Este debate hace tiempo que está presente entre madres y padres, probablemente, porque actualmente hay gran cantidad de literatura relativa a la crianza y la educación de los hijos.
Ante el nacimiento de un hijo que es mejor, ¿leer libros para aprender a educar o seguir nuestro instinto?
Pues mi respuesta a esta pregunta es: depende. No es una respuesta demasiado esclarecedora, lo sé, así que intentaré explicarlo mejor.
Los defensores de seguir el instinto dicen que no hay dos niños iguales y que en un libro escrito se estandariza a los niños para ser tratados todos de la misma manera. Por lo tanto, según ellos, lo mejor es seguir los instintos materno y paterno para educar a tu hijo de un modo individualizado.
Totalmente de acuerdo, no hay dos niños iguales y debemos luchar por la individualidad de cada niño. Sin embargo, en mi caso particular, me posiciono en el bando contrario, el del apoyo a la literatura, porque igual que no hay dos niños iguales, no hay dos padres iguales ni dos madres iguales y por lo tanto los instintos paterno y materno no son siempre los mismos.
Para conocer realmente cuales son nuestros instintos humanos debemos echar un vistazo al comportamiento de nuestros antepasados. Los niños tenían y siguen teniendo, pues el niño que nace hoy es igual a un bebé de hace miles de años, un fuerte instinto de supervivencia (además de muchos otros). Este instinto es el que les hace sentirse inseguros y les hace necesitar a alguien que le transmita la seguridad que necesita.
Las madres, a su vez, tenían el instinto materno de protección de la cría y ofrecían ese contacto que el niño necesitaba. Ahora también lo tienen pero la cultura y la sociedad lo merma en mayor o menor medida.
Me explico: Los adultos tenemos, por ejemplo, el instinto sexual y todos reconocemos su existencia. Todos los adultos vivimos en sociedad y superamos o controlamos este instinto sexual mediante nuestros conocimientos, nuestros aprendizajes y nuestras capacidades racionales. Así, aunque tengo un instinto sexual he aprendido a controlarlo o superarlo y no necesito satisfacerlo a todas horas.
Por lo tanto los instintos con los que nacemos (incluído el instinto materno) se acaban controlando, reprimiendo o modificando según los conocimientos que hayamos recibido y el entorno en que hayamos vivido y en muchos casos dejan de ser instintos para transformarse en comportamientos aprendidos.
Yo soy un padre que iba abocado a educar a mis hijos desde una visión autoritaria. No hablo de un régimen ni de un estado dictatorial, pero no iba a tener ningún reparo en dejarle llorar para que durmiera, en obligarle a comerse la comida, en evitar a toda costa que ‘me tomara el pelo’ y en conseguir que me tomara en serio y me obedeciera.
Mi “instinto” no era más que un aprendizaje social que se había nutrido de la educación que recibí, de los conocimientos impartidos en la carrera de enfermería, del saber popular que se recibe en la calle o en la televisión que dice que no debes malcriar a un bebé ni darle todo lo que pide y probablemente de la mera observación indirecta del entorno (ver a otras madres o padres educar a sus hijos).
Es decir, lo que yo creía que era mi instinto, al que yo iba a seguir, era precisamente toda aquella información que ahogaba, que superaba o que modificaba mi verdadero instinto paterno.
Entonces leí dos libros que recomiendo a menudo: Bésame mucho, de Carlos González y Dormir sin lágrimas de Rosa Jové.
Muchos de los que defienden el confiar en sus instintos critican estos libros porque dicen cosas que contradicen sus “instintos”.
Otras personas que siguen sus instintos alaban estos libros porque sienten reconocidos sus comportamientos instintivos y se tranquilizan al ver que lo que hacen, lo que sus corazones les dicta, no está tan mal como la sociedad les quiere hacer creer.
Las críticas a estos libros suelen ser algo así: “el de Carlos González no me ha gustado nada porque si sigues su método tu hijo dependerá de ti para todo” y “el libro de Rosa Jové no me aporta nada porque no es un método, no explica qué hay que hacer para que duerman”.
Y lo que muchos critican son precisamente sus virtudes. No son métodos, no son manuales, no intentan explicar cómo tratar a tus hijos. Simplemente son libros que explican por qué los niños hacen lo que hacen. Por qué se comportan así o asá y porqué es normal que lo hagan.
Si los instintos de un padre o una madre le hacen entender que los niños nacen con una gran dependencia y que necesitan contacto, cariño y alguien que atienda sus llantos no hay libro que valga.
Sin embargo, si como pasó conmigo, los aprendizajes, las vivencias y el saber popular han mermado nuestros instintos hasta el punto de no entender las necesidades de un bebé, los dos libros que he comentado son un muy buen comienzo.
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