¿Niños que se provocan la enfermedad para llamar la atención?

¿Niños que se provocan la enfermedad para llamar la atención?
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Hace unos días vimos cómo la falta de relación y tiempo entre padres e hijos puede llegar a hacer que los niños crezcan en la carencia, faltos de un referente y faltos, en cierto modo, de todo el cariño y la atención que merecen en la entrada “Por qué algunos niños de hoy en día acaban siendo adolescentes problemáticos“.

Los niños son personas y ante las adversidades, como todo el mundo, buscan medidas adaptativas, soluciones que les ayuden a vivir con los problemas o ideas que les ayuden a superarlos. Algunos se resignan y se acostumbran a la falta de tiempo con sus padres buscando alternativas que llenen ese tiempo (la televisión, empezar a sobrevalorar los bienes materiales, etc.), otros más insistentes tardan más en adaptarse (o no lo hacen nunca) y ante la falta de atención idean estrategias para conseguirla. Una de ellas es tratar, como sea, de provocar la enfermedad para conseguir que le hagan caso.

Esto no lo hacen porque se les ocurra que puede ser una buena idea, sino como respuesta a un aprendizaje. Los niños, por su sistema inmunitario inmaduro, enferman más que los adultos y, por ser niños, necesitan más cuidados que nosotros (que ya nos sabemos cuidar solitos). Esto hace que en situación de enfermedad los mimemos más, los atendamos, los dejemos dormir con nosotros y estemos, en resumen, más atentos a sus necesidades que cuando están sanos. Dicho de otro modo: los niños (que sienten que sus padres están poco por ellos) aprenden que cuando están malitos papá y mamá les hacen más caso que cuando no lo están.

Provocando la enfermedad

Cuando un niño se encuentra mal mamá y papá le dejan quedarse en casa y, a veces, incluso se quedan con él (¡y eso que tenían sus propias obligaciones!). En esa situación se vuelve en cierta manera especial, pasa de ser un niño sano al que nadie hace demasiado caso y del que todo el mundo espera que sea autónomo, independiente y que no moleste demasiado a ser el centro de atención. Papá juega con él, mamá le abraza y le llena de besos, duerme por las noches con ellos, le preparan su comida favorita y si tiene “suerte” y está muy malito hasta le compran algún regalo. Y si alguien dijera “oye, ¿no creéis que lo estáis mimando demasiado?”, siempre habrá alguien que le defienda porque “pobrecito, que está malito”.

Entonces el niño se da cuenta de que su vida de niño sano no tiene nada que ver con su vida de niño enfermo y lucha por somatizar, por hacer que sus problemas de cada día se transformen en dolores de cabeza, de barriga e incluso en fiebres y diarreas. ¿O quizás simplemente somatizan sin saberlo?

No hacerle caso

“Mi hijo llora, casi berrea, me dice que le duele la barriga y que está malo para llamar la atención, porque no tiene nada”, dicen las madres cuando la técnica de “ponerse enfermo” empieza a volverse crónica y cuando los pediatras han descartado una enfermedad que produzca esos malestares.

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En este punto se observa que un niño está realizando conductas inadecuadas (hacerse el enfermo, llorar, quejarse de dolores que no tiene, o quizás sí, pero que él mismo se provoca, a través de su malestar psicológico) sólo para llamar la atención de sus padres, que ya no saben qué hacer con él.

Entonces llega un pediatra, o un psicólogo, o una enfermera, o la abuela, o la suegra, o la vecina del quinto y, llenos de sabiduría te dicen: “cuando esté enfermo, ocúpate de él, pero no le des demasiada atención”, porque claro, si la madre le da atención, si le hace caso, está reforzando las conductas del niño y el niño siempre hará lo mismo. Entonces, si la madre deja de hacerle caso, al no obtener respuesta, el niño dejará de ponerse enfermo con ese fin y todo solucionado.

La punta del iceberg

Y tienen razón, ante la ausencia de respuesta, el niño dejará de actuar de ese modo. El problema es que así eliminas la punta del iceberg y eso sólo sirve como solución temporal, porque el iceberg sigue ahí. Lo interesante es meter la cabeza bajo el agua, aun cuando te mojes entero, para observar cuán grande es dicho iceberg y qué puede hacerse para deshacerlo.

El iceberg es una necesidad del niño que no se satisface, es el tiempo, el cariño, el diálogo, la comprensión y los juegos de sus padres que no llegan. Son los valores y las normas que el niño espera recibir y no recibe, es el no sentirse del todo querido y es la insatisfacción que produce que el amor de unos padres se transmita a través de los regalos (“mira cuánto te quiere papá, que te compra…”).

Esa es la raíz, el problema que origina comportamientos extraños cuyo objetivo es llamar la atención que no recibe. La solución, por lo tanto, no es “no hacer caso para que no haga esos comportamientos”, sino darle a los niños la atención que merecen para que no tengan que necesitar llamarla (la atención).

Fotos | Tempophage, Leonid Mamchenkov en Flickr
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