Se acerca el Día del Padre y aprovechando la celebración he querido hablar un poco de los tipos de padres que existen. Ya hemos hablado de aquellos padres maravillosos que cualquier hijo querría tener y de aquellos padres que, por invisibles, apenas están con sus hijos.
El tercer grupo de padres, que podríamos quizás situar en un término medio entre los otros dos tipos de padres, sería el formado por aquellos padres que no han evolucionado, que siguen haciendo lo que se ha hecho toda la vida y que no tienen problemas en hacer con sus hijos lo que sus padres hicieron con ellos.
Son quizás los más fáciles de definir porque siguen la filosofía de crianza que siguieron los padres de nuestra generación, más participativos que los padres invisibles, pero más rectos, disciplinarios e intransigentes que los que yo definí como padres maravillosos.
Esto se ha hecho toda la vida
Uno de los lemas de estos padres es el que dice que “esto se ha hecho toda la vida y no nos ha pasado nada”, frase que cada vez tienen que repetir más, pues cada vez más padres intentan criar a sus hijos de manera menos autoritaria.
Están firmemente convencidos de que la relación entre padres e hijos difícilmente va en el mismo sentido, pues para ellos ser padre es como una especie de tira y afloja en el que los niños deben aprender a escuchar y a obedecer, simplemente porque es el deseo de los padres y porque la relación es casi siempre con una jerarquía marcada.
Hay padres más intolerantes y otros lo son menos, pero en general, se le suele pedir al niño obediencia y respeto por su persona, pese a que muchos niños acaban temiéndoles, más que respetándoles.
No voy a permitir que en mi casa…
Suelen llevar la voz cantante en casa e incluso la pueden llegar a llevar cuando hay que hablar de los niños, como si ellos fueran los portavoces de la familia. Tienen claro quién es el dueño de la casa y suelen repetir frases como “mientras viva bajo mi techo” o “esta es mi casa y las normas las ponemos los adultos”.
No tienen problemas para castigar a los niños tantas veces como haga falta, optando por retirar beneficios, aunque no tengan nada que ver con la acción que provoca el castigo. Cuando deciden comprar algo a su hijo, para tratar de seguir educando, pueden llegar a convertir un regalo (ya sabéis, que se da como muestra de cariño) en un premio por un comportamiento positivo, aunque inicialmente no tuviera esa intención.
Pueden llegar a pegar a sus hijos si la cosa se desmadra porque están convencidos de que un cachete a tiempo evita muchos males futuros. Además, creen que es algo lícito, pues les están educando, creen que no pasa nada por hacerlo y piensan que, como a ellos también se lo hicieron, y ahí están, orgullosos de sí mismos, deben hacerlo también para conseguir los mismos resultados.
Pueden ser muy cariñosos
Parece que estamos describiendo a unos padres de hace siglos, más rectos que un poste. El paso del tiempo y el hecho de que muchas personas hayan cambiado hacen que, a pesar de no haber evolucionado demasiado, puedan tener un estilo de crianza más participativo que los antiguos padres autoritarios.
Atienden a sus hijos cuando es preciso, para cambiarles el pañal, bañarles e incluso hacerles la cena y ponerles el pijama. Les abrazan y les besan cuando quieren y lo sienten, aunque si se acerca la noche tienen claro que cada persona debe dormir en el sitio predestinado para ello. Los padres deben tener su espacio, que es la cama de matrimonio y los hijos, una vez dejan de ser bebés (quizás a los seis meses), deben dormir en su espacio, que es su cama en su habitación.
Creen que el cariño no tiene por qué estar reñido con el poner límites y por eso tienen claro, ya cuando el primer hijo nace, que no van a permitir que una personita de pocos meses controle los horarios y el devenir de todos los integrantes de la familia.
A partir de ahí son ellos (los padres) los que marcan los horarios para comer, dormir y hacer ciertas cosas, pues son amantes de las rutinas y de mantener un orden relativo en casa, haciendo que el bebé se adapte en gran parte a las costumbres de la familia.
Como he dicho al principio, considero esta educación mejor que la que puedan ofrecer los padres invisibles, básicamente porque los que no están apenas, pues apenas educan. Sin embargo, no deja de ser un modelo anticuado en el que todo fluye de manera demasiado vertical y en el que un niño tiene que hacer las cosas bien porque su padre es el juez y jefe de la situación. Personalmente prefiero a los que llamé “padres maravillosos”, porque es una relación más de tú a tú, más horizontal, donde el niño puede tomar decisiones y puede ir aprendiendo, poco a poco, a ser él mismo el juez de sus actos y el jefe de sus elecciones. La gracia está en saber transmitir las normas y los valores para que sea un juez justo y un jefe honesto y honrado.
Fotos | KellyB., Gagilas en Flickr
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