Como seguro que le pasó a muchos de los adultos de hoy en día, y le pasa a muchos niños, cuando era pequeño se me cayó un diente en el colegio. Se me cayó y esa noche no tuve regalo del Ratoncito Pérez porque no pude llevarlo a casa (ahora os cuento mi historia, para quien quiera leerla).
Algo parecido le pasó a un niño hace unos días con el mismo resultado: no pudo llevar su diente a casa. En su caso sí hubo un final feliz, porque ante esta situación, la directora del centro decidió solucionar el problema y optó por redactar una carta que a mí personalmente me ha parecido muy bonita, porque gracias a ella, a la mañana siguiente, el niño vio cumplido su pequeño sueño.
La directora explicando todo lo ocurrido
En eso consiste la carta. Hay veces en que parece que lo más lógico es decir la verdad, o momentos en que intentamos mantener la mentira, con otra, y eso no le sirve al niño. Seguro que sus padres pensaron que lo mejor era decirle algo así como "tranquilo, que seguro que el Ratoncito Pérez lo sabrá y te traerá algo", y quizás el niño se negó a creerlo: "no, porque él solo trae algo si le das tu diente a cambio".
Puedo imaginar la escena, puedo imaginar la desilusión para el niño y los intentos de los padres por encontrar una solución, y esta aparecer por fin en manos de la directora del centro, que como tal, algún tipo de contacto debe tener con ese ratón tan conocido.
Escribió la carta, y con ella el niño tuvo la confirmación de que no mentía, que de verdad había perdido el diente. Y gracias a ese gesto voluntario, Ignacio fue feliz de nuevo ante la pérdida de su preciado diente.
¿Y qué pasó con mi diente?
Más de una vez os he explicado que a mi casa no viene el Ratoncito Pérez. Los Reyes y Papá Noel sí, a nuestra manera, la de "lo hacemos, pero si nos preguntáis no os lo negaremos". Una de las razones es la desilusión que me llevé cuando mis padres me dijeron la verdad, un enfado monumental por tantos años de engaño, y por sufrir situaciones como la de ese día, con mi diente.
Esa tarde en el colegio me di cuenta de que un diente se caía y lo atrapé antes de que cayera al suelo o me lo tragara sin querer, y ya a la hora de irme a casa me puse jugar con él. Subí la silla a la mesa, al revés, como hacíamos cada tarde, y me dediqué a pasar el diente por las patas metálicas de la silla con la mala suerte de que fue a caer, por un agujero, al interior de esos odiosos tubos huecos verdes que conformaban la estructura de la silla.
Quise recuperarlo, así que sacudí la silla, nervioso, intentando que pasara por el mismo agujero en el que tontamente lo había metido. Así hasta que la profesora me dijo que estuviera quieto de una vez, y que venga, que nos íbamos a casa. Y nos fuimos.
No le dije nada a la profesora porque sabía que no podría sacar el diente. No le dije nada a mis padres porque sabía que tampoco podrían recuperar el diente. Y esa noche nadie vino a casa a dejarme nada, porque yo no tenía diente. Mis padres no se dieron cuenta de que se me había caído, suficiente tenían con seis hijos, y confesar que esa noche debería haber venido el Ratón Pérez, pero que no vino por mi culpa, se me debió antojar como algo demasiado vergonzoso.
Por eso no puedo decir que guarde un buen recuerdo del Ratoncito Pérez y por eso he tenido siempre muchas reservas con esto. ¿Se les cae un diente? Pues tenemos nosotros un detalle. Así si un día lo pierden, que puede pasar, el detalle lo tendrán igualmente.
En cualquier caso, para aquellos niños que llegan a casa sin diente, la solución de la directora me parece perfecta. Quizás obviaría eso de que se porta bien y no dice mentiras, por aquello de evitar además el chantaje en ese sentido, pero eso no quita que la carta sea un gesto a valorar postivamente.
Vía | Miguel Angel Morelli
Foto | Jenn Durfey en Flickr
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