Uno de los momentos más duros e increíbles que he vivido en mi vida es el que sucedió hace 4 años, cuando estudiaba el curso de asesor de lactancia. La asesora que nos estaba dando clase quiso tratar un poco el tema del parto y decidió bajar las luces, poner una música instrumental lenta y hablar casi susurrando.
Pidió que cerráramos los ojos (unas 70 mujeres, casi todas madres y 3 hombres) y empezó a ponernos en situación:
Estás en el hospital, tumbada. No sabes qué va a pasar pero esperas que todo vaya bien. Tienes algo de frío y llevas esa bata que se ata por detrás y te deja semidesnuda. Parece que algo no va del todo bien y te dicen que te tienen que hacer una cesárea. Esperas que alguien te de una mano, una muestra de cariño, un “tranquila, que yo estaré contigo”, pero nadie lo hace. Sólo ves batas blancas y verdes que se mueven de uno a otro lado sin decir demasiado. Te gustaría que te explicaran un poco más qué pasa, te gustaría que te dijeran por qué no parirás tal y como esperabas, pero nadie habla, nadie te abraza, nadie…
La asesora siguió hablando, pero en este punto, y probablemente un poco antes, varias mujeres lloraban sacando mucho de lo que llevaban dentro. No es que las buscara, no es que mirara a sus ojos para buscar esa lágrima que quiere salir vergonzosa, es que las veía y las oía, como el niño que llora tras caerse al suelo, con el desconsuelo de verse asustado y solo.
Ese día me di cuenta de que la cesárea muchas veces “duele”. Duele en el alma porque no es lo que una mujer esperaba y sobretodo duele porque en ese momento nadie suele hacerse cargo del sufrimiento psicológico por el que pasa esa mujer.
Es cierto que muchas mujeres explican que le hicieron una cesárea con toda la tranquilidad del mundo, aceptando el momento vivido y viviéndolo como algo normal (y ese es el ideal, que una mujer pueda explicarlo tranquilamente).
Sin embargo también es cierto que muchas no pueden casi hablar del tema porque no esperaban que su bebé naciera en un quirófano, rodeado de máquinas, saliendo por la barriga ni que pasara sus primeras horas lejos de su regazo. No era lo que esperaban y a muchas les cuesta superarlo porque en el momento de hacerles la cesárea, nadie les dio el calor emocional que necesitaban.
Quizás no las escucharon ni resolvieron sus dudas, quizás nadie les preguntó cómo se sentían, quizás sólo le decían “tranquila”, como si eso tranquilizara mucho.
En cualquier caso, ese día aprendí mucho sobre cuánto puede llegar a llevar dentro una madre en lo que a su parto se refiere y me di cuenta de que una cesárea puede doler mucho, mucho tiempo. No la herida física, sino la herida emocional.
Foto | Amy Wilbanks Photography prev. SymaSees en Flickr
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