Papá, coge tú también a tu bebé piel con piel siempre que puedas
Desde hace unos años los protocolos de los hospitales han ido cambiando para dar a la primera hora de vida del bebé el valor que merece. Se ha visto que lo mejor para el recién nacido y la madre es que permacezcan juntos desde el principio porque ayuda al bebé a mantener la temperatura, lo hace sentirse más seguro y tranquilo, facilita la primera toma y, en consecuencia, la lactancia materna, y hace que la madre se enamore aún más de su bebé.
Los padres quedamos un poco en segundo plano, sobre todo al principio, porque a quien más necesita el bebé es a su madre, que es quien lo gesta y lo pare; sin embargo, pronto empezaremos a pasar momentos con nuestro bebé y para esos momentos no se me ocurre un consejo mejor que este: papá, coge tú también a tu bebé piel con piel siempre que puedas.
Oyendo el corazón de papá, conociéndonos
Una de las razones de hacerlo es que también es nuestro hijo. ¡Y somos el padre! Y no solo queremos tener una buena relación con ellos, sino que es nuestra obligación tratar de tenerla: ¡vamos a ser padre e hijo (o hija) el resto de la vida!
Una buena manera de empezar es esa, ofreciéndonos para que nos conozca a través de sus sentidos: que oiga nuestro corazón, que nos huela (mejor no usar colonia que enmascare nuestro olor), que nos oiga y que nos sienta con su piel... el tacto de todo su cuerpo encima de nuestro pecho.
Sintiendo su cuerpecito, enamorándonos de él
Para nosotros es lo mismo, es conocer a nuestro bebé, no solo con la vista, no solo en nuestros brazos, sino sentirlo en contacto con nosotros; notar su fragilidad, comprender su dependencia hacia nosotros y pensar en lo tranquilo que duerme en nuestro pecho porque confía en nuestra capacidad de hacerlo sentir seguro, en nuestra capacidad de cuidarlo.
Pensad que muchos padres no sienten nada demasiado especial al ver nacer a sus bebés... en eso llevamos una inmensa desventaja, porque la mayoría de mujeres están ya totalmente involucradas al saberse embarazadas y empiezan a sentir la responsabilidad, el deseo de conocer a su bebé, el amor y la magia de ver y notar que crece en su interior. Nosotros, en cambio, vemos todo eso en ella, pero no lo vivimos... no gestamos, no parimos y no amamantamos. Así que en realidad nuestro primer contacto directo con nuestro hijo es cuando nace.
Y muchos padres sienten que es el momento más importante de sus vidas, lloran de la emoción y se comprometen a cuidarle por el resto de sus vidas, pero otros no lo sienten con tanta fuerza. Quizás sea falta de madurez, quizás es no haberse hecho mucho a la idea o quizás sea otra cosa. Yo debo confesarlo: no puedo decir que el día en que nació mi primer hijo oyera música celestial ni viera abrirse un claro entre las nubes.
Nació por cesárea y lo conocí separado de su madre, después de un rato en el que no supe nada de ella ni de él. No lo vi nacer y cuando me dijeron que estaba ahí, solo debajo de una lamparita, en un paritorio lleno de tallas sucias y sangre, tuve que creer que ese era mi bebé porque me lo decían, pero no porque yo sintiera que lo fuera.
Lo cogí, lo sostuve en mis brazos, le di la bienvenida al mundo y a la familia, y me sentí un poco absurdo hablándole a una criatura de minutos de vida que no me iba a responder.
Sabía que lo iba a amar, sabía que lo iba a cuidar, sabía que nos íbamos a querer mucho, pero entonces no sentí que estuviera en cierto modo enamorado de mi bebé. Y sin embargo, los primeros días compartimos muchos brazos (ella apenas se podía mover por la cesárea), muchos momentos juntos, y tenerlo encima de mí, dormido, relajado, supuso un antes y un después.
Por eso no lo dudéis. Cuando esté tranquilo, haya comido y tenga uno de esos momentos en que no necesita demasiado a mamá, cogedlo. Quitáos la camiseta, dejadlo en pañal y ponedlo en contacto con vosotros.
Es imposible no amar a una "cosita" tan frágil y tan pequeñita que se deja llevar hasta el sueño tranquilo en tu pecho. Ahí donde puedes oler su cabecita, besarla y acariciar su espaldita, sus manitas, sus piernecitas y sus pies... No os lo perdáis, porque cuando crezcan ya no podréis hacerlo, y esos momentos no vuelven.
Foto | Remy Sharp en Flickr
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