En Cataluña los niños cumplen hoy su segundo día de colegio, aunque sé que en muchos otros lugares de España llevan ya más de una semana. Es tiempo suficiente para empezar a evaluar un poco cómo van los niños y niñas, cómo se están adaptando y qué efectos colaterales aparecen como consecuencia.
Algunos niños van la mar de contentos y hasta preguntan, al salir, cuándo volverán a ir, otros van un poco más reticentes, aunque acaban encontrando su sitio y pasándoselo relativamente bien y otros van fatal, y en el colegio pueden llegar a calmarse y estar bien, pero luego en casa montar unos episodios de película de miedo. Para tratar de ayudar un poco a los padres de estos últimos hoy os lanzo esta pregunta: Tras unos días en el colegio, ¿se porta peor en casa?
¿Qué tal entra en el colegio?
De los primeros no hace falta hablar mucho, van contentos y preguntan cuándo vuelven. No creo que a ningún padre esto le parezca un problema. De los segundos, tampoco, son los que poco a poco se van acostumbrando a la dinámica del colegio, que unos días van más contentos y otros no tanto, pero que en general están bien y, aunque hay temporadas más duras y otras mejores, van saliendo adelante. De los terceros, en cambio, sí hay que hablar, porque si luego en casa los niños se portan peor, si están insoportables, irritables y cuando te han acabado de hacer una ya te están haciendo otra, algo le está pasando.
La primera pregunta es, ¿qué tal entra en el colegio? Porque mucha gente llega al colegio a buscar al niño o niña y es entonces cuando evalúa su cara. "Sale contento, ¡qué bien se lo ha pasado hoy!" y esto es un error de principiante. Si un niño está a disgusto en un sitio y de repente se abre la puerta que le lleva al exterior y a los brazos de su padre o madre, salvadores de ese lugar y situación, ¿no creéis que saldrá contento sí o sí?. Algunos habrá tan tocados psicológicamente que saldrán tan hundidos como lo hayan estado en clase, pero entonces el problema puede ser ya terriblemente gordo. Hablo de los que aún tienen esperanza de que algo pueda cambiar, y por eso reaccionan al veros y después.
Por eso lo importante no es saber si está contento al salir, sino saber si está contento al entrar. Ahora me diréis, "sí, pero es que la mayoría de niños de 3 años entran a disgusto", y puede ser cierto. Entonces tenemos una pista. Si entra a disgusto, ya tenemos una señal de que el niño puede necesitar nuestra ayuda.
¿Qué tal está en el colegio?
Esto no lo podemos saber más que por las palabras de la profesora. Cuando el niño lleva varios días entrando mal en el colegio, con lágrimas y diciendo que no (o poniéndonoslo difícil) nuestra preocupación va más allá por el tiempo en que no lo vemos. Porque hasta la puerta estamos con ellos y podemos ver que segundos después de traspasarla aún están haciendo pucheros o están cabizbajos, pero luego se cierra la puerta y nos quedamos con la duda de si esa tristeza se alarga hasta la hora de salir o si sólo dura unos minutos. Entonces hacemos la pregunta a la profesora: "oye, a ver si me puedes decir qué tal está en clase mi hija, porque por las mañanas nos cuesta un montón vestirla y traerla, que no quiere venir...". A lo que la profesora te responde un "ya lo he notado, quería hablar con vosotros porque parece poco participativa y triste, como ausente" (mal, aquí hay mucho que hacer) o un "pues no sé, es verdad que entra sin ganas, pero luego enseguida hace lo que tiene que hacer y no se queja ni reprocha" (mal también si luego por la tarde la lía en casa, pero bien si por la tarde ella está bien).
¿Qué hace luego en casa?
Una vez sabemos qué sucede durante el día, y obviando un poco el tema de la salida por lo que hemos explicado, nos centramos en saber qué sucede luego en casa. Estamos diciendo que por la tarde los niños (de los que vamos a hablar) lloran, se quejan, nos pegan, nos dicen que no a todo, nos piden cosas que después no quieren, nos dicen que quieren ir a casa cuando están en el parque y que quieren ir al parque cuando llegamos a casa y todo porque no tienen mejor manera de decirnos que "por mí, ya os podéis ir yendo a la porra, mamá y papá, que me habéis dejado sola en un sitio que no me gusta".
¿Todo era eso? Sí, todo es eso. Cuando un niño se porta mal suele ser porque no sabe cómo decir las cosas. A veces incluso es incapaz de saber qué está sintiendo, así que la manera de pedirnos un cambio es hacer tanto daño como pueda en las situaciones que sabe manejar, que son las del día a día. Pidiendo, volviendo a pedir, molestando, desesperando y buscando continuamente nuestro límite. Y así seguirá hasta que le entiendas.
No sé si lo habéis vivido alguna vez, pero es muy habitual que los niños lo hagan. Nosotros lo vivimos en su momento con el mediano, Aran, cuando empezó el colegio, y la respuesta del profesor fue "no veo ningún problema ni nada que solucionar, porque aquí está muy bien". Vamos, que no nos ayudó en nada cuando le dijimos "tenemos un problema, nuestro hijo no está bien en el cole". Él se quedaba con lo que veía, y nosotros nos quedábamos con lo que después pasaba en casa. Toda la rabia contenida, toda la tensión de estar solo en un sitio desconocido, con desconocidos, haciendo cosas que no quería porque ese tío parecía que era el que llevaba la voz cantante, sin haberle cedido él la autoridad (la autoridad no la asume uno por ser quien es, sino que se la gana con sus actos), nos la soltaba por la tarde. Nos demostraba lo poco comprendido que se sentía, lo solo y traicionado que se sentía y cuánto nos odiaba por insistir día tras día en llevarle ahí.
Ya tenéis el porqué. Ya sabéis por qué muchos niños, pese a ir bien al colegio, o estar bien (según dicen) en clase, luego se portan peor que nunca.
¿Qué hacer?
Ahora viene lo difícil. Tratar de solucionarlo. En mi situación pedimos ayuda al profesor porque entendimos que era una cosa de tres: el niño, su profesor y sus padres. Pero el profesor, como educador, falló en la ecuación al creerse superior y situarse en otra línea. Vamos, al excluirnos y no compartir la preocupación. Como él en clase lo veía bien, lo que sucediera fuera era cosa nuestra. Él no tenía culpa ni nada que hacer. Optamos por devolverle el mando al niño. Le habíamos quitado la libertad, habíamos decidido por él qué era mejor y como el profesor no nos iba a ayudar sólo podíamos hacer una cosa: hacerle sentir comprendido. Le dijimos que fuera al colegio cuando quisiera, y que cuando no quisiera, no iría. Faltó algunos días porque no quería ir, pero decidió por sí mismo ir muchos más días de los que esperábamos. A partir de ese momento nuestra relación familiar fue mucho mejor.
Obviamente, nosotros podíamos hacerlo. Miriam no trabajaba y podía quedarse con él en casa, así que pudimos optar por ello. De todas maneras, tampoco digo que sea la mejor solución. Simplemente, al vernos solos, optamos por ello. Lo ideal, lo que sugiero, es hacer lo que hicimos en un primer momento, comentarlo con la profesora (o profesor), explicar lo que cuesta llevarlo por las mañanas y lo que sucede en casa por las tardes y pedirle ayuda y compromiso. Si es una buena educadora y tiene un poco de sentido común sabrá darse cuenta de que el niño, por falta de confianza, está aceptando todo lo que sucede en el colegio sin quejarse y tendrá que trabajar sobre eso para darse a conocer y tratar de establecer una relación con el niño, una comunicación, que le permita, poco a poco, ir opinando y diciendo lo que siente. Una relación con la profesora y los niños para que todos esos desconocidos vayan, poco a poco, haciéndose conocidos y compañeros de alegrías. No es tan difícil, pero a veces lo que falta es saber cuál es el problema para hallar la solución.
Por cierto, si me preguntáis por Aran, ya os conté un año después que iba contento al colegio cada día y ayer, tras su primer día de clase en P5 se puso muy contento al saber que esto del colegio no son dos ni tres días a la semana, sino cinco.
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