Refuerzo positivo: cómo utilizarlo para que sea realmente positivo para los niños
Durante muchos años el castigo ha sido frecuentemente utilizado como estrategia en la educación de los hijos. Hoy en día, afortunadamente, sabemos que existen otros recursos más bastante más beneficiosos para los niños, como el uso de refuerzos positivos. Pero, ¿son realmente útiles? Te contamos pros y contras de esta práctica y cómo aplicarla en casa.
¿Qué es el refuerzo positivo?
Los padres estamos educando todo el tiempo, con independencia a que seamos conscientes de ello o no. Si le explicamos a nuestro hijo que no se cruza cuando el semáforo está en rojo, estamos educando de manera voluntaria en ese momento.
Pero también existe la educación incidental, que es la que se produce por la propia interacción con el niño, cuando nos ve actuar, nos escucha… Los padres somos modelos para los peques, y con nuestra conducta educamos.
¿Por qué explico esto? Porque en esta educación indicental estamos aplicando, quizá sin saberlo, tanto el refuerzo positivo como el castigo. Y es que en realidad se trata de respuestas humanas que de manera natural están en nuestro repertorio. Lo que sucede es que colateralmente influyen en la conducta de los demás, haciendo que aumente o disminuya, por lo que han pasado a usarse de manera consciente en educación (y en otros campos, pero ese es otro tema).
Un ejemplo: hemos ido a recoger al niño a la Escuela Infantil. Entramos en su clase y al vernos el peque nos sonríe y nos abraza. ¿Qué nos pasa a los papis cuando nuestros retoños nos hacen eso? A parte de derretirnos allí mismo lo más normal es que nos pongamos contentos, le sonriamos también y le devolvamos el abrazo.
¿Dónde hay refuerzo aquí? Nuestra respuesta resulta agradable para el peque, le gusta que le sonriamos y le achuchemos, y esto hace que sea más probable que al día siguiente vuelva a hacerlo. Esto es refuerzo positivo.
Dicho de manera más formal, el refuerzo positivo consiste en emplear una especie de recompensa (un elogio, una acción, un objeto…) ante una conducta que ha realizado otra persona (adulto o niño, esto es igual para todos) que nos ha resultado adecuada o agradable. Esa recompensa hace que sea más probable que esa conducta concreta se repita en el futuro.
Refuerzo positivo vs castigo
En general podemos decir que se recomienda el uso del refuerzo frente al del castigo, por los beneficios de uno y los (más que probados) contras del otro. A grandes rasgos:
El refuerzo pone el foco de atención en la conducta positiva del niño, mientas que el castigo lo hace sobre la negativa.
Mediante el refuerzo el niño puede adquirir nuevos comportamientos, mientras que con el castigo lo que le indicamos es lo que no debe hacer (o cómo no debe hacerlo) sin ofrecer alternativas y por tanto sin favorecer el aprendizaje de nuevas conductas y/o estrategias.
Posibles consecuencias negativas del uso de refuerzos
El refuerzo en sí mismo no implica consecuencias negativas, es su uso en exceso o en exclusiva lo que hace que los beneficios se diluyan entre algunos aspectos menos positivos para nuestros hijos. Veamos algunos de ellos:
Un uso demasiado frecuente del refuerzo puede hacer que nuestro hijo acabe centrándose más en obtener la recompensa que en el placer de aprender algo nuevo (justo lo contrario de lo que queremos y de lo que de manera natural buscan los niños).
El abuso del refuerzo transmite a los peques el mensaje de que la aprobación (concretamente la nuestra) es necesaria, lo cual puede afectar a su autoestima actual y futura.
Si lo empleamos en exceso es posible que el niño se habitúe a las recompensas, de manera que cada vez tengan menos valor y por tanto menos “efecto”. Esto lo podemos ver, por ejemplo, con el uso de elogios: si a todo lo que hace le decimos “Bien, cariño, lo has hecho genial” esa frase pronto dejará de tener valor y significado.
¿Cómo usar positivamente los refuerzos?
Elige siempre un elogio, una conducta o expresión de cariño antes que una recompensa física tipo regalo.
Es preferible reforzar el proceso, los pasos que va siguiendo el niño, que el hecho de que consiga el objetivo final. De esta manera favorecemos su curiosidad, sus ganas de esforzarse, de aprender… y no las medallas (que luego nos llevan al perfeccionismo que tan malos efectos tiene en ellos y en adultos).
Reforzamos la conducta, no a la persona. ¿Por qué? Por tres motivos: primero porque si no lo que le estamos transmitiendo es la idea de que tiene que hacer las cosas bien para que le queramos, y eso no es así, nuestro amor es incondicional, ¿verdad? Por otra parte al reforzar la conducta y el esfuerzo, estamos favoreciendo que el niño desarrolle una motivación intrínseca (propia, interna) por el aprendizaje. Y finalmente, porque con esto también conseguiremos que comprenda y asimile que es posible mejorar, avanzar, que el aprendizaje lleva a conseguir cada vez más cosas.
El refuerzo ha de ser ajustado a la conducta del niño: es decir, no nos vengamos arriba y montemos una fiesta temática de Frozen solo porque haya recogido su vaso y plato tras terminar de comer. Refuerzo y conducta han de estar ajustados y ser proporcionales.
No debemos caer en exageraciones: los elogios globales, tipo “Eres el mejor niño del mundo” que a priori parecen estupendos (entre otras cosas porque así lo pensamos, que para eso es nuestro hijo) acaban convirtiéndose en una losa para ellos: un listón demasiado alto.
Aplicarlo con sentido común: no tiene sentido reforzar absolutamente todo lo que hace nuestro hijo, por todos los motivos que he explicado antes, pero tampoco tiene sentido ser muy exigente con qué reforzamos: lo que queremos es que aprendan, que disfruten y que sean felices, ¿verdad? Pues de eso se trata.