Seguimos con la serie de entradas dedicadas a la sobreprotección desgranando las preguntas de un test sobre este tema que puede ayudarnos a ver que protegemos demasiado a nuestros hijos o bien ayudarnos a reafirmar nuestra posición como padres y educadores.
La pregunta de hoy está relacionada con la pérdida de un ser querido, en este caso un animal, y analiza la manera en que los padres explicamos estas situaciones a nuestros hijos. Allá va el enunciado de la pregunta:
Vuestra mascota, un perro con el que tu hijo de cuatro años ha convivido desde que nació, sufre una enfermedad incurable.
Y aquí os dejo las posibles respuestas:
a) Llevas el perro al veterinario antes de que el niño lo vea. Cuando pregunta por él le dices que se ha ido con su anterior dueño y que no podréis volver a verle nunca más.b) Le explicas que los animales, al hacerse mayores, suelen caer enfermos y padecer muchos achaques, y que cuando los médicos no pueden curarlos, entonces mueren para ir a otro lugar donde ya no les dolerá nada nunca más.c) Dejas que el niño asista al proceso de enfermedad y le explicas en qué consiste la eutanasia animal.
La primera opción: que el niño no sepa nada
La primera opción de las tres es aquella en que decidimos no contar nada al niño e inventar una excusa. Está bien como método para evitar sufrimiento a los niños y de hecho es una técnica muy utilizada por la gente incluso cuando fallece un familiar: ojos que no ven, corazón que no siente. El problema es que los niños no son tontos (aunque muchos quieran creer que sí) y no es tan fácil engañar a un niño o no tan recomendable.
Decirle a un niño que su perro, con el que ha compartido tantos momentos y al que tanto quiere, se he pirado de casa para irse con su anterior dueño es como decirle a un adulto que “no, tu mujer no se está muriendo, lo que le pasa es que se ha ido con su ex y ha dejado una nota diciendo que no la busques, que no volverá jamás”.
Es decir, que si quieres inventarte algo hay historias mucho menos trágicas y más “amorosas” que no tienen por qué sonar a traición. Personalmente no la elegiría porque me gusta más la segunda opción, pero según la edad del niño, si creo que no es capaz de entender la enfermedad y el dolor, podría servir (pero con otras historias, como comento).
Sé que muchos estaréis pensando que no sería esta la opción que elegiríais, pero a veces hay que estar en la situación para poder responder con conocimiento de causa. Una conocida me explicó un día, entre lágrimas, que hacía un año que habían fallecido su hermana y su cuñado en un accidente de coche y que todavía no había sido capaz de explicárselo a su hijo, con quien tenían muy buena relación. Según me contó le había dicho que tenían mucho trabajo y muchas cosas que hacer y que no podían ir a verle. El problema es que el niño no entendía ese desamor y le preguntaba que “por qué nunca le venían a ver”.
La segunda opción: la verdad, pero adaptada
Un niño de cuatro años no es capaz de entender el concepto de la vida y la muerte, de la enfermedad y del no volver a ver a alguien del mismo modo que lo entendemos los adultos y por esa razón se recomienda siempre tratar estos temas con cuidado, adaptando el mensaje a sus capacidades y estando disponibles para resolver las dudas que puedan surgir.
Por eso la mejor opción es la b), porque con ella se le explica todo al niño, que acabará sabiendo que su perro, que le sigue queriendo (no se ha ido con otro), dejará de estar con ellos porque se muere, porque ya no estará con nadie, sino en otro lugar donde pueda ser, de algún modo, feliz. No es toda la verdad, pero tampoco es toda la mentira.
La tercera opción: la cruda realidad
La última opción se las trae. Es hablar con los niños dando demasiados detalles. Yo suelo pecar a veces de explicar demasiadas cosas a Jon (creo que cuando me preguntó sobre la procedencia de los niños expliqué más de lo que debía), pero en esta ocasión me parece exagerado explicarle a un niño en qué consiste la eutanasia animal porque lo más probable es que, con cuatro años, no entienda que sus padres sepan que van a matar a su perro y no hagan nada por evitarlo.
Como hemos dicho en el punto anterior, lo más lógico sería explicar las cosas tal y como son, pero adaptando el lenguaje a las capacidades del niño y sin entrar en detalles que pueden hacer más mal que bien.
Cuarta opción: conseguir un perro
Esta opción no está como posible respuesta, pero la he querido añadir porque mucha gente, cuando pierde una mascota, decide frenar el posible sufrimiento de los niños sustituyendo rápidamente al animal por otro. Es algo que hacemos habitualmente cuando se nos rompe algo (“oh no, se me ha roto el móvil… tendré que comprar otro cuando antes”) y que algunos padres hacen también con las mascotas de sus hijos, cuando no es lo mismo.
Una cosa es un bien material, un objeto más o menos práctico o de mayor o menor utilidad y otra muy diferente es un animal, porque a los animales se les quiere, se les ama, y ese sentimiento es recíproco. A las cosas no hay que amarlas, sino cuidarlas para que no se rompan y sacarles el jugo que nos pueden ofrecer. Por eso cuando se rompen, se sustituyen y punto. Pero un animal, un ser querido, no se puede sustituir así como así (hay padres que incluso buscan una mascota lo más parecida físicamente, para que el niño no sufra), porque sería como si, tras fallecer nuestra pareja, apareciéramos dos días después con otra pareja, tan felices. Nadie lo entendería, por eso como padres no podemos hacer que nuestro hijo vea normal perder un perro y tener otro casi igual días después en plan “olvida al perro, ya tienes este otro”.
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Foto | Tobyotter en Flickr
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