“Jo, Armando, qué cruel eres”, me dijo una compañera de trabajo hace dos días. Y no, yo no creo que sea cruel, pero os voy a explicar por qué me lo dijo y vosotras decidiréis si hay que ir encendiendo la hoguera (para quemarme) o si me dais la libertad condicional.
Hace no mucho estuvimos hablando en Bebés y más de la hipogalactia, que es el nombre que recibe el fenómeno de no producir leche suficiente para un bebé. Muchas madres creen que la tienen porque sus hijos no están ganando suficiente peso, y realmente en estos casos hay que hacer algo, pero muchas madres lo creen porque sus hijos maman muy a menudo, y muchas veces el peso es de correcto a correctísimo y la falta de leche es una sensación de la madre o corresponde a la creencia de que su bebé tendría que estar más tiempo sin comer.
A estos dos grupos habría que añadir un tercero, en el que estarían aquellas madres que no tienen hipogalactia, pero que casi querrían tenerla para poder darle a su bebé un biberón (o varios), que le permitan pasar más tiempo sin el bebé enganchado al pecho. Es el que yo llamo el biberón de ayuda para las madres.
Hace más de una semana vino a la consulta de enfermería una mamá con su bebé de pocos días que, siendo amamantado, había ganado muy poco peso con respecto al peso que hizo el día que se fue de alta del hospital.
Preocupado le expliqué cómo darle de mamar y con qué frecuencia debía hacerlo (a demanda, sin dejar pasar más de dos horas por el día y sin dejar pasar más de tres horas por la noche), además de valorar otros aspectos como la posición al mamar, la succión del bebé, la posible presencia de frenillo sublingual, etc.
Cité a la madre dos días después para valorar el peso (no es que en dos días fuera a ganar muchísimo, pero si la cosa iba a ir mal, mejor darnos cuenta a los dos días que más adelante).
A los dos días llegó la madre con su bebé, que ganó cerca de 80 gramos (más o menos lo que suelen ganar los bebés en 3-4 días), estando “casi todo el día enganchado” y mi alegría fue evidente: respiré tranquilo y le dije que lo estaba haciendo bien y que siguiera así.
La mamá no se quedó demasiado conforme, parecía que se la hacía poco peso y recalcaba que había estado “dándole casi todo el día”, algo que entendí como lógico, pues era lo que yo le había recomendado.
Tras decirle que el peso era correcto, que la frecuencia al principio suele ser elevada y que si seguía así el peso iría aún mejor les cité de nuevo unos días después para ver que todo seguía bien.
Vino de nuevo y el peso se había incrementado aún más en proporción, mostrando que la lactancia iba como la seda. Sin embargo, pese a ello, volvió a decirme que pasaba mucho rato mamando y que creía que tenía que darle algún biberón, que ya había comprado leche pero que como hoy tenía visita había querido esperar a que yo le diera mi opinión.
Mi crueldad
Así que se la di. Yo no soy nadie para decir a las madres lo que tienen o no tienen que hacer. Un profesional sólo puede dar recomendaciones y argumentar cuáles son las ventajas e inconvenientes, así como las ventajas e inconvenientes de no seguirlas.
Así que por supuesto no le dije lo que tenía que hacer, pero sí le expliqué que el biberón (o los biberones) que quería darle a su hijo era innecesario, porque el bebé estaba ganando peso perfectamente y que, en todo caso, la que lo necesitaba era ella:
“Bueno, el niño va bien de peso. Ha cogido más de lo que se podría esperar y más de lo que se suele marcar como mínimo deseable, así que no le hace falta nada más. Sin embargo, si lo que quieres es que pase más rato sin mamar entonces sí tendrías que darle un biberón, pero no porque lo necesite él, sino porque lo necesitas tú para que tu bebé no esté tanto rato pidiendo teta”.
Después le expliqué la consecuencia lógica de dar un biberón (o más de uno) a un bebé, que no es otra que la disminución progresiva del tiempo lactando hasta el punto en que el niño apenas quiere pecho (no pasa siempre, pero sí en la mayoría de ocasiones).
El tono y la intencionalidad
Soy consciente de que el tono con que lo dije (explicando las cosas con calma y naturalidad) no puede ser impreso en estas palabras, pero lo explico porque según cómo se digan estas cosas puedes pasar de simple informante a maleducado y entrometido.
Digamos que le quise dejar claro que si su hijo acababa tomando biberón era porque ella quería, pero no porque le hiciera falta ni porque yo se lo hubiera recomendado. No para que se sintiera mal ni como método de tortura, sino para que cuando explicara la lactancia de su hijo a otras madres dijera que fue un éxito y no un fracaso porque no tenía leche suficiente. Muchas madres, de tanto oír a otras madres decir que no tuvieron leche suficiente acaban por pensar que a ellas les va a pasar lo mismo y, por desgracia, ir predispuesta a un posible fracaso hace que las probabilidades de fracasar sean mayores.
¿Quizás debería haberme callado?
Foto | pfly en Flickr
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