La muerte intrauterina de un bebé es algo muy doloroso, algo en lo que no queremos pensar pero que sucede. Ante esta circunstancia los hospitales deberían estar preparados para dar la mejor atención posible a los padres.
Pero los protocolos de los hospitales no suelen contemplar una atención digna a los padres que sufren este proceso. La muerte prenatal en los hospitales es un asunto médico, y la atención humana queda muchas veces en manos de la casualidad, no de un protocolo que contemple la enorme dimensión emocional de este proceso.
Muchas de las acciones incorrectas podrían solucionarse con protocolos adecuados. Las madres y sus parejas no deberían ser separados en ningún caso. La atención personal tendría que estar llena de respeto por su dolor, proporcionándoles intimidad y permitiendo que se despidieran de su hijo. Sin embargo esto habitualmente no sucede así.
Las madres dilatan normalmente en los mismos espacios que las que van a parir un hijo vivo e incluso llegan a compartir habitación con ellas después. Los comentarios que escuchan pueden ser muy desacertados.
Cuando nace el bebé sin vida tampoco se plantea habitualmente el que puedan abrazarlos y despedirse de ellos, muchas veces ni se les permite verlos. La situación de desamparo y falta de sensibilidad acrecienta su angustia y les impide hacer lo que cualquiera haríamos, ver y tocar al niño que se marchó.
Una necesidad imperiosa es que se contemple la atención a estas familias con la máxima delicadeza, para que puedan, si eso es posible, afrontar el dolor rodeados de humanidad. Amaban a su bebé y tienen derecho a esto.
Cuando nació mi hijo me sucedió algo que no he podido olvidar nunca. Estaba saliendo de los monitores muy angustiada, porque habían determinado que debía adelantarse el parto. Una mamá, embarazada de unos siete meses, esperaba a mi lado que nos indicaran la sala de dilatación que nos tocaba a cada una. Ella estaba llorando, sola. Nadie la miraba.
Me acerqué y le pregunté que le pasaba, tratando de calmar lo que pensé que era miedo al parto. Me miró con los ojos llenos de nada, como si estuviera en otro lugar lejano y desolado. A ella también le provocarían el parto pero ya sabía que su bebé estaba muerto dentro de su vientre. Me dijo su nombre, el nombre de su hijo, y me dijo que estaba muerto.
Y estaba sola en ese momento, los protocolos ni siquiera contemplaban que esos minutos, tras recibir la noticia, su pareja la abrazara. No se si mi abrazo la ayudó en algo, pero nunca la he olvidado ni a ella ni a su hijo.
Desgraciadamente he vivido después pérdidas de bebés de personas muy cercanas y además del sufrimiento por ello, la mayoría relataban la frialdad con que fueron tratadas mientras parían un feto sin vida. En algunos casos el trato fue intolerable.
Sin embargo si existen hospitales donde la pérdida prenatal se afronta de forma respetuosa y desarrollan protocolos específicos a este respecto. Sin embargo solo he conseguido averiguar de dos de ellos. El del Hospital de Donostia es un modelo a seguir como veremos próximamente.
Ningunos padres tendría que pasar por la experiencia de la muerte prenatal de un hijo. Sin embargo los casos suceden y atender a estas familias de un modo decente, comprensivo, es importantísimo para que puedan vivir la situación con al menos, humanidad.
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