Hace unos días publicaba un post sobre unas visitas al Zoo de Madrid que permiten conocer mejor las instalaciones por dentro. Esto abrió un debate muy interesante en mi círculo de amigos, en general muy concienciados sobre el respeto a los niños, pero también hacia los animales y la comprensión de sus derechos.
Me ha hecho reflexionar sobre esta cuestión y la verdad, me gustaría compartir mis dudas con vosotros.
¿Tenemos derecho a usar a los animales para divertirnos?
Solamente amamos lo que conocemos. No hay duda que los animales merecen ser respetados y no sufrir por nuestros caprichos y diversión. No hablo ya de alimentarnos de ellos, aunque la realidad sobre las granjas industriales os dejaría apabullados, pues la cuestión de ser o no carnívoro no es el tema del que os propongo hablar, sino de el utilizar a seres que sienten para nuestro placer, sin necesidad. ¿Tenemos derecho a usar a los animales para divertirnos y enseñarles a los niños que eso es correcto?
El sufrimiento de la cautividad
El que los animales, en los circos, sufren mucho, lo tengo muy claro hace tiempo. En reservas o parques naturales, donde pueden gozar, no de libertad, pero si de unas condiciones de vida parecidas a las normales, su estado seguramente es mejor. Los cachorros que compramos pueden venir de criaderos donde se maltrata a las madres de forma espantosa hasta matarlas de agotamiento, por lo que si queremos vivir con un animal siempre os aconsejaré acudir a un sitio con total garantía o adoptar un animalito con el que no se comercia. Pero ¿y el Zoo?
Por muy buenas que sean las instalaciones, en los zoos los entornos son muy pequeños y algunos animales viven en condiciones que apenan. Un tigre en un recinto cerrado no me creo que sea feliz, seguro que los habéis visto dando vueltas y vueltas sobre ellos mismos, transmitiendo su desgraciada existencia. La cautividad produce sufrimiento.
Que los cuidan lo mejor posible, no lo dudo y ahora se que la intención es evitarles sufrimientos y que vivan bien, pero no es libertad, y los animales seguramente sienten el enjaulamiento.
¿Alguno conoce la Casa de Fieras del Retiro de Madrid?, ya está abandonada, pero cuando te asomas a esas cuevas y a esas jaulas de pesadilla donde antes se hacinaban osos, leones y tigres, se te cae el alma a los pies.
Por supuesto, el los zoos modernos, como en Faunia o la Cañada Real, las condiciones de los animales son bastante buenas y se cuidan sus hábitats y alimentación, procurándoles que puedan, por lo menos, moverse y se cuida de animales enfermos hasta su recuperación. De todos modos, hay recintos, por ese en el que se muestra a los linces del Faunia, que hacen sentir mucha pena por ellos, aunque estén vivos y la mayor parte de sus congéneres muertos.
Otros sitios tienen condiciones mejores todavía. Mi hijo ha visitado varias veces el Parque de Cabárceno y lo cierto es que, aunque estos animales no están libres, al menos viven en espacios suficientemente amplios como para que puedan reproducir, en parte, las condiciones de vida que tendrían en la Naturaleza.
Quizá los que más me apenan son los gorilas, mirándonos a través de un cristal con una melancolía que, sabiendo como sabemos ahora de su enorme inteligencia, estoy segura de que son conscientes de mucho más de lo que pensamos. No se si conoceréis la anécdota de una mamá que visitaba un zoo con su bebé y cuando esté se puso a llorar, la hembra gorila se acercó al cristal y le señalaba a la madre su propio pecho, como diciéndole que tenía que amamantar a la cría que lloraba. Cuando escuché esta historia, la de una hermana hablando a otra hermana y reconociendo el llanto de un niño, nunca pude verlos como “simples bestias sin sentimientos” nunca más.
También me impactó la historia de Christian el León, un cachorro criado por humanos que se reencuentra con ellos años después y los reconoce como su familia, abrazándolos con una ternura que deja emocionado.
Es una cuestión material la de que no se haga sufrir a los animales para nuestro placer, pero también, sin duda, una muy respetable posición filosófica que defiende que no podemos hacernos dueños de otros seres vivos y divertirnos viéndolos prisionero.
Por otro lado, entendiendo que tiene algo de horrible el usar a los animales para divertirnos, negándoles el derecho a vivir naturalmente libres, hubo quien apuntaba una razón también a tener en cuenta: no podemos amar lo que no conocemos.
Conocer para amar
Los niños de la ciudad apenas tienen contacto con la vida salvaje o con la Naturaleza. Por mucho que les hablen, padres y educadores, del respeto por otros seres, o vean documentales, la existencia real de esos animales, vivos, palpitantes, con su mirada y su presencia impresionante solamente se sienten cuando los ves de verdad. Solamente cuando los conocen pueden amarlos.
Para amarlos y desear su conservación, decían estos amigos, es necesario que los niños los conozcan y los vean, puedan identificarse con ellos y sentir empatía, por lo que los zoos serían un mal necesario que puede servir para salvar a muchas especies de la destrucción gracias a que los niños crezcan amándolos, aunque sea a costa de la libertad de algunos miembros de la especie que deben vivir cuidados, pero cautivos.
Ambas posturas me parecen respetables, pues nacen del amor hacia los animales y el deseo de que los niños crezcan con la conciencia del respeto que merecen y la conservación del Medio Natural, pero seguro que nuestros lectores pueden aportarnos nuevos matices. Por eso os pregunto: zoo, ¿si o no?
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