Con la noticia del suicidio de un familiar muy cercano a la familia real española, lo que más ha despertado nuestra sensibilidad, a parte de esos padres y hermanos que han perdido a una hija y a una hermana respectivamente, es esa pequeña llamada Carla que cuenta con 6 años de edad y que se ha quedado sin mamá. Aunque ahora no lo comprenda, algún día conocerá la verdad.
No nos gusta juzgar, no somos nadie en la vida de los demás para poder opinar sobre ella, pero desde nuestro interior se desprende un hilo de desconcierto sobre la persona que ha traído a una ser a este mundo y la ha dejado, para descansar en paz.
Hablamos en general, no de este caso en particular, pues esta situación se repite demasiado a menudo en todo el mundo. No nos entra en la cabeza que un adulto con descendencia no quiera ver como su hijo crece, no quiera acompañarle en su aprendizaje ni guiarle por el buen camino en su vida. No comprendemos como una madre que ha sentido en su vientre lo mejor de su vida, no tenga ganas de seguir viviendo por ella. No nos podemos poner en la situación de los niños que pierden a sus padres por voluntad propia de éstos, ni aunque tengamos conocidos o amigos que también lo hayan experimentado, pero se percibe en su interior la falta de alguien querido, la ilusión de cómo podría haber sido la vida con él e incluso un sentimiento de culpa. ¿Qué se pueden preguntar?, “¿tan poco le importo que prefiere morir que vivir conmigo?”.
No queremos profundizar más en el tema, pero no dejamos de preguntarnos como una mamá o un papá, por muchos contratiempos que puedan presentársele en su vida, no quiera regalar lo mejor que tienen a sus hijos.
El descanso de uno provoca un inmenso dolor a muchos. ¿Se puede considerar un acto egoísta, dar la vida para después robar parte de ella?.