En los años 30, el psicólogo norteamericano Winthrop Niles Kellog, especializado en el área del condicionamiento, la conducta y el aprendizaje, decidió criar a su hijo Donald con una cría de chimpancé de siete meses de edad llamada Gua. De modo que introdujo al chimpancé en su familia, como un miembro más, e intentó criarlos como si fueran hermanos.
Su objetivo era estudiar las similitudes y diferencias en el desarrollo de ambos individuos cuando son tratados de idéntica forma, comparar científicamente la evolución de los dos pequeños.
Su hijo Donald entonces contaba con diez meses, y los resultados fueron sorprendentes. La chimpancé aprendió antes que el bebé a comer con cuchara y a dejar de mojar los pañales.
Enseguida quedó demostrado que la chimpancé era capaz de hacer propios una gran cantidad de patrones humanos, pero el desarrollo de Gua fue mucho más veloz en lo que se refiere a habilidades locomotoras, ya que los humanos necesitamos más tiempo para madurar, lo cual representa una ventaja en el aprendizaje.
La chimpancé también fue capaz de responder hasta un total de 95 frases como “besa a Donald” , o “enséñame la nariz”. Y, ¿qué hay respecto al niño?
Los "logros" no fueron tan evidentes en el caso de Donald, al menos no en cuanto a lo que estamos acostumbrados en el desarrollo habitual de un niño de su edad.
Y el niño empezó a imitar a Gua, de manera que cuatro meses después de vivir con su nuevo hermanito, emitía gruñidos para indicar que tenía hambre, lamía los restos de comida del suelo y mordisqueaba los zapatos. Los patrones de comportamiento de la chimpancé eran muy bien asumidos por Donald.
Al año y medio, una edad en la que la mayoría de los niños dicen al menos medio centenar de palabras, Donald sólo sabía seis, y se comunicaba con los sonidos de la chimpancé que había ido aprendiendo.
Al pensar que el niño estaba en pleno proceso de animalización, Kellogg detuvo el experimento. No sabemos qué hubiera pasado si el chimpancé hubiera acompañado al bebé desde su nacimiento, o si el proceso se hubiera alargado, lo cierto es que me parece impresionante la capacidad de imitación entre el pequeño y la cría.
Cuando un bebé crece junto a un perro o un gato, no se produce este "retraso" en el desarrollo porque son, somos, especies muy diferentes, y además no se crían igual. Pero si el bebé crece junto a un "hermanito peludo" que se parece tanto a nosotros es lógico que imite sus comportamientos.
Los "niños salvajes" no aprenden a hablar y a desarrollar conductas "humanas" porque carecen del entorno social entre sus semejantes, pero vemos cómo tan sólo la influencia de un animal puede animalizarnos en cierto modo, en una etapa tan sensible y tan receptiva del desarrollo del niño.
Los estudios de Winthrop N. Kellogg al criar a un chimpancé junto a su bebé quedaron reflejados en el libro "The ape and the child". “The Mind of an Ape” de David Premack, recopila varios experimentos similares.
Vía | Jarochin En Bebés y más | El cerebro del bebé, Hasta los chimpancés resuelven los conflictos sin violencia