Hace sólo seis días que hablamos de la trastada de Natalia, esa preciosa niña que se “cargó” una televisión, y esta misma semana mi hijo Aran, que hoy mismo cumple dos años, ha hecho otra de las suyas.
La única suya que publiqué fue muy “light”: se manchó de tomate más de lo que yo hubiera deseado. Lo de esta semana, en cambio, es algo mucho más grande. Hace tres días, en un acceso de rabia, cogió mi portátil y lo lanzó al suelo, rompiendo uno de los ejes de la pantalla.
Para que entendáis la gravedad del asunto os pongo en antecedentes:
Diciembre de 2010 (vamos, el mes pasado), cinco meses después de comprar una cámara de fotos que graba vídeo en alta definición y, tras observar que mi portátil no era capaz de mover dichos vídeos para editarlos, sumado a que ya tenía un tiempecito y que soy bastante aficionado a la informática, me decidí a comprar un portátil nuevo.
Siempre me han gustado los portátiles que sean portátiles, es decir, que puedas moverlos de un sitio a otro sin herniarte, así que me fijé en el Toshiba Portége R700, un ordenador que no llega al kilo y medio pero con la potencia suficiente para todo aquello que me interesa hacer.
Lo compré, pasándome un poco del presupuesto inicial, y en el primer mes en casa ha vivido las típicas situaciones que rodean a un elemento de valor nuevo: los primeros días sólo lo sacaba de la funda para utilizarlo y al acabar lo volvía a guardar, siempre alejado de los niños. Con el pasar de los días, la funda empezó a quedarse sola y el ordenador en zonas elevadas para no ser accesible para Jon ni Aran. Finalmente, esta última semana, se quedó enchufado al alcance de cualquiera, del mismo modo que lo estuvo siempre el anterior portátil sin haber sufrido percance alguno.
Pues bien, sólo unos días después, mi portátil de un mes de vida, al que trato con sumo cuidado, voló de la mesa al suelo con la ayuda de Aran. Al parecer quiso jugar con Jon a algo, pero éste rechazó la compañía (suele suceder, pues Jon prepara sus juegos a su manera y Aran tiende a destruir más que a construir) y en consecuencia empezó a dar golpes allí donde pudo.
“Donde pudo” resultó ser el Toshiba, así que Jon le dijo (todo esto me lo ha explicado Miriam, que oyó la conversación): “¡Aran, no le des golpes al ordenador de papá, que lo puedes romper!”
Esto enervó aún más a Aran (huelga decir que estaba con fiebre de más de 38ºC), que cogió el portátil y lo lanzó contra el suelo, produciendo la rotura que se oberva en las imágenes.
Por suerte todo funciona perfectamente y la pantalla en sí no tiene desperfectos. Lo que se ha roto es el eje que hace que cuando lo abro o lo cierro sea totalmente inestable.
En fin, ahora toca buscar la manera de repararlo sin que el gasto sea demasiado elevado.
Os dejo otra foto del resultado (con el trocito individual abierto):
Y una de Aran, el protagonista:
No sé si vuestros hijos son capaces de hacer cosas así, pero como imagino que sí, si queréis compartir vuestras penas, este es el sitio ideal. Mandadnos un e-mail a historiasdepadres@bebesymas.com explicándonos el suceso y adjuntad alguna fotografía (con un ancho mínimo de 650 pix.) que muestre la travesura.
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