Los niños de tres y cuatro años: esos pequeños 'maltratadores psicológicos'
Hace menos de un año escribí una de esas entradas en la que abres las puertas de tu casa para contar un poco cómo es tu día a día. Os hablé de mis hijos, y sobre todo de Guim, el pequeño de los tres, para explicar ese extraño momento cuando tienen 2 ó 3 años en que no quieres que crezcan y deseas que se hagan mayores. Pues bien, Guim tiene ya 4 años, y no puedo decir que la cosa vaya mucho mejor.
En realidad no me preocupa demasiado, porque es la tercera vez que lo vivo (con los otros dos sucedió igual), y a base de repetición uno se da cuenta de que el problema se autolimita en el tiempo. Pero oye, eso no quita que haya días que te salga el humo por las orejas. Y es que después de tres hijos puedo afirmar sin miedo a equivocarme que los niños de tres y cuatro años se comportan como unos auténticos 'maltratadores psicológicos'.
Porque tienen esa edad, que si tuvieran 10 más estarían probablemente en un correccional, y si tuvieran 20 más, con los padres en una profunda depresión, llorando, buscando ayuda y rezando para que la policía lo aparte de sus vidas, a pesar de quererle más que a nada en el mundo.
¿Que por qué digo eso? Pues porque os voy a hablar de cosas que han hecho mis hijos en esa edad y que, si las imagináramos en un adolescente, o en un adulto, serían para pedir una orden de alejamiento.
La ropa que le pones no sirve
Eliges la ropa para ese día después de valorar que una cosa pega con la otra, la temperatura del día y la posibilidad de que a mediodía, en caso de que haga calor, pueda quitarse una prenda para estar más confortable. Pero nada de eso tiene ninguna lógica para él, porque él solo quiere la camiseta que no pueda ponerse por estar sucia, rota, pequeña o lavándose.
Si está en el armario no tendrá ningún interés en ella. Sólo elegirá la que no esté ahí. Y le dices que no puede ser, que está sucia, y le da igual: "te lo montas como puedas, o como quieras, pero me pones esa sí o sí".
Por otro lado está el tema del clima. Estamos en las mismas: quiere llevar botas de agua cuando estáis a 30 grados, y el día que más llueve se te planta las zapatillas de tela. Y sin calcetines. Que sí, que se las ha puesto él porque así te demuestra que sabe lo que quiere, cómo y cuándo, que ya es mayor para tomar sus propias decisiones, pero es que no solo no son para ese día, sino que además se las pone del pie cambiado... Muy mayor tú, sí señor. Manda narices.
Quiere lo que tiene su hermano
¿Hay alguien que a estas alturas sea capaz de negar la ley de la gravedad? No, ¿verdad? Pues mira, me parecería más lógico enterarme de que alguien ha conseguido refutarla que conocer a alguien cuyo hijo pequeño no desee con locura todo lo que tiene su hermano mayor. Es la llamada ley del "culo veo, culo quiero".
Da igual lo que sea. Da igual que sea un objeto que lleva 427 días cogiendo polvo en casa sin que reparara en su existencia y sin el mínimo deseo por sujetarlo unos segundos; en el momento en que el hermano lo tenga entre los dedos su atención se centrará irremediablemente en ello e irá a conseguirlo con uñas y dientes. Primero con un "lo quiero, dámelo" y después, de no conseguirlo por las buenas, por las malas.
A esta ley le acompaña otra igualmente irrefutable: una vez un niño consigue un objeto deseado, el tiempo que tardará en soltarlo es inversamente proporcional al tiempo que ha tardado en conseguirlo, al alcance de la rabieta y a los gritos que se han generado en casa tanto por parte del hermano como por parte de los padres. O sea, cuanto más la lían, menos rato hacen uso (de la mierda) del objeto.
Y a esta segunda ley le acompaña otra que nos afecta a los padres: cuanto mayor es el lío, mayores son las ganas de tirar el objeto por la ventana.
"En esa taza no, en la otra"
Siguiendo con lo de la ropa, y para que veáis que dicho comportamiento se extiende a otros momentos de la vida con ellos, la taza para la leche no será nunca la correcta. "Esta no, que es de plástico". "Esta no, que no tiene dibujos". "Esta no, que no me gusta Doraemon". "Quiero la de Gumball"... que será la que tiene su hermano, o la que está en el lavavajillas.
Al final la conseguirás no sabes cómo, y te verás con que has pasado la leche constantemente de una taza a la otra, para en el momento de dar el primer trago decirte: "no quiero más, está fría". O peor: "Es que yo no quería leche".
"Ahora no me ducho"
Es uno de los momentos de mayor terror para los padres. El momento de la ducha o el baño. Los hay que ya han optado por ducharlos cada 2-3 días, para evitar tal calvario (y digo calvario porque de los nervios hay muchos padres que se están quedando calvos). No quieren ducharse. Imposible. Tienes que recurrir a los juegos, a engaños, a estratagemas, a "hacemos que yo era un troll y tú te salvas al entrar en la ducha" y cosas así, y aunque muchas veces funciona, muchas otras no.
Y no quiere, y hay días que hasta por la fuerza, oye, porque maltratador es un rato, pero no deja de ser un canijo y lo puedes llevar en volandas. Y todo para que luego en la ducha empecéis a jugar a hacer burbujas, a ser Spiderman y suceda lo siguiente.
"Ahora no salgo de la ducha"
Que venga, que ya te he aclarado, que deja de tocar el jabón, que vamos, que... y no quiere salir. Intentas racionalizar la situación, tratar de entenderla, pero no. Los niños de 3-4 años deben ser una especie superior, o quizás incluso hacen eso que llaman "utilizar el 100% de la capacidad cerebral", y no llegamos a su altura. Porque por más que tratamos de descifrar sus comportamientos, no logramos acercarnos al motivo de lo que hacen.
Y te notas las ojeras caer... de los ojos hacia la barbilla. Que no hace falta ni mirarte en el espejo: que notas que bajan y bajan en paralelo a tus hombros y tus brazos. Agotado ante tal manejo de tu hijo, tal superioridad, tal maltrato. Tal, que te tiene desorientado completamente y, al final, a su absoluta merced.
"No me lo como"
Momento de la comida. Como lo de la leche, pero en plato. Que este plato no, que es el otro. Que este vaso no, que el otro. Que esto que me has hecho es asco y no lo quiero. Le haces otra cosa. Tampoco era eso. Que quiere de lo tuyo. ¡Pero si es lo mismo! Ya, pero de lo tuyo, que parece que en tu plato mola más.
Se lo das, lo tuyo... ya te comerás lo suyo y lo que sobre. Al final comes siempre, así que no hay problema. Dos o tres cucharadas y desaparece. Que no quiere más. ¿Para qué tanta historia?
Y al final, cuando ya no queda nadie en la mesa y has recogido las sobras y tirado lo suyo, porque había medio kilo de tomate, sospechas que algún moquillo y hasta un poco del agua que se le ha caído al beber, aparece y te dice: ¿¡Y mi comida!? ¡La quiero! Pobre de ti que le digas en la basura... coge de las sobras de la nevera, o si no es posible, coge un poco de la basura sin que te vea, lo que veas que no ha entrado en contacto con cosas asquerosas, y se lo plantas en el plato. Total, ¡tampoco se lo va a comer! No tiene hambre. Es la tortura por la tortura. Es machacarte psicológicamente para que te arrodilles ante él. Nada más.
"¿Y el mío?"
Y llegas un día con un libro para el mayor, que se ha leído el último que le compraste. Y te mira y te dice: ¿y el mío? Y tú pensando (¿Y el tuyo qué? ¡Si tienes doscientos libros heredados de tus hermanos!). Y le miras, y aunque sabes que de esa no sales vivo le dices "solo he comprado este para él, porque se acabó el suyo y quiere leer uno nuevo". ¡Pues yo quiero uno!
Porque no puedes regalar a los mayores si él no recibe algo. Porque los mayores tienen que acabar dándole al pequeño todo lo que les sale en los cereales, o en los huevos, o en lo que sea. Él lo quiere y lo quiere ya.
"¿Y cuándo es mi cumpleaños?"
Que ve regalos y lo mismo, que dónde están los suyos. No, que hoy no es tu cumpleaños. ¡Pues cuándo es! Y todo es un drama. Los regalos, los niños alegres pero él no, ¡¡soplar las velas!! "Venga, espera, no cortes todavía que ahora quiere soplar él". Y alguien dice "Pero, si hoy no es su cumpleaños...", momento en que lanzas esa mirada tuya de loco de asilo, con el tic en un ojo, y susurras "Callaaaaaa. Deja-que-sople-las-puñeteras-velaaaaassssss".
"¡Por ahí no!"
Sales a la calle y vas al mismo lugar de siempre. Entonces decides pasar por una tienda a por algo, saliéndote un momento del recorrido y te dice "¡Por ahí no!". Porque él ya conoce el camino y es inviable salirse de él: no puede ser que todos los días vayáis por los mismos sitios y ahora de repente, sin avisar ni nada, te dé por cambiar. "Tira por donde siempre, papá, o me tiro al suelo y de aquí no me muevo".
"¡Quería darle yo al botón!"
Salir de casa con todos, vamos para el parking a coger el coche y aunque vayamos tardísimo: "¡Que nadie toque el botón del ascensor!". Que quiere darle él, que ahora viene porque está haciendo no sé qué tan importante en casa con unos cromos. Que nos vamos, pero no cuando digamos nosotros, sino cuando diga él. Que bajamos en ascensor, pero no cuando digamos nosotros, sino cuando diga él. Y a veces no hay más remedio que bajar aunque le haya dado otro, pero hay días que hay que enviar al ascensor a otra planta para que definitivamente sea él quien pulse el botón.
"¡Eres un puto!"
Sí. Así es. Cuando se enfada y se queda sin argumentos entonces te insulta con el último insulto que ha aprendido, o juntándolos todos: "¡Eres un puto! ¡Siripollas! ¡No te quiero!". Y así te quita su amor, porque sabe que te encanta cuando te dice que te quiere, y concluye que te enfadará mucho si te dice lo contrario. Puro maltrato... lástima que no les funcione.
"Pues me meo aquí"
Pues me hago pipi aquí en medio de la habitación, pues tiro la leche a la mesa, pues te tiro la comida al suelo, pues te hago aquello que sé que más te va a enfadar, o lo primero absurdo que se me ocurra para castigarte por no hacerme caso en el primer segundo después de llamarte. "¿Qué te pasa, hijo?". "Que te he llamado y no vienes... pues mira lo que hago". Y tú ahí corriendo como un poseso para evitar que te dé más trabajo del que ya tienes, totalmente rendido a su merced, doblegado a su voluntad, y pensando: "qué tío... cómo me devuelve que estos días no haya podido pasar mucho tiempo con él" o "qué tío... a ver si crece ya".
Paciencia, amor y seguir diciéndoles lo que está bien y lo que no
Y es que muchas veces la cosa va por ahí, que como no saben cómo decirnos lo mucho que nos quieren y lo mucho que quieren que les queramos y estemos por ellos, y notan que no lo estamos lo suficiente, nos lo exigen haciendo de las suyas. También hay mucho de la edad, de autoafirmarse, de empezar a tomar decisiones... y en ocasiones hay también de eso que llamamos "dime papá, hasta dónde puedo llegar".
Así que ya sabéis qué toca: paciencia, porque cuando cumplen los 5 son pocos los que siguen siendo tan maltratadores; amor, porque igual que ellos te demuestran la mayor parte del día lo mucho que te quieren, debemos hacer lo mismo (el amor no depende nunca de su comportamiento); y seguir diciéndoles lo que está bien y lo que no, que parece que en realidad somos sus absolutos esclavos, y la única manera de no convertirnos definitivamente en eso es seguir explicándoles por qué no pasa nada si bebe en otra taza, por qué puede ir con otra ropa a la calle, por qué las botas de agua son para el agua y por qué no te gusta tener que darle la fregona para que limpie lo que acaba de manchar con toda su mala intención.
Fotos | Maggie Stephens, greg westfall, Joopey en Flickr
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