Parece una frase reveladora digna de culebrón venezolano, lo digo en broma, pero es que no hallamos la manera de que nuestro bebé entienda que ese señor que intenta dormirlo y calmarlo es su papá. Aunque mi bebé no tiene la ansiedad de separación como la beba de Dolores, en los momento en que Arturo está cansado, con sueño o enfadado, mi marido no logra calmarlo a pesar de haberlo intentado todo: canciones, mimos, juegos, caminatas del salón a la habitación…
En estos días me preparé para un relajante baño nocturno (porque es cuando tengo un tiempito), llené la bañera, le puse al agua esencias de lavanda, luz a medias, música… El baño prometía.
Mientras, Arturo quedaba luchando contra el sueño en brazos de su papá. A los minutos de meterme a la bañera los gritos de llanto inconsolable. Lo que iba a ser un baño relajante se convirtió en un rápido chapuzón.
Afuera mi marido ensayaba su última estrategia para calmarlo, salí medio mojada y al cogerlo y amamantarlo el llanto desapareció, no tenía hambre, pero quería su "chupito emocional materno". Su papá frustrado y tratando de encontrar la causa de lo sucedido para no sentirse un padre rechazado lo explica inculpando a su carencia biológica de unas buenas tetas, sí su pecho plano, -porque eso es lo único que me falta–concluye compungido.
Y es que cuando llora, llora de “verdad”, sólo en mis brazos consigue consuelo. Porque como dice Sergio Sinay un papá no es una mamá y una mamá no es un papá.