Ayer iniciamos un tema que suele afectar a muchos padres relacionado con la manera de criar, con nuestras decisiones y con la opinión de las personas que viven en nuestro entorno, haciendo que ser padre pueda ser muy duro.
Suele suceder sobretodo con el entorno más directo, con los abuelos y abuelas de nuestros hijos, nuestros hermanos, sus tíos, o nuestros amigos, aunque puede suceder también con personas desconocidas. Ayer hablamos ya de algunas situaciones en que terceras personas presionan a los padres, a veces hasta ahogarlos, y hoy trataremos algunas situaciones que ayer no llegamos a tocar.
Este niño necesita jugar con otros niños
Más o menos hacia el año y medio, a veces antes, a veces después, la presión por conseguir que los niños se separen de sus padres y vayan a la guardería se acentúa hasta llegar casi al acoso o derribo.
El niño está creciendo. Ya camina, corre y juega y estas parecen ser las únicas herramientas que necesita un niño para separarse por fin de sus padres y pasar varias horas con otros niños. O eso, o lo conviertes en un niño incapaz de ver el sol.
Recuerdo que fue una de las cosas por las que más presión recibimos: “Ya debería ir a una guardería”, “Tendríais que dejarlo ni que fuera con los abuelos, para que aprenda a estar sin vosotros”, “Le estáis haciendo más mal que bien”. Fue tal el bombardeo de mensajes por la sociedad entera (“¿No vas a la guarde hoy, nene?”, decían en los comercios) que llegamos a visitar un par de guarderías para dejar al niño algunas horas por la mañana.
Ese fue el detonante para decidir no llevarlo, vimos enseguida que allí nunca estaría como en casa así que, sin necesidad de que fuera, pues Miriam no trabajaba, no había un auténtico porqué.
Ya debería dormir en su cama, en su espacio
Muchos pediatras opinan que los niños tiene que salir de la habitación familiar a los 2-3 meses, cuando aún no conocen bien el entorno ni dónde están, para que conozcan y aprendan que la noche se pasa en su habitación. Otros dicen que el cambio debe hacerse a los seis meses y otros quizás no digan nada al respecto, dejando la decisión en manos de cada familia.
El caso es que, sin haber una edad recomendada estándar, un niño de más de un año en la habitación de los padres es un problema a resolver. El niño está demasiado mimado y consentido y los padres son tan blandos y cómodos que, ya se lo encontrarán, sus hijos manejarán sus vidas como quieran, se acostarán a las mil, se drogarán, serán delincuentes y malhechores y les pegarán porque de pequeños no fueron capaces de decirles cuál era su cama.
El caso es que el niño tiene que dormir en su espacio como sea, no vaya a ser que la gente se entere de que, con tres añazos, aún duerme con vosotros. “Dale un osito, nena, y que lo abrace” (que al parecer eso es más honroso que abrazar a una madre o un padre), “Pues déjalo que llore” o “No, no, los niños tienen que dormir en su cama” son frases que pueden llegar a decirte sin despeinarse siquiera.
Si aún son más atrevidos se acercarán al niño y le dirán: “Tienes que dormir en tu habitación, que ya eres mayor, y mamá y papá quieren estar solitos”. Todo ello ayudándote a educarle, porque está claro que eso de que duerman contigo es un fracaso educativo, un error que aún no habéis sabido corregir.
Pero vamos a ver, ¿el niño de quién es?
No sé cuán presionados os habéis sentido, ni si en alguna ocasión habéis hecho con vuestros hijos cosas que en casa no haríais, simplemente por evitar comentarios. Ni siquiera sé si habéis llegado a casa convencidos de que estabais haciendo las cosas mal, porque todo el mundo os convence de ello, haciendo que tratarais a vuestros hijos de diferente manera, ni si habéis llorado de noche porque sentís una presión en el pecho que no os deja respirar tras colgar el teléfono a vuestra madre, la que os crió, que no entiende por qué no hacéis lo que os dice.
No sé nada de ello, pero sé que puede haber pasado. Sé que todos ellos lo hacen por vuestro bien y por el bien de vuestro hijo. Sé que lo hacen con buena intención, que os quieren y le quieren, pero también sé que una madre y un padre no pueden, nunca, jamás, sentirse solos ni incomprendidos por sus elecciones a la hora de criar a un hijo. No deberían sentirse juzgados, ni presionados, ni con una ansiedad descomunal ni ahogados por los demás porque, vamos a ver, ¿el niño de quién es?
Hay madres (lo siento, me centro en ellas porque suelen ser ellas) que tienen tan claro que cuando te conviertes en madre lo eres para toda la vida que asumen que el control sobre los hijos debe mantenerse siempre. De eso modo controlan a sus hijos o hijas incluso cuando ya viven con sus parejas y cuando ya han sido madres o padres. Se convierten en la abuela y madre controladora que sigue preocupándose por cada detalle y por cada asunto relacionado con sus hijos y nietos y lo hace por amor (y con amor).
El problema es que a un niño pequeño lo puedes controlar, pero cuando crece, cuando tú ya has hecho tu trabajo como madre y ya le has dado una educación, es difícil, sino imposible, seguir manteniendo ese control. En ese momento, en el momento que tus hijos echan a volar, lo que debe quedar es la confianza.
Hay cientos de mujeres y cientos de hombres que viven su maternidad y paternidad con discusiones a caballo entre la pareja y la madre, porque “mi madre me dice que tengo que hacer con el niño A, pero mi pareja me dice que B”, y oye, llegar a casa diciéndole a tu pareja que “mi madre me ha dicho que tenemos que hacer A” es un asunto delicado, muy delicado. Así que vosotros, padres y madres, entended que el niño es vuestro y que ya no debéis ser controlados por nadie.
A vosotras, abuelas, y a todo aquel que forme parte del entorno de unos padres con un niño pequeño y que tiene la tentación siempre de aconsejar sin haber sido preguntado, dejadlo. Dejad de controlar, hace tiempo que echaron a volar, es absurdo tirar de la cuerda. Si tiráis de vez en cuando entorpeceréis su vuelo, si tiráis demasiado, les ahogaréis.
Fotos | storyvillegirl, lucianvenutian en Flickr
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