Cómo enseñarle a tu hijo qué es el amor del bueno, el que le hará feliz
Además de cómo y cuándo se cruza la calle, además del lenguaje, de contenidos, además de todas esas cosas, los padres enseñamos a nuestros hijos (con nuestra conducta, palabras, estilo de crianza…) qué es el amor. Pero “amores” hay muchos, unos más sanos y otros menos. ¿Cómo podemos enseñarles a amar sanamente?
El amor, como conjunto de emociones, es algo que aprendemos desde niños. Cómo se expresa, en qué consiste, qué podemos esperar de él… son cuestiones que dependen de la cultura en la que nos encontremos, obviamente, pero también de la educación que recibimos en casa.
Te propongo una reflexión: piensa en qué relación tenían tus padres entre ellos cuando eras pequeña/o, cómo se demostraba el cariño en casa (entre la pareja y hacia vosotros, los hijos), qué se decía de las relaciones de pareja y de las familiares… Todas estas cosas son las que componen la educación en amor en el seno de la familia, y aunque muchas veces se producen sin que los padres nos demos cuenta del mensaje que transmitimos condicionan cómo vamos a amar cuando seamos adultos.
Dada la importancia de amar, del amor en todas sus vertientes, nos interesa hacer un poco más consciente esta educación: porque para que sean felices, que es lo que todos los padres queremos, conviene que les enseñemos qué es el amor, el sano, el bueno.
El amor por uno mismo
Una buena autoestima es la base de la salud mental y emocional de los adultos y para que sea fuerte y sana, ésta debe empezar a cultivarse desde niños.
Acompañar a los peques en sus actividades, interesarnos por lo que nos cuentan, reforzar sus avances… todo esto ayuda a que se vaya forjando su autoestima, a que vayan construyendo una idea de sí mismos en la que se ven capaces, eficaces, importantes.
Así mismo, debemos tener cuidado con el nivel de exigencia que transmitimos ya que puede derivar en niños excesivamente perfeccionistas. El perfeccionismo lleva a una baja autoestima (“Si no hago las cosas de la mejor manera no seré digno de aprobación”) y a una pobre evaluación de nosotros mismos, tanto de adultos como de niños.
Para evitar este perfeccionismo podemos comenzar por minimizar la importancia de los errores (no se acaba el mundo si nos equivocamos) y otorgarles un valor positivo (del error se aprende). ¿Cómo? Sirviendo de ejemplo con nuestra conducta y con las cosas que decimos delante de ellos. No vale, por tanto, fustigarse si nos equivocamos de calle cuando vamos con el coche, por ejemplo.
Amor, respeto y derechos
El amor es sumar, complementar, compartir, crecer… no es depender. Cuando son más pequeños su amor es un tanto “egoísta”, con sentido de propiedad, pero poco a poco, por propio desarrollo y con nuestra ayuda, irán entendiendo que el amor no implica obligación ni dominio, sino libertad.
Respeto: los niños deben aprender que los demás no “tienen” que hacer lo que queremos a cada instante, pero que el hecho de que no se comporten como nosotros deseamos no significa que no nos quieran, al contrario. Esto ayuda además a que tengan una mejor tolerancia a la frustración.
Derechos: todos tenemos derecho a tener nuestra opinión, y a que no necesariamente ha de coincidir con la de los demás. Todos tenemos derecho a ser amados, escuchados, a expresar nuestras necesidades y pedir lo que queremos. Este es un componente fundamental de la asertividad: saber decir que no (ante peticiones, por ejemplo) y saber pedir lo que necesitamos. Las implicaciones y aplicaciones de esta asertividad son importantísimas en la infancia, por ejemplo en la prevención de abusos.
Durabilidad: los niños empiezan por concebir el amor como algo voluble (si me hacen reír es que me quieren, pero si me regañan es que ya no me quieren). Cuando regañemos o marquemos límites podemos recordarles a nuestros hijos que les queremos, que no es incompatible con lo que estamos haciendo, que les querremos siempre, aunque a veces parezcamos enfadados. Con esto, el tiempo y la constancia irán estableciendo una noción del amor como algo más sólido y estable, que no se evapora por una conducta concreta.
Gestionar y expresar el amor
El amor es un conjunto de emociones, y por tanto nuestros pequeños han de aprender a gestionarlas y expresarlas. Para ello debemos tener cuidado con las verbalizaciones que hacemos sobre las relaciones de pareja o los roles de género. Ideas como “quien bien te quiere te hará sufrir” debemos evitarlas a toda costa. Estas ideas transmiten una noción de amor ligada al sufrimiento, al sacrificio, lo que se asocia con situaciones de maltrato y relaciones tóxicas (algo que obviamente no queremos para nuestros hijos).
Consejos para trabajar un amor saludable en familia
- Qué decimos: como he comentado, debemos prestar especial atención al discurso que mantenemos en casa acerca de las relaciones y del amor.
- Hablar de amor: preguntarles abiertamente qué entienden por amor, cuándo creen que los queremos, qué conductas demuestran amor…
- Qué hacemos: cómo expresamos el cariño en casa (entre nosotros los adultos y hacia ellos, los peques), cómo nos relacionamos con los demás… Nuestra conducta sirve de modelo para nuestros hijos y es fuente de aprendizaje.
- Demostrar que nuestro amor hacia ellos es incondicional, pero que ello no significa comportarnos y hacer exclusivamente lo que ellos quieren.
- Reforzarles cuando hablen de sus sentimientos, y aprovechar esos momentos para pulir el concepto de amor
- Reducir los altos niveles de exigencia para que no acaben siendo muy perfeccionistas
- Quererles, mucho, y decírselo y demostrárselo. Porque la mejor manera de enseñar qué es el amor es queriendo.
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En Bebés y más: Seis cosas que debes enseñarle a amar a tu hijo