Hace unos días la revista “New York Magazine” publicó un artículo titulado “¿Demasiado mayor para esto?” en el que publicaba la historia de Ann Maloney, una mujer que tuvo a sus dos hijas a los 50 y 53 años respectivamente.
La intención del artículo es el de mostrar al mundo cuáles son las experiencias de esta familia y cuáles las críticas y prejuicios que afrontan habitualmente.
Ann Maloney conoció a su actual pareja, John Ross, cuando él tenía 54 años y ella 47. La primera vez que mantuvieron relaciones él le dijo a ella que tenía el cuerpo de una chica, preparado para tener un hijo.
Ella, que no había tenido hijos por un matrimonio anterior que había fracasado y por llevar una vida muy ajetreada decidió que, ahora sí, sería madre. Tuvo que luchar como nadie para poder lograrlo por una cuestión de edad física y sobretodo ante su entorno, por el mismo motivo, la edad.
En el artículo de la revista se muestran datos de los hijos de padres ancianos y se observa que son sanos y felices, tanto o más que los de padres jóvenes. Además se explica que una de las críticas más duras contra las madres mayores es que la imagen de una mujer de 60 años amamantando a un bebé no es estética.
Sin embargo, no todo el debate se centra en lo bonito o feo que pueda quedar un bebé con una madre o padre con el pelo canoso, sino que los tiros van también por el tema económico. Luchar contra la naturaleza no es barato, nada barato. Esto quiere decir que las personas que lo hacen tienen unos medios económicos que la mayoría de la población estadounidense no tiene y, por lo tanto, ver a una mujer de más de 50 años pagando centenares de miles de dólares porque ha decidido ser madre está visto como una frivolidad injusta.
Yo personalmente no sé muy bien qué pensar al respecto. Que sus hijas son felices no me cabe la menor duda. Si hay amor de por medio, no hay motivo para que la edad de los padres genere infelicidad. Sin embargo, soy de los que piensan que si la naturaleza limita la fertilidad de la mujer hasta una cierta edad será por algo, y yo no lucharía contra ella para tener hijos cuando mi cuerpo ya no es capaz de ello.
No quiero con esto decir que todo lo que traiga la naturaleza sea bueno, ni positivo. Ni siquiera que no tengamos que luchar contra ella (si dijera esto sería un insensato irresponsable), pero en cosas como ésta, pues que queréis que os diga, yo con 53 años preferiría estar jugando con mis nietos que cuidando de mis hijos.
Vía | ABC
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