No sé dónde debía andar la madre, no sé qué estaría haciendo en ese momento, pero desde luego no le debió funcionar demasiado bien el radar de madre/padre, ese que dice “llevan un rato callados, a ver qué están haciendo”, porque cuando llegó a la escena del “crimen”, no había nada que evitar, nada que prevenir.
Estos dos niños se lo pasaron pipa haciendo la fiesta de la harina. Debieron encontrar un gran paquete de harina por ahí y ni cortos ni perezosos lo abrieron y empezaron a esparcir la harina por todo el piso.
La madre llegó cámara en mano, probablemente porque ante una situación así sólo te queda tomártelo con humor y grabar, para que tu familia se lo crea cuando les digas “me lo llenaron todo de harina” y te digan “ya será menos”. Pues no, como veis, no es menos, porque harina hay hasta en la puerta de la casa.
La madre va repitiendo una y otra vez una frase, como si fuera un mantra o como si estuviera a punto de entrar en trance en cualquier momento: “Oh mi gosh” (“Oh, Dios mío”). No me extraña… a medida que iba grabando iba pensando cómo demonios iba a limpiar todo aquello e iba viendo, encima, como el pequeño le dice a la madre que se le ha acabado la harina, como si quisiera más.
Eso sí, a los niños, que les quitan lo bailao, que se lo han pasado pipa convirtiendo la casa en un impresionante paisaje nevado, como en las postales de Navidad, pero dentro de casa.
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