Imagino que no soy la única a la que le molesta que los desconocidos se acerquen demasiado al bebé. En general, no soy amiga de las confianzas que la gente desconocida se toma conmigo, especialmente si son (incomprensiblemente para mí) efusivas.
Pero si es al bebé al que se acercan, ya mi alma mamífera saca las garras y me pongo tensa y a la defensiva… No sé qué pasa, pero me da por pensar que esa persona tiene algún virus, que lleva las manos sucias, que al bebé le desagradará su olor, su voz…
Seguramente estará más sano y aseado que una rosa, pero intento zafarme como puedo de los mimos y cuchi-cuchis que, si al principio creía justificados por mi mala memoria (¿de qué lo conoceré?), ahora ya comprendo que hay gente que, con buena intención, siente debilidad por los bebés.
Así que educadamente intento poner cara de circunstancias y mis respuestas son tajantes, lo suficiente para que vean que no les voy a dar conversación. También suelo apartar un poco al bebé, y… ¡uy, qué prisa tengo…!
Con los niños del parque me pasa un poco lo mismo. Algunos no tienen reparos en intentar meterle las manos (éstas sí, visiblemente sucias) en la boca o en el ojo, o intentar besar al bebé o hablarle escupiéndole a la cara. En este caso es más fácil que dejen de hacerlo.
Porque como a mi hija mayor, que también siente debilidad por los bebés, les explico que a los pequeños que no conocemos no se les puede tocar, y se les mira y habla de lejos. Porque llevan las manos sucias y los bebés son frágiles, necesitan descansar y no se les puede gritar.
Qué ganas de decirle lo mismo a los mayores… que no se acerquen, toqueteen ni besen a los bebés desconocidos. Y, a juzgar por las caras de algunos bebés, ellos deben de estar pensando lo mismo…
Foto | Venex_jpb en Flickr-CC
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