"Hiperactivo", "descarado", "el más guapo", "inteligente", "pesado", "sucio", "antipático", "tímido", "vago", "bueno", "organizado"... las etiquetas que a menudo utilizamos con los niños son innumerables. Seguro que en muchas ocasiones ni siquiera nos paramos a pensar en lo que decimos o cómo lo decimos: nos salen solas, y probablemente desconocemos el daño que pueden hacer.
Pero lo cierto es que las etiquetas caen como una losa sobre el niño que las lleva, perjudicando seriamente su desarrollo. Ni "etiquetas positivas" ni negativas: te contamos por qué no deberíamos etiquetar a los niños nunca.
Por qué no debemos etiquetar a los niños
¡Que levante la mano quien haya crecido con alguna etiqueta! Por desgracia, la mayoría de niños lo hace y acaba asumiendo el rol de la etiqueta que otros le imponen. Pero este rol no solo se asume en el ámbito familiar, pues en la mayoría de las ocasiones también trasciede a otras esferas sociales como la escuela o las amistades.
Pero cada niño es único e irrepetible, y su forma de pensar y/o actuar -que además, puede variar según las circunstancias del momento-, jamás debería definirle como persona.
"Etiquetas negativas"
Las etiquetas negativas desaprueban al niño y, por lo general, se ponen como una respuesta desesperada del adulto. Es decir, ante una conducta que nos preocupa o nos irrita, los padres actuamos etiquetando o encasillando.
Por ejemplo, el niño que crece con la etiqueta de “torpe” acaba asumiendo que no tiene cualidades para hacer las cosas bien o habilidades para comprender las cosas. Su autoestima se ve mermada, rechaza esforzarse (indefensión aprendida) y actúa en base a lo que los demás esperan de él.
De este modo, cada vez que este niño deba enfrentarse a una situación, la etiqueta de “torpe” impuesta por otros aparecerá para recordarle que no va a ser capaz de lograrlo, provocándole frustración, ansiedad, apatía, rabia, desgana, rendición...
"Etiquetas positivas"
Las etiquetas positivas son aquellas que resalzan de manera exagerada alguna cualidad o habilidad del niño. Los padres solemos utilizarlas con ánimo de halagar, animar o reforzar su autoestima, pero son igual de dañinas que las anteriores, pues el niño acaba actuando para conseguir la aprobación de los demás.
Por ejemplo, el niño con la etiqueta de “responsable” acaba asumiendo que esa cualidad que tiene en una o varias parcelas de su vida (por ejemplo, es responsable con los deberes escolares) debe extrapolarse a cualquier otro ámbito, de manera que crece con la presión y ansiedad de tener que actuar siempre así, pues es lo que los demás esperan de él.
Por tanto, cada vez que este niño deba enfrentarse a una tarea, la etiqueta de "responsable" le provocará tensión y estrés por querer cumplir las expectativas que otros han puesto sobre él, ocasionándole una gran frustración si considera que no ha estado a la altura de lo que se espera. Al final, sus acciones acaban siendo dependientes del juicio externo.
Las etiquetas son malas para el niño que las lleva y el adulto que las impone
Además de mermar la autoestima del niño y generar sentimientos como los que acabamos de ver, las etiquetas encasillan al niño, de manera que por más esfuerzos que haga por cambiarla, es muy difícil que lo consiga: "Soy mal estudiante, ¿para que voy a esforzarme en preparar este examen si seguro que saco malas notas?" (profecía autocumplida).
Pero para el adulto que encasilla al niño las etiquetas también tienen consecuencias, pues verá, tratará y se dirigirá a ese niño solo en base a su etiqueta, pasando por alto otras cualidades.
¿Cómo eliminar las etiquetas de nuestras vidas?
Evitar etiquetar no es fácil, pues esta conducta está tan arraigada en nuestro día a día que es necesario hacer un ejercicio profundo de reflexión para darnos cuenta de ello. Y es que quizá muchos padres etiqueten sin pensar en las consecuencias, o incluso de un modo cariñoso, pero lo cierto es que las etiquetas coartan la libertad del niño y le impiden ser él mismo.
Si deseas eliminar las etiquetas de tu vida y de la de tus hijos, céntrate en la acción y no en su carácter. Es decir, el niño que olvida sistemáticamente hacer sus deberes escolares no es un "desastre" ni un "despistado". Simplemente olvida ese aspecto de su vida en un momento dado. El día que no lo haga refuerza ese comportamiento con frases como: "He visto que hoy has hecho tus deberes y estás más atento"
También es importante eliminar los apelativos cariñosos dentro de la familia, escuchar al niño y validar sus emociones y dejarle que sea él mismo quien se forje su propio autoconcepto basado en su experiencia.