Que el ser padre por primera vez es algo que te cambia la vida, lo tenemos claro. Que te cambie el chip y te conviertas en un padrazo al instante, es de lo que tenemos nuestras dudas.
En ellas parece que el instinto se despierta ya desde mucho tiempo antes de dar a luz, van a ser madres, lo tienen claro y saben que deben hacer (o al menos se saben la teoría). Lo han estado mamando toda su vida, "está en sus genes" que dicen algunos. Así, cuando llega el momento de recibir a vuestro hijo, ella al igual que tú está asustada, pero sabe que ha llegado la hora de convertirse en madre, de cruzar la puerta y pasar página, ya sólo queda esperar la llegada de ese ser que lleva amando desde mucho antes de su nacimiento. ¿Y tu, estás preparado para ser padre? ¿Cambiamos el chip con la misma rapidez que lo hacen ellas?
No eres de piedra y en esos últimos momentos antes del alumbramiento eres, al igual que ella, un cúmulo de sentimientos que luchan por salir, tienes miedo, dudas, esperanzas y unas ganas terribles de que todo termine y vaya bien. Pero a diferencia de ella que está preocupada principalmente por el bebé, tu temes por tu pareja, por su dolor. Ella lo es todo, tu compañera y con quien has decidido estar. Es a quien puedes ver, tocar y sentir. Es a quien ves sufrir sin que puedas hacer nada por evitarlo. No, nuestra preocupación principal en esos momentos no es el bebé, es su madre.
Y por fin llega el momento y puedes verlo, no es como esperabas, nunca lo es. Uno no puede imaginar ese momento, esa primera mirada. Es tu hijo, en carne y hueso, está aquí, en tus brazos y comienza la aventura. Y entonces es cuando estalla toda la tensión acumulada, las palabras se olvidan, la boca se seca y a uno le empiezan a entrar motas de polvo en los ojos y sin saber exactamente por qué, te sientes el hombre más feliz del mundo.
Sabes que todo va a cambiar, que hoy es el primer día del resto de tu vida, es lo que te han dicho y en el fondo estás seguro de ello, pero aún así te resistes al cambio e intentas que todo aquello que hasta ahora había sido tu vida, vuestra vida, no desaparezca.
Y la ves a ella, como está con el niño, como le habla, como le trata y sabes que aunque le quieres y harías lo que fuese por ese pequeño ser, tú no sientes eso que ves en ella o quizás sea que no sabes como expresarlo. Y piensas que quizás los besos, las caricias, los arrullos, todo eso, sea cosa de ellas, a ti no te han enseñado a ser tan ¿dulce? Que soy muy bruto, ¿si llora qué hago?
Y un día lo coges, ¡que ligero es! Y como huele. Te fijas en esos ojos, la nariz, sus manos, boca. Esa nariz, ¿la he visto en alguna parte? Hoy ha sido un paso, mañana será otro. Y poco a poco nos vamos enamorando de ellos, les vamos haciendo parte de nuestro ser, de nuestra vida.
Lo que te has imaginado no coincide con la realidad
Cuando imaginas ser padre, normalmente tu hijo imaginario tiene unos años ya, en mi caso nunca tenía menos de cinco o seis años. Te imaginas hablando de lo humano y lo divino con él, o practicando algún deporte, haciendo algún experimento (cuanto daño ha hecho el cine). Pero no te imaginas cambiándole un pañal, llevándole al pediatra o meciéndolo para que se calme. Te imaginas llevándole al burguer, pero no dándole una papilla en el parque. Ese es el chip que tenemos que cambiar. Todo eso que hemos soñado llegará tarde o temprano, pero ahora hay mucho con lo que disfrutar.
Te puedes imaginar consolando a tu hijo cuando se cae o está enfermo, pero no la sensación de impotencia que te invade cuando no se pueden levantar, cuando la fiebre les apaga. Sabes que la vida no es justa, pero no estás preparado para esa rabia que te llena cuando la pagan con tu hijo.
Todo eso es lo que nos va haciendo más padres y sobre todo, va a hacer que nosotros mismos nos lo creamos y nos impliquemos cada vez más. Tarde o temprano todos, o al menos la mayoría, cambiamos el chip, todos aceptamos esa nueva faceta que es la de ser padres.
Quizás vamos con una marcha más lenta que ellas, quizás el embarazo sirva para despertar sus instintos maternales, no lo se. Lo que está claro es que en lo que a mí y a mi entorno respecta, ese sentimiento nos llegó más tarde que a ellas. A lo mejor es debido a nuestra educación, o quizás sólo dependa de como seamos a la hora de expresar nuestros sentimientos. Puede que sólo sea un ancestral mecanismo de supervivencia que nos permitía despegarnos de nuestra descendencia para procurar su sustento y que ahora sólo nos trae discusiones con nuestra pareja. Pero lo que está claro, cristalino, es que adoramos a nuestros hijos, a nuestra manera, pero les adoramos.
Bueno, eso de comer y dormir está claro que lo tiene controlado. Pero, ¿para cuándo se va a levantar para jugar a la Play?
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