Quedan dos semanas, sólo dos semanas, para que sea Navidad y para que miles de niños de España y de todo el mundo reciban sus primeros regalos. Unos recibirán más y otros recibirán menos. Unos tendrán más porque en sus casas tienen más para gastar y otros tendrán menos porque la economía está como está.
Hasta aquí todo parece lógico, sin embargo hay algunos niños que recibirán muchas cosas, independientemente de si sus padres van bien de dinero o no por una razón un poco diferente: que los niños puedan recibir todo aquello que nosotros cuando fuimos niños no pudimos tener.
No son muchos los padres con los que he hablado sobre este tema porque tampoco es un tema que se suela hablar (“¿Y tú cuánto te has gastado en tus hijos?” No es plan de hacer semejante pregunta…), pero sí he oído en alguna ocasión a algunos padres decidiendo dar a sus hijos todo cuanto quieren para diferenciar su infancia de la que ellos tuvieron, probablemente con menos regalos y con ganas de haber tenido más.
¿Dar a los niños todo lo que quieren?
Sí, sé que es una frase que suena mal. Cualquier persona afirma que a los niños no se les puede dar todo lo que piden y seguro que todo el mundo está de acuerdo con ello. A mí no me gusta hacer tal afirmación, pese a que la comparto en esencia, porque el “todo lo que piden” de muchos niños es diferente al “todo lo que piden” de los míos, que normalmente se conforman con muy poco.
Con esto me vengo a referir que si se diera el caso de que un niño pidiera para Navidad unos calcetines y un libro, espero que los padres, no dándole todo lo que pide, le regalaran al menos el libro… o que le regalaran ambas cosas, que por darle todo lo que pide tampoco iba a pasar nada, ¿no?
Pero claro, los niños no suelen pedir libros y calcetines, sino decenas de juguetes que salen en las decenas de catálogos que tienen por casa y claro, ahí sí que tiene lógica decidir limitar el asunto, a no ser que quieras darles todo lo que no pudiste tener, por hacerles felices.
¿Qué es lo que nosotros no pudimos tener?
Yo no soy nadie para decirle a la gente cuántos regalos tiene que comprar a sus hijos, aunque sí puedo decir lo que se recomienda siempre: mejor poco y bueno que mucho, para que lo utilicen, le saquen partido, jueguen con ello y lo expriman y para evitar que algunos juguetes queden relegados al olvido a las pocas horas de ser abiertos.
Vale, me diréis, entonces le compro pocos y que tengan la infancia que yo tuve, que todos los de mi clase tenían más juguetes que yo y parecía que me había portado mal. No dejaré que lo mismo le pase a mi hijo.
Y yo os responderé, entonces, que hagáis lo que os haga sentir mejor, pero que tengáis claro que regalar muchos juguetes a un niño, no porque los necesite realmente, sino por evitar que vivan lo mismo que vosotros no es hacer las cosas pensando realmente en vuestro hijo, sino hacerlas pensando en vosotros, en curar vuestras heridas de niño, en lamer esa cicatriz que aún hoy duele, que aún hoy, cuando se acerca la Navidad, recordáis.
Y además añadiré una cosa: ¿Cuál es realmente esa cicatriz? Porque muchos niños, a falta de pasar tiempo con nuestros padres, aprendimos a medir la felicidad según la cantidad de juguetes que teníamos y a medir el amor en la cantidad de regalos que nos hacían (“¿has visto cuánto te quiero que te he comprado lo que querías?”, nos decían). Sin embargo la felicidad y el amor no tienen que ser eso.
Papá Noel y los Reyes Magos no existen para comprar todo lo que un niño quiere, sino para hacer algún regalo de los que le gustan y enseñar a los niños a que durante esa noche, ellos repartirán regalos a todos los niños del mundo (ejem), enseñando el valor de compartir y ser solidarios (ejem otra vez) y la felicidad de regalar algo a alguien que te importa.
Y lo hacen así porque ellos no pueden hacerlo de otra manera (son magos, solo aparecen una vez al año y encima no quieren que nadie les vea), sin embargo nosotros, los padres, sí podemos. Sí podemos enseñar que el verbo del amor es “amar”, y no “comprar” y que el ser felices no depende de cuánto tengas o de cuánto te regalen, sino de estar con las personas que te quieren y te hacen sentir bien, contento y a gusto.
Repito, haced lo que creáis conveniente, pero tened claro (al menos yo lo tengo) que lo que nos faltó en la infancia no fueron montañas de regalos, sino un poco más de tiempo con nuestros padres, poder jugar con ellos con o sin juguetes, sentir que éramos lo más importante que tenían. Eso nos faltó en mayor o menor medida a muchos y ahora, cuando pensamos en darles todo lo que no tuvimos deberíamos poner nuestro empeño en esto, sobretodo en esto.
¿Los juguetes? Son una herramienta para posibilitar el juego, muy útiles y muy necesarios, pero el amor y la felicidad, me temo que son otra cosa.
Foto | paulhami en Flickr
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