Muchos niños giran la cabeza cuando les ofrecemos ciertos vegetales. Puede que no se trate sólo de un capricho, sino de una reacción con fundamento científico.
Una investigación reciente publicada en el American Journal of Clinical Nutrition demuestra que hay una variante genética que hace que algunos niños sean especialmente sensibles al sabor amargo de ciertas verduras.
Incluso puede que debido a ese gen detector rechacen no sólo los sabores más amargos como el brócoli, sino verduras más dulces como zanahorias o pimientos rojos.
De ninguna manera las verduras pueden descartarse de la dieta de los niños, debido a la cantidad de nutrientes y vitaminas que les aportan.
La clave está en transformar el sabor amargo en un sabor más agradable al paladar del pequeño. Intenta disfrazar de alguna manera el sabor cocinando las verduras, agregando salsas o haciéndolas puré enriquecido con queso crema, por ejempo.