Voy a contaros una anécdota personal de una conocida que acaba de tener un bebé y me contaba acerca de su parto.
“Todo muy bien, salvo por la matrona”, me resumió. Me comentó que la matrona la regañaba porque se quejaba de dolor al hacerle tacto y que una vez que se encontraban en el paritorio se alejó de la camilla y le dijo “verás cómo ahora no sabrás pujar”. Eso y decirle “no vales para nada” es prácticamente lo mismo.
Decir que a ella no se le borraba la sonrisa de la cara al ver a su bebé recién nacida pero la verdad que es humillante que hagan pasar por eso a una mujer que está a punto de dar a luz, y encima primeriza.
Creo que un entorno hostil no es para nada favorable en un momento tan especial. El entorno en el que da a luz una mujer debe ser agradable, amable e íntimo en el que tanto matrona como médico colaboran en la atención de la mujer para darle la mayor confianza posible.
Según me comentaba la reciente mamá, la matrona está hace años en el hospital y dicen que es una “profesional excelente”. Lo siento, pero para ser una matrona excelente, además de saber cómo traer niños al mundo es fundamental tener sensibilidad y empatía con la parturienta. Comprenderla, respetarla, apoyarla y compenetrarse con ella.
Lamentablemente, no es la primera vez que oigo un caso similar. Estoy segura que muchos de vosotros tenéis historias cercanas parecidas, e incluso las vuestras propias, que queráis compartir con nosotros para que veamos cuánto queda por cambiar.
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