Educar a nuestros hijos requiere de paciencia, empatía, escucha activa y comunicación. Hemos hablado en varias ocasiones de que el castigo, las amenazas, el chantaje y los azotes no son métodos educativos, y además perjudican seriamente al niño. Pero ¿qué pasa con los gritos?
Por desgracia, todavía hay muchas personas que no conciben la educación sin gritar, pues desconocen que los gritos dejan huellas profundas en la personalidad del niño y afectan a su comportamiento. Aunque en un momento dado todos podemos perder los nervios, es importante ser conscientes de que esta no es la forma de educar con respeto y empatía.
Te explicamos por qué los gritos no sirven para educar a los niños, y las consecuencias negativas que acarrean.
Los gritos bloquean el cerebro del niño y le impiden aprender
Podemos creer que gritando conseguiremos que nuestros hijos nos escuchen con más atención, o quizá pensemos que es la forma de mostrarles nuestra autoridad. Pero lo cierto es que los gritos no son una buena forma de educar, pues entre las muchas consecuencias negativas que acarrean, está el bloqueo del cerebro del niño.
Si lo analizamos desde el punto de vista neurológico lo que ocurre es que los gritos (cuya finalidad es alertar de un peligro) bloquean el cuerpo amigdaliano del cerebro, responsable de procesar y almacenar las emociones, activando el modo de supervivencia e impidiendo la entrada de nuevas informaciones.
"Si un niño no se siente seguro, la amígdala se activa e impide que haya absorción y entrada de información al cerebro, bloqueando la entrada de nueva información" - podemos leer en un artículo científico publicado por la Asociación de Disciplina Positiva de España.
Por ello, si queremos que nuestros hijos aprendan realmente sobre algo, debemos explicárselo dialogando con tranquilidad y creando un entorno en el que el niño se sienta seguro y protegido.
Si les gritamos para que hagan o no hagan algo, lo único que conseguiremos es bloquearles, y que a la larga acaben actuando para evitar esos gritos, pero no porque hayan interiorizado y aprendido cómo deben hacerlo.
Al gritarles les provocamos estrés e inseguridad
El bloqueo mental que se produce cuando nos gritan eleva los niveles de una hormona llamada cortisol, cuya función es poner en alerta al cerebro cuando recibe una amenaza.
Así pues, si el niño crece y se desarrolla en un entorno hostil en donde su cerebro percibe continuamente amenazas en forma de gritos, castigos, azotes, ignorando sus sentimientos... entrará en ese "modo de alerta" del que hablamos, provocándole estrés, miedo, ansiedad e inseguridad.
Estos sentimientos acabarán convirtiéndose en una constante en su día a día, haciendo que el niño crezca temeroso, desconfiado, asustadizo y con poca seguridad en sí mismo.
Los gritos dejan huella en su personalidad
Pero gritar a nuestros hijos "no solo" les provoca consecuencias negativas a corto plazo, sino también a la larga, pues son varios los estudios que han demostrado que una educación a base de gritos puede afectarles en su etapa adulta.
Según una investigación llevada a cabo en 2013 por el National Institute on Drug Abuse y el departamento de salud de la Universidad de Pittsburgh, los niños que habían sido educados con una severa disciplina verbal, experimentaron más problemas de conducta y síntomas depresivos en la adolescencia, que aquellos que no habían recibido gritos durante su infancia.
Y es que los gritos dejan una huella imborrable en la personalidad del niño, como también lo hace el castigo físico. Lo que ocurre es que en general, gran parte de la sociedad todavía no es consciente del daño y la ineficacia de educar gritando.
No les estamos dando un buen ejemplo
Los padres somo el espejo en el que nuestros hijos se miran, y somos sus guías y maestros. Por eso es tan importante educarles desde el ejemplo, enseñándoles que no debemos dirigirnos a las personas gritando, que tenemos que tratar a todo el mundo con respeto, y saber debatir con educación y sin perder los nervios.
Tal y como nos decía la experta, Tania García, en esta entrevista, "no hagas con tus hijos lo que no te gustaría que te hicieran a ti". Y aunque somos humanos y podemos tener días malos, debemos ser conscientes de que hay límites que nunca se deberían traspasar, y de este modo también estaremos enseñando a nuestros hijos a no traspasarlos.
Porque gritándoles, nuestros hijos no son felices
La experta en Disciplina Positiva, Jane Nelsen, dijo una vez: "¿De dónde sacamos la loca idea que para que un niño se porte bien primero debemos hacerlo sentir mal?".
Y es que si lo pensamos realmente nos daremos cuenta de que los gritos, los catigos físicos o psicólogicos, las comparaciones, los chantajes y las amenazas no solo no son un buen método educativo, sino que repercuten negativamente en el niño, haciéndole sentir triste, humillado y hundido.
¿Es así cómo queremos que se sientan nuestros hijos? O, por el contrario, ¿queremos hijos felices, confiados y seguros? Seguro que todos los padres coincidimos en la respuesta.
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