Dormir toda la noche o dormir hasta que uno quiera es algo que los padres recordamos sólo de épocas pasadas. Pronto, al tener un hijo, te das cuenta de que los horarios ya no los marcas tú y que da igual que sea lunes o sábado. Si toca levantarse, toca levantarse.
Durante el tiempo en que ninguno de nuestros hijos iba al colegio no había demasiado problema, porque nos acostábamos todos cerca de las once de la noche y los niños se despertaban hacia las nueve o diez de la mañana (con sus despertares nocturnos, claro), fuera día laboral o festivo. Sin embargo, al empezar el cole el mayor se produjo un ajuste de horario que hizo que la hora de ir a dormir se adelantara y, en consecuencia, la hora de despertarse.
Sin embargo, los adultos, tendemos a relajarnos cuando llega el fin de semana y aprovechamos para ir a dormir un poco más tarde, pensando (ilusos) que luego dormiremos más por la mañana. Como esto no sucede, es para fotografía la cara que se nos queda cuando nuestro hijo se levanta, pregunta si ya es de día y, al mirar el reloj, nos damos cuenta de que son poco más de las siete de la mañana.
Así que no queda más remedio, te levantas con la sábana casi pegada, los ojos llorosos, el equilibrio desequilibrado y el deseo de que pasen diez años y puedas dormir a pierna suelta. “Tonto”, te dices después, de aquí a diez años te despertarán antes aún, a las cinco o las seis de la mañana, porque será cuando lleguen de la calle, eso si has dormido.
La opinión de mis amigos
La opinión de mis amigos al respecto (o dicho de otro modo, cómo cambia la película según tengas hijos o no) es dispar. Un amigo me dijo un día, con un enfado considerable mientras lo recordaba, lo harto que estaba de que los hijos de su vecino de arriba se levantaran a las siete de la mañana los sábados y los domingos: “Que se levanten a esa hora entre semana vale, pero coño, el fin de semana que se estén en la cama más rato, que nos despiertan a nosotros“. Mi cara, claro, la de un poema sin rima. ¿Cómo le explico yo a este que los niños no saben de fines de semana?, pensé, y como no vi manera de hacerlo, pues no lo hice. Ya se enterará, ya, cuando sea padre.
Otro de mis amigos me dijo algo similar: “No veas el ruido que hace el niño de los de arriba por la mañana, me tiene harto“. Lo del primero es grave, por no saber entender el mundo de los horarios infantiles, pero lo del segundo es de juzgado de guardia porque él es padre, de una niña, que hasta el momento no hacía demasiado ruido pero que, al crecer, se está destapando (y seguro que iguala ya a su vecino de arriba).
Al menos que hagan poco ruido
De todas maneras, en algo les doy la razón, hay gente que no tiene en cuenta la hora que es y, si sus hijos se han levantado, ancha es Castilla.
Yo, que en cada entrada de las que escribo acabo metiendo la palabra “respeto”, aunque vaya con calzador (creíais que esta vez no la diría, ¿eh?). En fin, a lo que iba: Yo, que tengo muy presente que a las siete de la mañana de un sábado hay gente durmiendo y que trato siempre de no hacer lo que no me gustaría que alguien me hiciera, intento inculcar a mis hijos ese respeto por los vecinos.
“Shhh! Silencio, que los vecinos duermen… si hacéis ruido se van a despertar asustados diciendo ‘¿¡Qué pasa!?, ¿¡Qué pasa!?’, así que mejor no hagáis ruido” y se me quedan los dos (sobretodo Jon, que me entiende más) preocupados tratando de no hacer demasiado ruido. Entonces buscamos algo que hacer que no suponga tirar, romper, lanzar, chillar, saltar, correr, caer, reír, llorar, etc. tan simple como desayunar o ver la tele (todo es poco con el fin de procurar el descanso a los vecinos de esa nuestra comunidad, aunque a ellos les importe menos nuestro descanso a veces).
En fin, el caso es el que comento: Sábado, Domingo, esos días que se inventaron para descansar y tus hijos no perdonan.
Foto | Me and the sisop en Flickr
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