Los niños con altas capacidades no solo destacan por su inteligencia cognitiva, sino que a menudo también tienen una sensibilidad y empatía excepcionales. Algo que, si no se acompaña debidamente, puede suponer un problema para ellos.
Y es que estos niños perciben y sienten el mundo de una manera intensa, lo que puede llevarles a momentos de gran alegría, pero también de profunda angustia. Comprenderlos y apoyarlos es fundamental.
Pero, ¿de qué hablamos exactamente? ¿Cómo se relacionan alta sensibilidad y altas capacidades? Veamos todo esto y también cómo acompañarles a través de ejemplos prácticos.
Alta sensibilidad y altas capacidades: una asociación frecuente
En un artículo anterior sobre altas capacidades, alta sensibilidad y alta demanda, explicamos que la alta sensibilidad es un rasgo de la personalidad presente en dos de cada diez personas, con independencia de su sexo.
Se describe como una característica hereditaria que afecta a un mayor desarrollo del sistema neuro-sensorial, según explica la Asociación Española de Personas con Alta Sensibilidad (APASE).
Sabemos que la alta sensibilidad emocional es uno de los rasgos que habitualmente se correlacionan con las altas capacidades, pero no todos los niños con altas capacidades son altamente sensibles.
Tal y cómo explicamos en otro artículo, también sobre altas capacidades y alta sensibilidad, el 90% de los niños con altas capacidades tiene también alta sensibilidad emocional. Así lo reconoce la Asociación Altas Capacidades y Talentos.
Pero hemos de ser cautos con esta información. Bea Sánchez, experta en altas capacidades y consultora de crianzas intensas, explica en este vídeo que, pese a que cada vez más profesionales coinciden en decir que las personas dotadas muestran un perfil de alta sensibilidad, no existen estudios de grandes grupos que establezcan una relación directa y taxativa.
Comprendiendo su sensibilidad y empatía
¿Cómo se traduce esta alta sensibilidad en los niños con altas capacidades? Para empezar, suelen tener una percepción aguda de su entorno. También pueden captar sutilezas en el lenguaje corporal, el tono de voz y las emociones de los demás, que pasan desapercibidas para otros.
Además, dentro de esta alta sensibilidad manifiestan también una empatía profunda, la cual les permite conectar con los sentimientos de quienes les rodean, aunque también puede sobrecargarles emocionalmente.
- Ejemplo
Imaginemos a Lucía, una niña de ocho años con altas capacidades. En clase, nota que su amiga Ana está más callada de lo habitual. Lucía se acerca y le pregunta cómo se siente.
Ana, que se siente triste porque su perro está enfermo, se abre con Lucía, y esta siente una profunda tristeza junto a su amiga. Mientras que otros niños pueden seguir jugando, Lucía se lleva ese sentimiento consigo, pensando en Ana y su perro durante todo el día.
Los retos de la alta sensibilidad
Por otro lado, la alta sensibilidad puede llevar a que estos niños se sientan abrumados en situaciones que otros gestionan con facilidad. Pueden reaccionar intensamente a ruidos fuertes, luces brillantes o multitudes. También pueden tener dificultades para gestionar críticas o comentarios negativos, ya que su autoexigencia y percepción de las expectativas ajenas son muy altas.
- Ejemplo
Carlos, un niño de diez años, es extremadamente sensible al ruido. Durante una fiesta de cumpleaños, los gritos y la música fuerte le resultan insoportables. Mientras otros niños disfrutan, Carlos busca refugio en una habitación tranquila. Sus padres, al verlo angustiado, deciden llevarle a casa antes de que la situación empeore.
Cuatro estrategias para apoyar a estos niños
1) Crear un entorno seguro y predecible
Un entorno seguro y predecible ayuda a los niños sensibles a sentirse más tranquilos. Las rutinas diarias y las transiciones suaves entre actividades pueden reducir su ansiedad.
Ejemplo: Establecer una rutina diaria donde el niño sepa qué esperar puede ser muy útil. Si María, una niña de nueve años, sabe que después de la escuela tendrá un tiempo de descanso antes de hacer sus deberes, se sentirá más segura y menos ansiosa.
2) Fomentar la autoexpresión
Es fundamental enseñar a estos niños a expresar sus emociones de manera saludable; proporcionarles herramientas como el arte, la escritura o la música puede ser muy beneficioso.
Ejemplo: Javier, un niño de siete años, disfruta dibujando. Cuando se siente abrumado o agobiado, sus padres le animan a dibujar sus sentimientos. Este proceso le ayuda a calmarse y a comprender mejor sus emociones.
3) Enseñar habilidades de gestión emocional
Proporcionar a los niños estrategias para gestionar sus emociones es clave. Técnicas de respiración, autorregulación, meditación y mindfulness pueden ser muy efectivas.
Ejemplo: Ana, una niña de diez años, practica la respiración profunda cada noche antes de dormir. Esto le ayuda a relajarse y a reducir la ansiedad acumulada durante el día.
4) Validar sus sentimientos
Es vital validar los sentimientos de estos niños, no minimizar sus experiencias emocionales. Hacerles saber que está bien sentirse como se sienten y que tienen apoyo es crucial.
Ejemplo: Si Tomás llega a casa llorando porque un compañero de clase le hizo un comentario hiriente, sus padres le escuchan con atención y le dicen: "Entendemos que te sientas así. Es normal sentirse herido cuando alguien dice algo malo. Estamos aquí para ti."
Promover la empatía y la autocompasión: elementos clave
Además de apoyarles en su gestión emocional, es importante fomentar la autocompasión y la empatía hacia sí mismos. Estos niños a menudo son muy duros consigo mismos y necesitan aprender a ser tan comprensivos consigo mismos como lo son con los demás.
- Ejemplo
Sara, una niña de once años, se siente muy mal cuando comete un error en su tarea. Su madre le enseña a decirse a sí misma: "Está bien cometer errores, todos los cometemos. Lo importante es aprender de ellos." Esta práctica de autocompasión ayuda a Sara a gestionar mejor sus errores y fracasos.
Foto | Portada (Película ¡Liberad a Willy!, 1993)