Cuando jugamos o competimos, lo hacemos por múltiples razones; disfrutar, pasar un buen rato, aprender... pero también, para disfrutar de la victoria si llega, es decir, para ganar. Es así, y esto no tiene por qué ser algo negativo. Al fin y al cabo, ser competitivos puede servirnos de motivación, y nos lleva a mejorar y a perseverar.
Sin embargo, cuando el único objetivo es ganar, y esa competitividad es excesiva, puede llevarnos a no disfrutar del proceso, obsesionándonos con el resultado. Hay niños que tienden a ser más competitivos y esto les lleva a sentir mucha frustración si pierden o a darle un valor desproporcionado a la victoria. Entonces, ¿cómo fomentar una competitividad sana?
La competitividad en los juegos o competiciones
La competitividad se define como "la rivalidad o competencia intensa para conseguir un fin". Cuando competimos, podemos ser más o menos competitivos, o directamente no serlo. Como muchas otras cosas, esta forma de ser está influenciado por la genética y la personalidad de cada niño, pero también por lo que han aprendido (es decir, por el ambiente).
Si por ejemplo en casa los niños han observado que sus padres son competitivos, es más probable que lo sean también ellos. Por otro lado, detrás de la competitividad a veces hay una gran dificultad para tolerar la frustración que conlleva perder.
Las consecuencias de ser demasiado competitivos
Por eso es tan importante fomentar un ambiente sano durante los juegos o las competiciones deportivas, los concursos, etc. Porque la competitividad, si se lleva a un extremo, puede generar desmotivación, compararse con otros y conflictos entre los niños.
Y además, si piensan tanto en el resultado, se pierden la posibilidad de disfrutar del proceso (por ejemplo, de disfrutar mientras juegan, lo que se conoce como motivación intrínseca).
Cuando existe mucha competitividad, la motivación se coloca fuera, en los resultados (es la motivación extrínseca). Queremos que los niños disfruten del mero hecho de jugar o participar, y que el resultado sea un añadido, aunque eso no quite que les guste ganar y que esté bien que se esfuercen por ello y perseveren por sus objetivos.
La competitividad sana tiene estos beneficios
La realidad es que se puede disfrutar de un juego o una competición siendo competitivos, pero siéndolo de forma sana. La competitivad sana es aquella que saca aspectos positivos de los niños; por ejemplo, que les permite:
- Automotivarse, perseverar, seguir intentándolo.
- Trabajar en equipo (para conseguir objetivos comunes).
- Poner en práctica la empatía; por ejemplo, animar a los compañeros cuando decaigan, ayudarles, etc.
Cómo enseñarles a competir de manera sana
1. Recalcar las fortalezas y logros durante el juego
Recalcar las fortalezas de los niños ("¡oye, qué bien se te da esto!"), los logros y los avances durante el juego, ayudan a focalizar la atención en el proceso más que en el resultado. Y eso es importante para que los niños vean el juego más que una competición, sino como un viaje hacia ese resultado que no tiene por qué ser siempre ganar, y no pasa nada.
2. Atentos a cómo enfocamos las victorias y "derrotas"
Es muy importante poner atención a cómo enfocamos las victorias y las derrotas cuando se dan. Cuando los niños ganan, claro que está bien reforzarlos, premiarlos y felicitarles. Sin embargo, también lo es, a través de nuestro lenguaje, darle importancia al esfuerzo y a lo bien que se lo haya podido pasar, y no tanto al resultado.
Por ejemplo, en lugar de decir: "¡Qué bien, sabía que ganarías!", "¡Has ganado, eres el mejor!", cambiémoslo por: "Enhorabuena, ¡te has esforzado un montón!", o "Genial, ¿te lo has pasado bien?".
Y lo mismo con las "derrotas"; no debemos darle demasiada importancia al hecho de perder (es decir, relativizar). Y aunque pierdan, ahí también podemos reforzar su esfuerzo, los logros y el proceso. "Bueno, pero ¿cómo te lo has pasado?", "te has esforzado un montón".
3. Reflexionar sobre ganar y perder
Por otro lado, es importante que reflexionemos con ellos sobre qué significa ganar y perder, y sobre cómo nos sentimos en cada situación. Tampoco se trata de invalidarlos cuando se sienten mal por perder (de hecho, debemos dar espacio a esa emoción también), sino de ayudarles a ver las cosas con perspectiva y a no centrarse únicamente en la sensación desagradable que deriva del hecho de perder.
Para ello, hay algunas preguntas que nos pueden ayudar; por ejemplo, "Hemos perdido, de acuerdo, pero, ¿hemos aprendido algo? ¿Cómo lo hemos pasado? El hecho de perder, ¿cambia cómo lo hemos pasado?"
4. Fomentar la tolerancia a la frustración
Para trabajar la competitividad sana es necesario trabajar también la tolerancia a la frustración. Aunque se puede ser competitivo y gestionar bien el hecho de perder, muchas veces van de la mano; ser competitivo y enfadarse mucho si no se gana.
Para que puedan gestionar adecuadamente esa frustración, deben entender que, ni tan importante es ganar, ni tan importante es perder. Es decir, que puedan relativizar, y a su vez, adquirir herramientas para gestionar esa frustración si aparece.
5. Pensar en las consecuencias de ser demasiado competitivos
Finalmente, debemos ayudarles a reflexionar sobre cómo se sienten cuando son tan competitivos (hablamos de una competitividad insana), y qué consecuencias conlleva serlo.
Tal vez ser competitivos les haya traído conflictos con otros compañeros, enfados desproporcionados, mucha frustración... ¿Cómo se sintieron entonces? ¿De qué forma pueden ser competitivos sin llegar a sentirse tan mal o a propiciar esos conflictos?
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