Los niños como observadores del acoso escolar

Los niños como observadores del acoso escolar
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El acoso escolar, del que estamos hablando esta semana, es una situación real. Quizá nosotros mismos lo hemos sufrido de niños, pero hemos terminado negando su gravedad o asumiéndolo como normal. Como víctimas, agresores, participantes u observadores ha podido ser algo que hemos tenido en nuestra experiencia vital y que deseamos evitar que le llegue a suceder a nuestros hijos.

Una de las cuestiones que menos se suele entender es que el acoso y la violencia escolar involucra a todos los que la observan, no solamente a la víctima y sus agresores. Los otros niños lo suelen saber antes que los adultos pero no tienen herramientas para actuar.

Vamos a hablar de ellos, de los observadores, y os vamos a ofrecer algunos consejos para que podáis, más adelante, aplicarlos a vuestros hijos, hablándoles de este problema y explicándoles como actuar si detectan que un compañero es una víctima.

¿Qué no es acoso escolar?

Los niños se pelean a veces. No es que debamos aceptar la agresividad como fórmula de relación, pero debemos entender que no todas las peleas son signos de acoso escolar. Incluso puede que se quieran hacer daño en medio de una pelea niños que habían sido amigos y que pueden llegar a serlo de nuevo.

Tampoco es que el más débil o el que pierde la pelea esté siendo acosado, aunque sin duda hay que intervenir. Un insulto, una burla, una pelea aislada no son tolerables, hay que actuar, pero no son acoso.

No, no se trata de eso. El acoso es una situación reiterada en el tiempo, que se manifiesta en diferentes formas de maltrato, en el que la víctima es o termina en una condición de inferioridad en la que los agresores se cebarán para mantener las acciones de hostigamiento.

Hay situaciones muy graves que tampoco debemos considerar acoso, y son las que se refieren a actos delictivos como las agresiones sexuales, el uso de armas, las amenazas de muerte o aquellas agresiones que ponen en riesgo la integridad de la víctima o su vida. En esos casos ya no hablamos de acoso, son delitos y, además de hablar con el centro escolar, hay que denunciar.

¿Cómo actuar ante el maltrato escolar?

Cuando nosotros, en nuestra infancia, fuimos espectadores de violencia escolar quizá no supimos que hacer. No existía, posiblemente, la misma conciencia sobre la gravedad del problema y nadie entendía lo serio que era. Pero ahora las cosas han cambiado y nuestros hijos pueden ayudar a las víctimas, reconociendo el problema y dando aviso a los adultos que pueden hacer algo.

Cuando observamos, y ya me refiero en cualquier circunstancia, un abuso o un acto de violencia, puede que temamos actuar por miedo a las consecuencias, a ser nosotros mismos las próximas víctimas. A los niños les pasa lo mismo.

Pero no hacer nada es convertirnos en cómplices y estaremos dando nuestra aprobación al maltrato. Hoy denunciaríamos a un vecino que pega a su mujer, a unos padres que agreden a sus hijos o actuaríamos si viéramos un delito, avisando a las autoridades si no somos capaces de evitarlo directamente. Lo mismo pasa con el acoso escolar.

Cuando el niño vea un comportamiento de acoso escolar debe saber que no hay que ponerse del lado de los agresores, no participando ni tampoco riéndoles la gracia. Más bien deben intentar acercarse al niño que sufre y hablar con él, para que les explique como se siente y pueden animarlo a pedir ayuda a sus padres o profesores directamente.

Pongamos un ejemplo muy típico: la niña gordita a la que un par de compañeras le hacen comentarios humillantes. Si las otras tres o cuatro amiguitas les recriminan su actitud y se acercan a la niña despreciada, pueden hacer mucho para evitar que las burlas y el aislamiento se enquisten la relación. Sin embargo, si perciben que no la niña sigue siendo acosada y la situación empeora, haciéndose el grupo acosador más fuerte, deben saber que lo correcto es acudir a un adulto.

Los niños como observadores del acoso escolar

Si el acoso ya está establecido enfrentarse directamente a un grupo de agresores puede no ser lo más sabio. Lo que hay que hacer es hablar con los propios padres, contándoles la situación o acudiendo a un profesor de confianza y pidiéndo al tutor que organice debates o tome las acciones pertinentes para ayudar a la víctima.

Por supuesto, si la situación es muy seria y la víctima está en riesgo, el niño debe saber que tiene que acudir inmediatamente a un adulto responsable. Muchos colegios tienen programas de actuación para estos casos pero es necesario avisar cuando se conocen para que puedan ponerse en marcha. La responsabilidad es de todos.

Sin embargo, si ante un proceso de violencia escolar, los agresores se sienten sin respaldo del grupo, especialmente con los niños más pequeños, se puede reconducir su comportamiento. Los propios niños, si rechazan esas acciones y no se mantienen al margen cuando un niño es aislado o maltratado por otros, pueden parar el proceso.

Enseñando a nuestros hijos que no es gracioso burlarse de otros o dañarlos, les ayudamos a tomar la actitud correcta ante los primeros síntomas.

Eso no es chivarse, es actuar con justicia. El silencio es lo que agrava el acoso. El niño debe saber que no estará solo y que los adultos van a ayudarle y a creerlo, que puede acudir a ellos a contar lo que está pasando.

La mayoría de los casos se van a resolver positivamente si habla pronto de ello y nuestros hijos, conscientes de que no se debe tolerar el maltrato, se convertirán ya no en cómplices activos o pasivos, ni en observadores de la violencia, sino en el apoyo que el sistema necesita para darle la vuelta al acoso escolar.

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