Yerma, el canto más poético al deseo de maternidad

Yerma, el canto más poético al deseo de maternidad
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"Yerma" es una obra teatral de Federico García Lorca que a menudo releo por el lirismo que desprende, por la profundidad de los personajes y el drama que presenta. Siempre me ha parecido el canto más poético al deseo de maternidad, aunque por otro lado también presenta la amargura y la opresión a la que una sociedad llena de convencionalismos somete a quienes no logran tener hijos.

Yerma es la protagonista, que lucha porque su instinto le dice que debe ser madre, pero no lo logra, lo cual le lleva a odiarse y caer en una tragedia personal. El drama va desarrollándose a través de múltiples símbolos y metáforas (nada complicados, por otro lado), como vemos en este fragmento que reproduzco, del principio de la obra, cuando Yerma se entera de que su amiga María va a ser madre.

Me encantan las dudas que presenta la amiga embarazada y cómo sucede esta conversación llena de confianza, de tópicos sobre el embarazo y de supersticiones, pero sobre todo de un deseo irrefrenable de maternidad, que es vista por Yerma como lo más bonito y necesario del mundo.

Los consejos que le da para que el embarazo siga bien ("respira tan suave como si tuvieras una rosa entre los dientes"), la imagen del niño como "un palomo de lumbre" que el marido deslizó por la oreja la noche de bodas al susurrarle palabras amorosas, un bebé que llora "como un torito, con la fuerza de mil cigarras"... Todo nos deja con poética claridad los sentimientos de los personajes.

Yerma desea por encima de todo ser madre y por la noche, sin saber por qué, mete los pies desnudos en la tierra húmeda, símbolo de fertilidad. Ella nota que conforme pasan los años y no es madre, se va "haciendo mala". Os dejo con este fragmento y os animo a leer la obra completa.

MARÍA. Estoy aturdida. No sé nada.

YERMA. ¿De qué?

MARÍA. De lo que tengo que hacer. Le preguntaré a mi madre.

YERMA. ¿Para qué? Ya está vieja y habrá olvidado estas cosas. No andes mucho y cuando respires respira tan suave como si tuvieras una rosa entre los dientes.

MARÍA. Oye, dicen que más adelante te empuja suavemente con las piernecitas.

YERMA. Y entonces es cuando se le quiere más, cuando se dice ya ¡mi hijo!

MARÍA. En medio de todo tengo vergüenza.

YERMA. ¿Qué ha dicho tu marido?

MARÍA. Nada.

YERMA. ¿Te quiere mucho?

MARÍA. No me lo dice, pero se pone junto a mí y sus ojos tiemblan como dos hojas verdes.

YERMA. ¿Sabía él que tú...?

MARÍA. Sí.

YERMA. ¿Y por qué lo sabía?

MARÍA. No sé. Pero la noche que nos casamos me lo decía constantemente con su boca puesta en mi mejilla, tanto que a mí me parece que mi niño es un palomo de lumbre que él me deslizó por la oreja.

YERMA. ¡Dichosa!

MARÍA. Pero tú estás más enterada de esto que yo.

YERMA. ¿De qué me sirve?

MARÍA. ¡Es verdad! ¿Por qué será eso? De todas las novias de tu tiempo tú eres la única...

YERMA. Es así. Claro que todavía es tiempo. Elena tardó tres años, y otras antiguas, del tiempo de mi madre, mucho más, pero dos años y veinte días, como yo, es demasiada espera. Pienso que no es justo que yo me consuma aquí. Muchas veces salgo descalza al patio para pisar la tierra, no sé por qué. Si sigo así, acabaré volviéndome mala.

MARÍA. ¡Pero ven acá, criatura! Hablas como si fueras una vieja. ¡Qué digo! Nadie puede quejarse de estas cosas. Una hermana de mi madre lo tuvo a los catorce años, ¡y si vieras qué hermosura de niño!

YERMA. (Con ansiedad.) ¿Qué hacía?

MARÍA. Lloraba como un torito, con la fuerza de mil cigarras cantando a la vez, y nos orinaba y nos tiraba de las trenzas y, cuando tuvo cuatro meses, nos llenaba la cara de arañazos.

YERMA. (Riendo.) Pero esas cosas no duelen.

MARÍA. Te diré...

YERMA. ¡Bah! Yo he visto a mi hermana dar de mamar a su niño con el pecho lleno de grietas y le producía un gran dolor, pero era un dolor fresco, bueno, necesario para la salud.

MARÍA Dicen que con los hijos se sufre mucho.

YERMA. Mentira. Eso lo dicen las madres débiles, las quejumbrosas. ¿Para qué los tienen? Tener un hijo no es tener un ramo de rosas. Hemos de sufrir para verlos crecer. Yo pienso que se nos va la mitad de nuestra sangre. Pero esto es bueno, sano, hermoso. Cada mujer tiene sangre para cuatro o cinco hijos, y cuando no los tienen se les vuelve veneno, como me va a pasar a mí.

MARÍA. No sé lo que tengo.

YERMA. Siempre oí decir que las primerizas tienen susto.

MARÍA. (Tímida.) Veremos... Como tú coses tan bien...

YERMA. (Cogiendo el lío.) Trae. Te cortaré los trajecitos. ¿Y esto?

MARÍA. Son los pañales.

YERMA. Bien. (Se sienta.)

MARÍA. Entonces... Hasta luego.

(Se acerca y Yerma le coge amorosamente el vientre con las manos.)

YERMA. No corras por las piedras de la calle.

MARÍA. Adiós. (La besa. Sale.)

Los convencionalismos y la opresión social, la obsesión de Yerma y un matrimonio sin amor y el choque entre el instinto, los deseos y la realidad harán que la obra derive en tragedia, pero no quiero desvelar más para que lo descubráis vosotros mismos en este precioso canto a la maternidad.

Foto y más información | Centro Dramático Nacional
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