Ayer me quedé impactada por una noticia que, entre las fiestas patronales, las escapadas a las playas y las merecidas vacaciones, podría pasar desapercibida. Pero me ha sobrecogido.
El martes llegó a las costas españolas una barca de juguete con un bebé, sin sus padres, que tenía fiebre y estaba hambriento. Una niña de pocos meses, que no llega al año de edad. Probablemente esa patera haya sido su primer juguete.
Otros adultos acompañaban al bebé y han explicado que, en el momento de subir a la barca, en un incidente con los gendarmes marroquíes y entre pedradas los padres decidieron poner a salvo al bebé en la lancha de juguete.
¿Pensarían subir ellos de inmediato y entre la confusión la barca partió? ¿Pensaron que el destino del bebé estaba mejor en otro lugar incluso sin ellos? No imagino lo que pudo pasar para que un bebé tan pequeño acabara sin sus padres en la patera.
Pero no son casos extraños, los de las personas que ponen en peligro su vida buscando un futuro mejor, como las mujeres embarazadas. Sorprende que en cada patera que llega a España se comente que había un número determinado de mujeres que esperan un bebé. Traer una vida en cualquier lugar, menos donde vivo...
Seguramente esta niña, a la que se niegan a poner nombre esperando que sus padres la reclamen pero que ya se conoce popularmente como “Princesa”, ha sabido lo que son verdaderos juguetes ahora, en la Cruz Roja o con sus cuidadoras voluntarias. Pero al otro lado del estrecho habrá unos padres que han perdido a su bebé y esperemos que pueda darse el reencuentro pronto.
Ojalá ningún niño conozca lo que es separarse de sus padres, ni en esta ni en otras circunstancias. Pero, sobre todo, ojalá encuentren una infancia feliz cuyo primer juguete no sea una patera. Y, de paso, un futuro alentador que no haga huir a los padres arriesgándolo todo.
Más información | El País
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