Segunda parte, la primera la podéis leer aquí, de las aventuras y desventuras de un niño en el litoral español un verano cualquiera de los 70's.
Situaciones insoportables: la siesta
Es curioso como nos cambia la vida y aquello que ahora conocemos como uno de los mayores placeres del verano estaba considerado en nuestra niñez a la altura de los peores castigos, hablo de ese deporte nacional que se practica todo el año, pero más aún en verano, ese pequeño placer entre los placeres llamado siesta y que tiene su momento glorioso si viene justo después de haber podido disfrutar de una de esas ovíparas comidas, que hacen reducir todo tu sistema vital a mínimos que rozan la catatonia. Pocos placeres pueden compararse al de una siesta robada a las tardes del verano.
Pero esto no fue así siempre, antes de sabernos en el paraíso pasamos por todos los infiernos posibles que un niño y futuro adolescente puede imaginar. Seguro que a más de uno le pasaba lo mismo y recuerda esa sensación de absoluto tedio estival, que transcurría rodeado de una sinfonía de ronquidos y cánticos, por llamarlos de alguna forma, de chicharras, en una atmósfera cuya temperatura probablemente rozaba la de la cocina del infierno.
Sin poder ver nada interesante en la tele, recordemos que en esa época no había programación infantil a todas horas como ahora, sin poderte bañar, lo que me ha dejado una marca indeleble de odio a la frase "hacer la digestión" y similares, sin poder hacer ruido y en definitiva, pudiendo hacer nada de nada. ¿Es posible mayor infierno para un niño?
Y ustedes dirán, ¿podrás haberte leído un libro? Y eso hacía, una vez crecí claro. Porque con cuatro, cinco, seis años, la lectura, al menos en mi caso, no era rival para un buen episodio de "los Payasos de la Tele" o poder dedicarme a llenar el salón de plastilina. El amor a la lectura llegaría años más tarde, pero las pocas ilusiones por ponerme a leer con 40 grados a la sobra siguen estando muy vivas, incluso hoy en día.
El caso es que hoy en día doy gracias porque mis hijos posean una extraña mutación que llamamos el gen tse-tse que les sigue haciendo caer en la más profunda de las catatonias poco después de haber dado buena cuenta del postre.
Foto| ThinKstock
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