicamente centrarnos en ser felices. En eso estamos.

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